18/09/2016, 17:29
A través del cristal, Ayame observó cómo varios clientes se levantaban de sus mesas, alborotados. Todas y cada una de sus miradas parecían dirigirse hacia la barra, donde la camarera sujetaba unos papeles en la mano y no paraba de gesticular. Hubo algún grito más, el sonido inconfundible de un puño contra la mesa y voces dispersas que Ayame no pudo descifrar.
Segundos más tarde, alguien abrió la puerta con tal fuerza que bien pudo haber desencajado los goznes que la sujetaban. Se trataba de un hombre que rozaba la cuarentena, de pelo negro y corto y barba descuidada. Sus ojos, oscuros, se toparon de lleno con los de Ayame.
—¡Tú! —rugió, señalándola con un dedo áspero e hinchado—. ¡¿Dónde está el malnacido?!
—¡Debes ayudarnos! —exclamó otro hombre, más menudo y sin barba, que también acababa de salir y miraba directamente a la bandana de la kunoichi—. ¡Es tu deber!
Media docena más de gente salió en tropel, mirando hacia todas partes.
—¡Somos tu pueblo! —aseguró otro, tras posar los ojos en la bandana de Ayame—. ¡¿Acaso no vas a defender a tu gente?!
—¡POR ALGO PAGAMOS NUESTROS IMPUESTOS! —añadió una mujer regordeta y de pelo rizado, con los ojos a punto de salírsele de las órbitas—. ¡NUESTROS IMPUESTOS!
—¡Ya no hay respeto por nada! —gritó otra mujer, que se coló entre el tumulto y llegó hasta Ayame. Era la camarera, fácilmente reconocible por su atuendo—. ¡Mira! ¡Mira esta broma de mal gusto! —chilló, plantándole varios trozos de papel higiénico a centímetros del rostro. En cada uno de ellos había dibujados varios símbolos con tinta azul. Símbolos sencillos y fácilmente reconocibles, como el de una carita sonriente sacando la lengua o la representación gráfica de una caquita...
... A espaldas de Ayame, y a una distancia apreciable, la figura de un caballo y la espalda de su jinete se difuminaban entre la cortina de lluvia…
—¡¡¡YEEEEEHAAAAAA!!!
Segundos más tarde, alguien abrió la puerta con tal fuerza que bien pudo haber desencajado los goznes que la sujetaban. Se trataba de un hombre que rozaba la cuarentena, de pelo negro y corto y barba descuidada. Sus ojos, oscuros, se toparon de lleno con los de Ayame.
—¡Tú! —rugió, señalándola con un dedo áspero e hinchado—. ¡¿Dónde está el malnacido?!
—¡Debes ayudarnos! —exclamó otro hombre, más menudo y sin barba, que también acababa de salir y miraba directamente a la bandana de la kunoichi—. ¡Es tu deber!
Media docena más de gente salió en tropel, mirando hacia todas partes.
—¡Somos tu pueblo! —aseguró otro, tras posar los ojos en la bandana de Ayame—. ¡¿Acaso no vas a defender a tu gente?!
—¡POR ALGO PAGAMOS NUESTROS IMPUESTOS! —añadió una mujer regordeta y de pelo rizado, con los ojos a punto de salírsele de las órbitas—. ¡NUESTROS IMPUESTOS!
—¡Ya no hay respeto por nada! —gritó otra mujer, que se coló entre el tumulto y llegó hasta Ayame. Era la camarera, fácilmente reconocible por su atuendo—. ¡Mira! ¡Mira esta broma de mal gusto! —chilló, plantándole varios trozos de papel higiénico a centímetros del rostro. En cada uno de ellos había dibujados varios símbolos con tinta azul. Símbolos sencillos y fácilmente reconocibles, como el de una carita sonriente sacando la lengua o la representación gráfica de una caquita...
... A espaldas de Ayame, y a una distancia apreciable, la figura de un caballo y la espalda de su jinete se difuminaban entre la cortina de lluvia…
—¡¡¡YEEEEEHAAAAAA!!!
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado