18/09/2016, 14:04
(Última modificación: 18/09/2016, 14:05 por Aotsuki Ayame.)
—¿Eh…? —murmuró Datsue al cabo de algunos segundos, y Ayame torció el gesto.
«¿Acaso me estaba escuchando?» Se preguntó, con cierta irritación.
—Ah, eso... Pues… ¿No crees que es un poco contradictorio? —preguntó el de Takugakure—. No permitirás que algo así suceda de nuevo, pero a la vez no te permites cuestionar las órdenes de tu Kage. ¿Cómo le llamaban a eso? ¿Paradoja?
Ayame hundió los hombros. La verdad era que no podía negarle la razón a Datsue. Estaba afirmando con toda su vehemencia que no permitiría que volvieran a utilizarla de la manera que lo habían hecho cuando se decidió la aniquilación de Kusagakure, pero al mismo tiempo sabía bien que era imposible negarse a los deseos de la Arashikage. Ya fuera voluntariamente o por la fuerza, como jinchuriki de Amegakure se vería obligada a doblegarse a sus deseos.
«¡Ah! Pero... no fue Yui-sama la responsable de esa decisión...» Recordó entonces, y se aferró a esa idea como a un tabla en mitad de una tormenta en el océano.
—Aunque quizá haya una posible solución para eso —añadió de repente Datsue, y Ayame levantó de golpe la cabeza.
—¿Q... Qué?
—Si alguien lo suficientemente bueno en fuuinjutsu hiciese un sellado extra sobre el tuyo… Un sello que ni tu Kage conociese…
—Espera, ¿qué estás...?
—¡Y permíteme decir una cosa! —añadió, con una sonrisa de oreja a oreja y un extraño destello brillando en sus ojos y que le puso los pelos de punta—. Para ese propósito, nadie mejor que un servi…
—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHH!
Un repentino chillido agudo rompió las palabras de Datsue. Sobresaltada, y con el corazón en un puño, Ayame se irguió en toda su estatura y, rígida como una tabla, dirigió sus ojos hacia el origen del sonido. La posada de la que habían salido ambos hacía apenas unos minutos.
—¿Qué ha pasado? —preguntó en apenas un susurro.
Pero sin esperar tan siquiera una respuesta, se acercó entre zancadas a la entrada del edificio. No llegó a entrar en ella, sin embargo. Sería una auténtica locura hacer algo así, entrar en las fauces del lobo completamente a ciegas. En su lugar, se apoyó en la pared y trató de mirar a través de la ventana más cercana.
«¿Acaso me estaba escuchando?» Se preguntó, con cierta irritación.
—Ah, eso... Pues… ¿No crees que es un poco contradictorio? —preguntó el de Takugakure—. No permitirás que algo así suceda de nuevo, pero a la vez no te permites cuestionar las órdenes de tu Kage. ¿Cómo le llamaban a eso? ¿Paradoja?
Ayame hundió los hombros. La verdad era que no podía negarle la razón a Datsue. Estaba afirmando con toda su vehemencia que no permitiría que volvieran a utilizarla de la manera que lo habían hecho cuando se decidió la aniquilación de Kusagakure, pero al mismo tiempo sabía bien que era imposible negarse a los deseos de la Arashikage. Ya fuera voluntariamente o por la fuerza, como jinchuriki de Amegakure se vería obligada a doblegarse a sus deseos.
«¡Ah! Pero... no fue Yui-sama la responsable de esa decisión...» Recordó entonces, y se aferró a esa idea como a un tabla en mitad de una tormenta en el océano.
—Aunque quizá haya una posible solución para eso —añadió de repente Datsue, y Ayame levantó de golpe la cabeza.
—¿Q... Qué?
—Si alguien lo suficientemente bueno en fuuinjutsu hiciese un sellado extra sobre el tuyo… Un sello que ni tu Kage conociese…
—Espera, ¿qué estás...?
—¡Y permíteme decir una cosa! —añadió, con una sonrisa de oreja a oreja y un extraño destello brillando en sus ojos y que le puso los pelos de punta—. Para ese propósito, nadie mejor que un servi…
—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHH!
Un repentino chillido agudo rompió las palabras de Datsue. Sobresaltada, y con el corazón en un puño, Ayame se irguió en toda su estatura y, rígida como una tabla, dirigió sus ojos hacia el origen del sonido. La posada de la que habían salido ambos hacía apenas unos minutos.
—¿Qué ha pasado? —preguntó en apenas un susurro.
Pero sin esperar tan siquiera una respuesta, se acercó entre zancadas a la entrada del edificio. No llegó a entrar en ella, sin embargo. Sería una auténtica locura hacer algo así, entrar en las fauces del lobo completamente a ciegas. En su lugar, se apoyó en la pared y trató de mirar a través de la ventana más cercana.