14/09/2016, 23:18
—Quizá no lo hicieran. Quizá mi Kage sí cumpliría con el Pacto —replicó Datsue, obligando a Ayame a alzar de nuevo la mirada hacia él ante aquella acusación pobremente disfrazada—. Dices que estamos usando a los Bijuus como meras armas, incluyéndonos a todos —se señaló el pecho, antes de volver a señalarla a ella—. Pero te recuerdo que sois vosotros, los de Ame, los únicos que lo estáis haciendo. Los únicos que usasteis a un Bijuu para arrasar con una Aldea. Los únicos que rompisteis la misión más importante que todo Jinchuuriki debe tener: custodiar a su propia bestia.
En aquella ocasión la acusación no vino acompañada de ningún tipo de disfraz. La había lanzado como una saeta con su dedo índice al señalarla directamente como culpable de la masacre en Kusagakure. A ella y a toda su aldea. Y Ayame apenas conseguía contener toda la rabia que bullía en sus entrañas como un volcán en erupción en el puño que temblaba, apretado con todas sus fuerzas, junto a su costado.
—Y ahora lo que me pregunto es: ¿Qué harás cuando vuelvan a querer usar al Gobi? ¿Fallarás de nuevo en tu misión? ¿Volverás a dejarte manipular?
El Uchiha se llevó una mano a la barbilla y volvió a mirarla de arriba a abajo, pero en aquella ocasión de una manera mucho más evaluadora... mucho más... ¿avariciosa? Pero Ayame no estaba en condiciones de ponerse a analizar lo que podía estar pasando por la mente del de Takigakure.
—¿Acaso crees que estaba en mi mano elegir? ¿Crees que yo elegí convertirme en jinchuuriki= ¿Crees que yo habría... habría hecho algo así de manera voluntaria, Datsue? —le espetó con crudeza y un amargo sufrimiento inundando sus ojos.
¿Acaso sabía él todo lo que había desencadenado una orden tan atroz como era la total aniquilación de una aldea hasta ahora aliada? ¿Acaso sabía todo lo que había tenido que soportar después de aquella noche? ¿Las decisiones que había llegado a tomar después de enterarse de la verdad de lo ocurrido? No. Estaba claro que el Uchiha no sabía nada. Y sería incapaz de comprender todos los horrores que llevaba guardados como una vieja cicatriz en el centro del pecho y que ahora se había empeñado tanto en remover.
—Ya te lo he dicho: No nos corresponde a nosotros juzgar a nuestros superiores. Y mucho menos como simples genin. Nos debemos a nuestra aldea, y ya juramos lealtad absoluta cuando nos dieron esta bandana —afirmó, señalándose la frente con el dedo pulgar—. Pero te aseguro que no permitiré que me vuelvan a utilizar para una cosa así. A mí, ni a ningún otro bijuu. No permitiré que acabemos como las viejas Cinco aldeas.
En aquella ocasión la acusación no vino acompañada de ningún tipo de disfraz. La había lanzado como una saeta con su dedo índice al señalarla directamente como culpable de la masacre en Kusagakure. A ella y a toda su aldea. Y Ayame apenas conseguía contener toda la rabia que bullía en sus entrañas como un volcán en erupción en el puño que temblaba, apretado con todas sus fuerzas, junto a su costado.
—Y ahora lo que me pregunto es: ¿Qué harás cuando vuelvan a querer usar al Gobi? ¿Fallarás de nuevo en tu misión? ¿Volverás a dejarte manipular?
El Uchiha se llevó una mano a la barbilla y volvió a mirarla de arriba a abajo, pero en aquella ocasión de una manera mucho más evaluadora... mucho más... ¿avariciosa? Pero Ayame no estaba en condiciones de ponerse a analizar lo que podía estar pasando por la mente del de Takigakure.
—¿Acaso crees que estaba en mi mano elegir? ¿Crees que yo elegí convertirme en jinchuuriki= ¿Crees que yo habría... habría hecho algo así de manera voluntaria, Datsue? —le espetó con crudeza y un amargo sufrimiento inundando sus ojos.
¿Acaso sabía él todo lo que había desencadenado una orden tan atroz como era la total aniquilación de una aldea hasta ahora aliada? ¿Acaso sabía todo lo que había tenido que soportar después de aquella noche? ¿Las decisiones que había llegado a tomar después de enterarse de la verdad de lo ocurrido? No. Estaba claro que el Uchiha no sabía nada. Y sería incapaz de comprender todos los horrores que llevaba guardados como una vieja cicatriz en el centro del pecho y que ahora se había empeñado tanto en remover.
—Ya te lo he dicho: No nos corresponde a nosotros juzgar a nuestros superiores. Y mucho menos como simples genin. Nos debemos a nuestra aldea, y ya juramos lealtad absoluta cuando nos dieron esta bandana —afirmó, señalándose la frente con el dedo pulgar—. Pero te aseguro que no permitiré que me vuelvan a utilizar para una cosa así. A mí, ni a ningún otro bijuu. No permitiré que acabemos como las viejas Cinco aldeas.