27/08/2016, 15:42
La Yotsuki esbozó una media sonrisa contenida al ver que el Kawakage se tomaba con literalidad sus palabras, sin captar la evidente ironía que encerraban. ¿Acaso alguien podría creerse una historia sobre Kages no-muertos que vuelven al mundo con ansias psicópatas? Sea como fuere, Anzu contuvo su risa y simplemente inclinó la cabeza con diligencia. Al fin y al cabo, estaba ante el máximo responsable de Takigakure; ella no era quien para decir cómo tenía que tomarse sus palabras.
Sin embargo, lo que dijo Yubiwa luego la dejó sumamente impactada por su verosimilitud. Sí, estaba claro que aquella hipótesis era de lo más plausible. Pero, ¿por qué? ¿Y quién era realmente aquel Namiron? Como cada vez que se le embotaba la cabeza con preguntas sin respuesta, la kunoichi empezó a notar un dolor agudo y penetrante en las sienes. Contuvo el impulso de llevarse ambas manos a la cabeza, recordándose que estaba en presencia del Kawakage, y —estoica— aguantó la dolencia.
—Sí, Kawakage-sama. Le pido disculpas de nuevo —dijo Anzu, con notable firmeza, antes de hacer una respetuosa reverencia.
Luego se dio media vuelta y salió del despacho con paso marcial. Una vez fuera, soltó un suspiro prolongadísimo, dejando ir el sentimiento de culpabilidad que le había estado oprimiendo el pecho durante gran parte de aquel año.
—Ah, al fin... Ya está hecho.
Cerró los ojos un momento, intentando poner en orden sus ideas. El País del Agua, Namiron, los bijuu... Todo aquello parecía sacado de una de las novelas de ficción que tanto le gustaba leer a Datsue.
Sin embargo, lo que dijo Yubiwa luego la dejó sumamente impactada por su verosimilitud. Sí, estaba claro que aquella hipótesis era de lo más plausible. Pero, ¿por qué? ¿Y quién era realmente aquel Namiron? Como cada vez que se le embotaba la cabeza con preguntas sin respuesta, la kunoichi empezó a notar un dolor agudo y penetrante en las sienes. Contuvo el impulso de llevarse ambas manos a la cabeza, recordándose que estaba en presencia del Kawakage, y —estoica— aguantó la dolencia.
—Sí, Kawakage-sama. Le pido disculpas de nuevo —dijo Anzu, con notable firmeza, antes de hacer una respetuosa reverencia.
Luego se dio media vuelta y salió del despacho con paso marcial. Una vez fuera, soltó un suspiro prolongadísimo, dejando ir el sentimiento de culpabilidad que le había estado oprimiendo el pecho durante gran parte de aquel año.
—Ah, al fin... Ya está hecho.
Cerró los ojos un momento, intentando poner en orden sus ideas. El País del Agua, Namiron, los bijuu... Todo aquello parecía sacado de una de las novelas de ficción que tanto le gustaba leer a Datsue.