13/09/2016, 20:10
—¡Ay, leches!
Daruu no tardó más que unos pocos segundos en recobrar la consciencia y entre estrambóticos aspavientos y ahogados quejidos tomó el pergamino que Zetsuo le había arrojado y había terminado cayendo sobre su nariz. Para cuando se levantó, el médico le dirigió una fugaz mirada de reojo.
«No está contento...» Ayamet¡ tragó saliva al ver el rostro de su padre extremadamente sombrío y su ceño fruncido. Y, por un momento, tuvo verdadero miedo. Miedo de que les diera la misión por fallida pero, sobre todo, miedo de decepcionarle...
Daruu, rígido como una tabla, desplegó el pergamino ante sí y su voz adquirió un tono autoritario que no pegaba nada con su imagen:
—Karuri Musagi. Suba a la tarima.
Pero sólo obtuvo un profundo silencio como respuesta. Los niños se miraron entre sí, algunos de ellos comenzaron a murmurar, y uno de los profesores se levantó:
—¿Musagi-chan? ¿Dónde estás, Musagi-chan?
Más murmullos, pero ninguna respuesta. Misugi, simplemente, había desaparecido.
—¿Qué cojones ocurre ahora? —preguntó Zetsuo, cada vez más irritado. Se había colocado detrás de Daruu, y mientras el chico pasaba lista se había propuesto a preparar el material. Pero ahora había vuelto a levantar la mirada. Aquellos peligrosos ojos aguamarina que ahora brillaban con más impaciencia que nunca.
—Disculpe, Zetsuo-sama... —el profesor, apurado, inclinó el cuerpo en una reverencia de disculpa antes de dirigirse a sus propios alumnos—. ¿Alguno sabe dónde ha ido Musagi-chan?
Unos breves segundos de silencio, y entonces una niña de cabellos oscuros levantó la mano.
—Dijo que tenía que salir un momento...
—Oh, no... —murmuró Ayame, pálida como la luna, y Zetsuo se volvió enseguida hacia ella.
—¿Tú sabes algo sobre esto, Ayame? —preguntó, y ante su tono de voz ella no pudo evitar sentirse como un diminuto pajarillo en las garras de un águila.
—Ha... hace poco vino una niña diciendo que necesitaba ir al baño...
—¡¿Y la dejaste salir?! —exclamó, dando un golpe sobre la carretilla y levantándose de golpe. Ayame volvió a encogerse sobre sí misma, terriblemente asustada.
—¡No, no! Ha debido de salir cuando he subido para... la demostración de la vacuna... Yo no he sido... ¡lo juro!
Zetsuo dio un profundo suspiró y se masajeó las sienes con las yemas de los dedos.
—Santa paciencia... —susurró, antes de volverse a Daruu—. Hanaiko, ve a buscarla. Ahora. Ayame seguirá con la lista.
Su tono no admitía ningún tipo de réplica. Mucho menos el brillo de sus ojos.
Daruu no tardó más que unos pocos segundos en recobrar la consciencia y entre estrambóticos aspavientos y ahogados quejidos tomó el pergamino que Zetsuo le había arrojado y había terminado cayendo sobre su nariz. Para cuando se levantó, el médico le dirigió una fugaz mirada de reojo.
«No está contento...» Ayamet¡ tragó saliva al ver el rostro de su padre extremadamente sombrío y su ceño fruncido. Y, por un momento, tuvo verdadero miedo. Miedo de que les diera la misión por fallida pero, sobre todo, miedo de decepcionarle...
Daruu, rígido como una tabla, desplegó el pergamino ante sí y su voz adquirió un tono autoritario que no pegaba nada con su imagen:
—Karuri Musagi. Suba a la tarima.
Pero sólo obtuvo un profundo silencio como respuesta. Los niños se miraron entre sí, algunos de ellos comenzaron a murmurar, y uno de los profesores se levantó:
—¿Musagi-chan? ¿Dónde estás, Musagi-chan?
Más murmullos, pero ninguna respuesta. Misugi, simplemente, había desaparecido.
—¿Qué cojones ocurre ahora? —preguntó Zetsuo, cada vez más irritado. Se había colocado detrás de Daruu, y mientras el chico pasaba lista se había propuesto a preparar el material. Pero ahora había vuelto a levantar la mirada. Aquellos peligrosos ojos aguamarina que ahora brillaban con más impaciencia que nunca.
—Disculpe, Zetsuo-sama... —el profesor, apurado, inclinó el cuerpo en una reverencia de disculpa antes de dirigirse a sus propios alumnos—. ¿Alguno sabe dónde ha ido Musagi-chan?
Unos breves segundos de silencio, y entonces una niña de cabellos oscuros levantó la mano.
—Dijo que tenía que salir un momento...
—Oh, no... —murmuró Ayame, pálida como la luna, y Zetsuo se volvió enseguida hacia ella.
—¿Tú sabes algo sobre esto, Ayame? —preguntó, y ante su tono de voz ella no pudo evitar sentirse como un diminuto pajarillo en las garras de un águila.
—Ha... hace poco vino una niña diciendo que necesitaba ir al baño...
—¡¿Y la dejaste salir?! —exclamó, dando un golpe sobre la carretilla y levantándose de golpe. Ayame volvió a encogerse sobre sí misma, terriblemente asustada.
—¡No, no! Ha debido de salir cuando he subido para... la demostración de la vacuna... Yo no he sido... ¡lo juro!
Zetsuo dio un profundo suspiró y se masajeó las sienes con las yemas de los dedos.
—Santa paciencia... —susurró, antes de volverse a Daruu—. Hanaiko, ve a buscarla. Ahora. Ayame seguirá con la lista.
Su tono no admitía ningún tipo de réplica. Mucho menos el brillo de sus ojos.