18/09/2016, 13:32
—Entendido —Para sorprensa de Zetsuo, Daruu acató enseguida la orden en lugar de resistirse como había hecho anteriormente.
Le observó bajar del escenario y reparó en que Ayame le dirigía una breve mirada de soslayo rebosante de disculpas cuando se cruzó con él en su camino hasta ocupar el sitio que hasta el momento había sido suyo.
—Sigue a partir de Karuri Musagi —le indicó, y ella asintió.
—Ryūsei... Ryūsei Ryū —llamó, con voz rasposa.
Para el alivio de todos los presentes, y sobre todo para alivio de Ayame, un tembloroso muchacho se levantó de su asiento.
«Menos mal...» Suspiró, para sus adentros.
Mientras, Daruu había salido del salón de actos y ahora caminaba por uno de los pasillos del Torreón de la Academia. Estaban en pleno horario de clase para los alumnos más mayores, por lo que se encontró con un edificio completamente desierto. Indeciso sobre qué camino tomar, el chico siguió su camino y giró una esquina. Nuevamente, se encontraba en un largo pasillo sin un solo atisbo de vida y sus ojos sólo alcanzaban a ver ventanas y puertas, una ingente cantidad de puertas. De algunas de ellas se podía escuchar el murmullo sordo de un profesor dando su lección o incluso la de un grupo de chicos de aproximadamente su edad charlando animadamente entre ellos. Eso sí, todas aquellas puertas estaban señaladas con etiquetadas con carteles que rezaban el número de la clase: A-05... A-06... A-07... A-08... A la derecha quedaban los números pares. A la izquierda, los números impares. Y, hacia la mitad del pasillo, los carteles cambiaban sus números por un par de siluetas: a la izquierda el monigote de una persona, a la derecha el monigote de una persona con falda.
Le observó bajar del escenario y reparó en que Ayame le dirigía una breve mirada de soslayo rebosante de disculpas cuando se cruzó con él en su camino hasta ocupar el sitio que hasta el momento había sido suyo.
—Sigue a partir de Karuri Musagi —le indicó, y ella asintió.
—Ryūsei... Ryūsei Ryū —llamó, con voz rasposa.
Para el alivio de todos los presentes, y sobre todo para alivio de Ayame, un tembloroso muchacho se levantó de su asiento.
«Menos mal...» Suspiró, para sus adentros.
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Mientras, Daruu había salido del salón de actos y ahora caminaba por uno de los pasillos del Torreón de la Academia. Estaban en pleno horario de clase para los alumnos más mayores, por lo que se encontró con un edificio completamente desierto. Indeciso sobre qué camino tomar, el chico siguió su camino y giró una esquina. Nuevamente, se encontraba en un largo pasillo sin un solo atisbo de vida y sus ojos sólo alcanzaban a ver ventanas y puertas, una ingente cantidad de puertas. De algunas de ellas se podía escuchar el murmullo sordo de un profesor dando su lección o incluso la de un grupo de chicos de aproximadamente su edad charlando animadamente entre ellos. Eso sí, todas aquellas puertas estaban señaladas con etiquetadas con carteles que rezaban el número de la clase: A-05... A-06... A-07... A-08... A la derecha quedaban los números pares. A la izquierda, los números impares. Y, hacia la mitad del pasillo, los carteles cambiaban sus números por un par de siluetas: a la izquierda el monigote de una persona, a la derecha el monigote de una persona con falda.