20/09/2016, 19:10
—¿Unos dibujos en el papel higiénico? —repitió la camarera, estridente—. Se suponía que esto eran ryos. ¡Ryos! Me dio tres billetes de diez, y el muy caradura hasta insistió para me quedase la vuelta. Pero minutos después de que saliera… cuando fui a la caja para dar el cambio, me encontré con esto —La camarera no paraba de sacudir el papel higiénico frente a una Ayame lívida como la cera—. ¡Esto!
«Eso explica por qué están enfadados...» Reflexionó, comenzando a contagiarse de la rabia que expedían los ciudadanos.
—Maldito estúpido... —masculló, apretando los puños.
—¡Brujería! —aulló la mujer de cabellos rizados, con la vena del cuello reverberando como un tambor de guerra.
Pero Ayame sabía bien que no se trataba de brujería. Eran artes ninja, eso sin lugar a dudas. Quizás incluso Genjutsu. Ya había sido testigo varias veces de lo bien que se le daba a Datsue engañar a la gente, después de todo. Aunque no había llegado a desentrañar hasta ahora los misterios de sus actuaciones.
Mientras Ayame meditaba, los clientes de la posada seguían vociferando a viva voz. Y cada grito se clavaba en su mente como un nuevo martillazo.
—¡Una estafa en toda regla, eso es lo que es!
—¡Te pagaremos! ¡Pero debes apresarlo y hacerle pagar! Ya no por el dinero, ¡sino por orgullo!
—¡Que le corte la mano!
—¡QUE LE CORTEN EL CUELLO! ¡MUERTE AL LADRÓN!¡MUERTEEEEEE!
Aquel último alarido le hizo descomponer el rostro en una mueca de dolor. Ayame levantó las manos, pidiendo un instante de calma:
—¡No necesito que me paguéis! —exclamó, tratando de hacerse oír por encima del estruendo. Después se ajustó mejor la bandana sobre la frente—. No os preocupéis, le atraparé y le devolveré aquí para que pague lo que debe. ¡Os lo prometo!
Y, sin esperar siquiera una respuesta, echó a correr a través de la llovizna en la dirección en la que había visto galopar al Uchiha por última vez.
—Maldito Uchiha, esta me la vas a pagar... —mascullaba, con los ojos entrecerrados y las entrañas encendidas en un fuego abrasador.
Por suerte, ella contaba con ventaja. Datsue estaba en su territorio, en su propio país, y no sólo no conocería tan bien aquellas tierras como ella misma sino que además no sabría moverse eficazmente a través de la tormenta. Por si no fuera poco, los pesados cascos del caballo, cargado con dos jinetes (aunque uno de ellos fuera apenas un bebé), dejaba un rastro más que evidente en la tierra embarrada.
Aunque contaba con una evidente desventaja: Datsue iba a caballo y ella a pie. Pero, costara el tiempo que le costara encontrar al Uchiha, estaba más que determinada a hacerlo.
«Eso explica por qué están enfadados...» Reflexionó, comenzando a contagiarse de la rabia que expedían los ciudadanos.
—Maldito estúpido... —masculló, apretando los puños.
—¡Brujería! —aulló la mujer de cabellos rizados, con la vena del cuello reverberando como un tambor de guerra.
Pero Ayame sabía bien que no se trataba de brujería. Eran artes ninja, eso sin lugar a dudas. Quizás incluso Genjutsu. Ya había sido testigo varias veces de lo bien que se le daba a Datsue engañar a la gente, después de todo. Aunque no había llegado a desentrañar hasta ahora los misterios de sus actuaciones.
Mientras Ayame meditaba, los clientes de la posada seguían vociferando a viva voz. Y cada grito se clavaba en su mente como un nuevo martillazo.
—¡Una estafa en toda regla, eso es lo que es!
—¡Te pagaremos! ¡Pero debes apresarlo y hacerle pagar! Ya no por el dinero, ¡sino por orgullo!
—¡Que le corte la mano!
—¡QUE LE CORTEN EL CUELLO! ¡MUERTE AL LADRÓN!¡MUERTEEEEEE!
Aquel último alarido le hizo descomponer el rostro en una mueca de dolor. Ayame levantó las manos, pidiendo un instante de calma:
—¡No necesito que me paguéis! —exclamó, tratando de hacerse oír por encima del estruendo. Después se ajustó mejor la bandana sobre la frente—. No os preocupéis, le atraparé y le devolveré aquí para que pague lo que debe. ¡Os lo prometo!
Y, sin esperar siquiera una respuesta, echó a correr a través de la llovizna en la dirección en la que había visto galopar al Uchiha por última vez.
—Maldito Uchiha, esta me la vas a pagar... —mascullaba, con los ojos entrecerrados y las entrañas encendidas en un fuego abrasador.
Por suerte, ella contaba con ventaja. Datsue estaba en su territorio, en su propio país, y no sólo no conocería tan bien aquellas tierras como ella misma sino que además no sabría moverse eficazmente a través de la tormenta. Por si no fuera poco, los pesados cascos del caballo, cargado con dos jinetes (aunque uno de ellos fuera apenas un bebé), dejaba un rastro más que evidente en la tierra embarrada.
Aunque contaba con una evidente desventaja: Datsue iba a caballo y ella a pie. Pero, costara el tiempo que le costara encontrar al Uchiha, estaba más que determinada a hacerlo.