18/09/2016, 01:13
Fue corta la estadía en Amegakure, o mejor dicho, en sus alrededores. Un viaje de vuelta sin ninguna complicación, un viaje con la mente en blanco preparándose para el tiempo de reflexión que se acercaba. Un leve y rápido paso por su morada solamente para obtener los recursos necesarios. Ropa, alimento y dinero. Destino: el norte.
El calvo nunca se había dirigido a la ciudad que había escuchado varias veces por las calles de su aldea. Una ciudad cubierta de nieve y rodeada de montañas que se escondía en la punta del continente, Yukio. Nombre que en uno de sus escritos Karamaru identificaría como "igual" al de su máximo predecesor, el padre de los sabios, el padre del templo. Yukio Hatoyama era el causante de toda la vida del monje, y de todos sus compañeros. Si no hubiese sido por él Karamaru no nacía, no crecía, no llegaba a lo que ese día debía de ser.
Pero antes de poder pensar en esas cosas las huellas ya se marcaban en el barro de los caminos del País de la Tormenta. La mente seguía en blanco, como si todavía siguiese procesando los eventos que habían sucedido varios días atrás. Sus ojos se perdían en los hermosos paisajes de su patria, y cuando no había nada para ver calvaba la vista en sus pies y cabizbajo seguía su camino. De pronto la lluvia comenzó a ser nieve, se paso de la humedad al frío y la transpiración a leves temblores para calentar el cuerpo. Velozmente transitaba de su ciudad de origen a esa bella ciudad escondida bajo las capas blancas de la nieve.
Los árboles lo rodeaban, árboles blancos y altos de troncos gruesos y oscuros. El sendero estaba marcado, solo quedaba mojar y enterrar un poco más los pies para arribar a la calidez de una casa en Yukio, una casa prestada por un viejo hombre de Amegakure. Paso tras paso fue descubriendo nuevos paisajes, los árboles se convertían en montañas y las luciérnagas en faroles. De noche llegaba a la entrada de la gran ciudad que lo contendría por un año.
Su estancia en los centros de la urbe sería muy reducida, solamente para comprar cosas necesarias. Su hospedaje se quedaba unos pocos kilómetros alejado y unos cuantos metros más altos. En la base de una de la montañas cercanas a Yukio estaba el edificio de madera, ni grande ni pequeño pero si bastante aislado.
Sería un año de entrenamiento y reflexión, un año lejos de la gente, un año para prepararse, un año para clarificar sus ideas. Su único contacto con la raza humana sería para obtener alimentos y si lo podría evitar mejor. Solo existiría el enlace entre él y la naturaleza. Todo tipo de vida y elementos lo rodeaban, todo lo que necesitaba para un año de ermitaño.
De ese año quedaron recuerdos y memorias, ideas y aprendizajes. Recuento de cosas que Karamaru ahora guarda en su habitación, pergaminos enteros llenos de sus escritos. Porque si algo hizo Karamaru en ese lugar de madera fue escribir. Cada noche se acercaba a su ventana, se sentaba en la silla debajo de ella y, con el escritorio de frente, tomaba tinta y pluma y dibujaba con letras el lienzo blanco.
Estas son las palabras de ese monje calvo, palabras hechas en el comienzo de su adolescencia, palabras jóvenes llenas de dudas e ignorancia.
Todo un momento que recordaría por ser el puntapié inicial en su maduración, en su conversión de niño a hombre, de aprendiz a shinobi.
El calvo nunca se había dirigido a la ciudad que había escuchado varias veces por las calles de su aldea. Una ciudad cubierta de nieve y rodeada de montañas que se escondía en la punta del continente, Yukio. Nombre que en uno de sus escritos Karamaru identificaría como "igual" al de su máximo predecesor, el padre de los sabios, el padre del templo. Yukio Hatoyama era el causante de toda la vida del monje, y de todos sus compañeros. Si no hubiese sido por él Karamaru no nacía, no crecía, no llegaba a lo que ese día debía de ser.
Pero antes de poder pensar en esas cosas las huellas ya se marcaban en el barro de los caminos del País de la Tormenta. La mente seguía en blanco, como si todavía siguiese procesando los eventos que habían sucedido varios días atrás. Sus ojos se perdían en los hermosos paisajes de su patria, y cuando no había nada para ver calvaba la vista en sus pies y cabizbajo seguía su camino. De pronto la lluvia comenzó a ser nieve, se paso de la humedad al frío y la transpiración a leves temblores para calentar el cuerpo. Velozmente transitaba de su ciudad de origen a esa bella ciudad escondida bajo las capas blancas de la nieve.
Los árboles lo rodeaban, árboles blancos y altos de troncos gruesos y oscuros. El sendero estaba marcado, solo quedaba mojar y enterrar un poco más los pies para arribar a la calidez de una casa en Yukio, una casa prestada por un viejo hombre de Amegakure. Paso tras paso fue descubriendo nuevos paisajes, los árboles se convertían en montañas y las luciérnagas en faroles. De noche llegaba a la entrada de la gran ciudad que lo contendría por un año.
Su estancia en los centros de la urbe sería muy reducida, solamente para comprar cosas necesarias. Su hospedaje se quedaba unos pocos kilómetros alejado y unos cuantos metros más altos. En la base de una de la montañas cercanas a Yukio estaba el edificio de madera, ni grande ni pequeño pero si bastante aislado.
Sería un año de entrenamiento y reflexión, un año lejos de la gente, un año para prepararse, un año para clarificar sus ideas. Su único contacto con la raza humana sería para obtener alimentos y si lo podría evitar mejor. Solo existiría el enlace entre él y la naturaleza. Todo tipo de vida y elementos lo rodeaban, todo lo que necesitaba para un año de ermitaño.
De ese año quedaron recuerdos y memorias, ideas y aprendizajes. Recuento de cosas que Karamaru ahora guarda en su habitación, pergaminos enteros llenos de sus escritos. Porque si algo hizo Karamaru en ese lugar de madera fue escribir. Cada noche se acercaba a su ventana, se sentaba en la silla debajo de ella y, con el escritorio de frente, tomaba tinta y pluma y dibujaba con letras el lienzo blanco.
Estas son las palabras de ese monje calvo, palabras hechas en el comienzo de su adolescencia, palabras jóvenes llenas de dudas e ignorancia.
Todo un momento que recordaría por ser el puntapié inicial en su maduración, en su conversión de niño a hombre, de aprendiz a shinobi.
"El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento al lado oscuro"
-Maestro Yoda.
◘ Hablo ◘ Pienso ◘
-Maestro Yoda.
◘ Hablo ◘ Pienso ◘