24/09/2016, 19:15
(Última modificación: 24/09/2016, 19:21 por Aotsuki Ayame.)
Con la lluvia aún salpicando su rostro, y tras un tiempo utilizando toda la potencia de sus piernas para poder correr lo más rápido que era capaz siguiendo las huellas del caballo, Ayame se vio obligada a frenar sus pasos cuando comenzó a sentir un palpitante dolor a la altura del costado.
«Flato... Maldita sea...» Chasqueó la lengua, entre pesadas respiraciones. Pero no permitió que el agotamiento le hiciera detener del todo la marcha.
Por mucho que le pesaran los pulmones, por mucho que su corazón latiera como un furioso tambor, por mucho que el flato se empeñara en apuñalar sus costillas una y otra vez, por mucho que le flaquearan las piernas... estaba dispuesta a encontrar a Datsue. Y no pensaba pararse hasta conseguirlo. Se lo había prometido a las personas de la posada. Y se lo había prometido a sí misma. Aquella iba a ser la última vez que aquel Uchiha le tomara el pelo y la dejara como una estúpida.
Al cabo de un buen rato se dio cuenta de una cosa. Las huellas que habían dejado los cascos del animal cada vez se hundían más en la tierra embarrada y cada vez se separaban menos las unas de las otras.
«Aquí ha frenado.» Comprendió, entrecerrando ligeramente los ojos. Sin embargo, también había un detalle que no lograba comprender: las huellas escoraban hacia la izquierda de una manera muy extraña.
No tuvo mucho tiempo para pensar en ello. Ayame se detuvo de golpe cuando llegó a una zona de la llanura donde la hierba era muy dispersa y apenas sobresalía unos pocos centímetros por encima del suelo, y se encontró de golpe ante una red enmarañada de huellas que parecían multiplicarse entre sí.
«¿Está intentando confundirme?» Pensó, entre agitados jadeos, mientras sus ojos estudiaban minuciosos el terreno. Eso sólo podía significar que sabía, o esperaba, que alguien, o ella misma, le estaba siguiendo.
Las huellas se habían hecho aún más profundas, e incluso algunas de ellas señalaban hacia la izquierda. Más adelante el rastro parecía volverse a normalizarse, dirigiéndose de nuevo hacia el norte; pero había algo más: como si se hubiera bajado de su montura, allí también nacían las huellas dejadas por las zapatillas de una persona y abandonaban la posición del animal para dirigirse hacia la izquierda en una perpendicular perfecta.
Ayame se agachó justo donde nacían aquellas huellas, señalándolas con el dedo índice.
—¿Has abandonado a tu caballo, Datsue? —se preguntó en voz alta, pero enseguida frunció el ceño y echó a correr hacia el norte, siguiendo los cascos del animal.
No. Recordaba lo importante que era aquel animal para el Uchiha. Si no lo fuera, no habría arriesgado tanto por rescatarlo de las manos de aquel mercader en el Puente Kannabi. Toda aquella pantomima debía de ser una estratagema para despistarla en su persecución.
«Flato... Maldita sea...» Chasqueó la lengua, entre pesadas respiraciones. Pero no permitió que el agotamiento le hiciera detener del todo la marcha.
Por mucho que le pesaran los pulmones, por mucho que su corazón latiera como un furioso tambor, por mucho que el flato se empeñara en apuñalar sus costillas una y otra vez, por mucho que le flaquearan las piernas... estaba dispuesta a encontrar a Datsue. Y no pensaba pararse hasta conseguirlo. Se lo había prometido a las personas de la posada. Y se lo había prometido a sí misma. Aquella iba a ser la última vez que aquel Uchiha le tomara el pelo y la dejara como una estúpida.
Al cabo de un buen rato se dio cuenta de una cosa. Las huellas que habían dejado los cascos del animal cada vez se hundían más en la tierra embarrada y cada vez se separaban menos las unas de las otras.
«Aquí ha frenado.» Comprendió, entrecerrando ligeramente los ojos. Sin embargo, también había un detalle que no lograba comprender: las huellas escoraban hacia la izquierda de una manera muy extraña.
No tuvo mucho tiempo para pensar en ello. Ayame se detuvo de golpe cuando llegó a una zona de la llanura donde la hierba era muy dispersa y apenas sobresalía unos pocos centímetros por encima del suelo, y se encontró de golpe ante una red enmarañada de huellas que parecían multiplicarse entre sí.
«¿Está intentando confundirme?» Pensó, entre agitados jadeos, mientras sus ojos estudiaban minuciosos el terreno. Eso sólo podía significar que sabía, o esperaba, que alguien, o ella misma, le estaba siguiendo.
Las huellas se habían hecho aún más profundas, e incluso algunas de ellas señalaban hacia la izquierda. Más adelante el rastro parecía volverse a normalizarse, dirigiéndose de nuevo hacia el norte; pero había algo más: como si se hubiera bajado de su montura, allí también nacían las huellas dejadas por las zapatillas de una persona y abandonaban la posición del animal para dirigirse hacia la izquierda en una perpendicular perfecta.
Ayame se agachó justo donde nacían aquellas huellas, señalándolas con el dedo índice.
—¿Has abandonado a tu caballo, Datsue? —se preguntó en voz alta, pero enseguida frunció el ceño y echó a correr hacia el norte, siguiendo los cascos del animal.
No. Recordaba lo importante que era aquel animal para el Uchiha. Si no lo fuera, no habría arriesgado tanto por rescatarlo de las manos de aquel mercader en el Puente Kannabi. Toda aquella pantomima debía de ser una estratagema para despistarla en su persecución.