6/09/2016, 23:59
Todo ocurrió en cuestión de segundos. El rostro de Daruu pasó de un saludable color melocotón a un pálido aún más níveo que Kōri.
—Ay madre que me la peg...
—¡Cuid...! —exclamó Ayame, al ver que las piernas de su compañero temblaban peligrosamente.
Pero ni siquiera Zetsuo fue capaz de reaccionar a tiempo antes de que el chico se desplomara sobre el suelo de la tarima como un títere al que hubieran cortado las cuerdas.
—Maldito enclenque, debilucho, cobarde... —suspiró, con desesperación contenida. Todo se torcía y se complicaba. La escena del desmayo de Daruu sólo había propiciado que los chiquillos volvieran a murmurar entre sí, cada vez más y más temerosos. Si aquello seguía así, sería imposible hacer que se vacunaran por su propia voluntad. Y sería aún más terrible obligarlos por la fuerza—. ¡Ayame!
Ella se encogió sobre sí misma con una exclamación ahogada, como si la hubiesen golpeado con un pesado mazo en la cabeza.
«¡Jolines! ¿Por qué te has tenido que desmayar y dejarme sola con esto...?» Desde el mismo momento en el que Daruu había caído sabía que ella sería la siguiente. Ni siquiera hacía falta que Zetsuo se lo ordenase con palabras, aquellos afilados de rapaz que la taladraban hablaban por sí solos.
—P... ¡Pero yo ya estoy vacunada! Tú mismo... lo hiciste...
—Lo sé. Pero lo que te voy a inyectar no es una vacuna de verdad, sólo es suero fisiológico —explicó, levantando uno de los tarros más pequeños que contenían un líquido transparente como el agua. Ayame tragó saliva de sólo verlo y Zetsuo arqueó una ceja—. ¿Es que tú también le tienes miedo a una agujita de nada?
«Un Hōzuki no sangra... Un Hōzuki...» Pensó, con los puños apretados a ambos lados de los costados. Y, como si le hubiese leído la mente, Zetsuo entornó los ojos en un gesto peligroso.
—Ayame, ven aquí.
Ayame chasqueó la lengua, cerró los ojos un último instante bajo la atenta mirada de decenas de niños que la observaban con los ojos abiertos como platos y, finalmente, se dirigió con pasos lentos y pesados hacia la tarima en la que se encontraba su padre. En ningún momento volvió a mirarle de manera directa, se limitó a arremangarse el brazo izquierdo y después se dejó hacer con resignación. Zetsuo le agarró el brazo con una delicadeza casi impropia de él, le pasó un algodón empapado en alcohol por la zona del hombro y después tomó la jeringuilla. Ayame respiró hondo y contuvo la respiración mientras se esforzaba en mantener la mirada fija en el cuerpo inerte de su compañero de aldea y seguía maldiciéndole para sus adentros. Y todo ocurrió mucho más rápido de lo que habría esperado. Un leve pinchazo le hizo entrecerrar los ojos, pero aguantó estoica mientras Zetsuo terminaba con su labor. Pero las piernas le fallaron en los últimos segundos, y Ayame sintió que su padre la sostenía con más fuerza para evitar que acabara cayendo al suelo.
—Y ya está —dijo, y en el momento en el que sintió que aflojaba la presa sobre ella Ayame se apoyó con disimulo en el carrito—. Como habéis podido comprobar, es un proceso totalmente seguro e indoloro. Nada que unos chicos fuertes como vosotros deban temer.
«Y un cuerno.» Respondió Ayame, mentalmente.
—Y ahora... —Zetsuo se giró hacia Daruu y le propinó un puntapié en la espalda—. ¡Despierta de una vez, gallina! ¡Hora de trabajar!
Sin ningún tipo de delicadeza, dejó caer sobre él un nuevo pergamino. Era una lista de nombres, clasificados por orden alfabético y por clases. Eran los nombres de los alumnos allí presentes.
—Vais a subir aquí según os vaya nombrando Hanaiko. Y no quiero ni un solo retraso.
—Ay madre que me la peg...
—¡Cuid...! —exclamó Ayame, al ver que las piernas de su compañero temblaban peligrosamente.
Pero ni siquiera Zetsuo fue capaz de reaccionar a tiempo antes de que el chico se desplomara sobre el suelo de la tarima como un títere al que hubieran cortado las cuerdas.
—Maldito enclenque, debilucho, cobarde... —suspiró, con desesperación contenida. Todo se torcía y se complicaba. La escena del desmayo de Daruu sólo había propiciado que los chiquillos volvieran a murmurar entre sí, cada vez más y más temerosos. Si aquello seguía así, sería imposible hacer que se vacunaran por su propia voluntad. Y sería aún más terrible obligarlos por la fuerza—. ¡Ayame!
Ella se encogió sobre sí misma con una exclamación ahogada, como si la hubiesen golpeado con un pesado mazo en la cabeza.
«¡Jolines! ¿Por qué te has tenido que desmayar y dejarme sola con esto...?» Desde el mismo momento en el que Daruu había caído sabía que ella sería la siguiente. Ni siquiera hacía falta que Zetsuo se lo ordenase con palabras, aquellos afilados de rapaz que la taladraban hablaban por sí solos.
—P... ¡Pero yo ya estoy vacunada! Tú mismo... lo hiciste...
—Lo sé. Pero lo que te voy a inyectar no es una vacuna de verdad, sólo es suero fisiológico —explicó, levantando uno de los tarros más pequeños que contenían un líquido transparente como el agua. Ayame tragó saliva de sólo verlo y Zetsuo arqueó una ceja—. ¿Es que tú también le tienes miedo a una agujita de nada?
«Un Hōzuki no sangra... Un Hōzuki...» Pensó, con los puños apretados a ambos lados de los costados. Y, como si le hubiese leído la mente, Zetsuo entornó los ojos en un gesto peligroso.
—Ayame, ven aquí.
Ayame chasqueó la lengua, cerró los ojos un último instante bajo la atenta mirada de decenas de niños que la observaban con los ojos abiertos como platos y, finalmente, se dirigió con pasos lentos y pesados hacia la tarima en la que se encontraba su padre. En ningún momento volvió a mirarle de manera directa, se limitó a arremangarse el brazo izquierdo y después se dejó hacer con resignación. Zetsuo le agarró el brazo con una delicadeza casi impropia de él, le pasó un algodón empapado en alcohol por la zona del hombro y después tomó la jeringuilla. Ayame respiró hondo y contuvo la respiración mientras se esforzaba en mantener la mirada fija en el cuerpo inerte de su compañero de aldea y seguía maldiciéndole para sus adentros. Y todo ocurrió mucho más rápido de lo que habría esperado. Un leve pinchazo le hizo entrecerrar los ojos, pero aguantó estoica mientras Zetsuo terminaba con su labor. Pero las piernas le fallaron en los últimos segundos, y Ayame sintió que su padre la sostenía con más fuerza para evitar que acabara cayendo al suelo.
—Y ya está —dijo, y en el momento en el que sintió que aflojaba la presa sobre ella Ayame se apoyó con disimulo en el carrito—. Como habéis podido comprobar, es un proceso totalmente seguro e indoloro. Nada que unos chicos fuertes como vosotros deban temer.
«Y un cuerno.» Respondió Ayame, mentalmente.
—Y ahora... —Zetsuo se giró hacia Daruu y le propinó un puntapié en la espalda—. ¡Despierta de una vez, gallina! ¡Hora de trabajar!
Sin ningún tipo de delicadeza, dejó caer sobre él un nuevo pergamino. Era una lista de nombres, clasificados por orden alfabético y por clases. Eran los nombres de los alumnos allí presentes.
—Vais a subir aquí según os vaya nombrando Hanaiko. Y no quiero ni un solo retraso.