2/10/2016, 13:20
La puerta del salón de actos se abrió con un sonoro chirrido. Zetsuo, que acababa de vacunar a otro niño, y Ayame, que había estado a punto de pronunciar el siguiente nombre en la lista, levantaron la mirada. Y ambos se quedaron de piedra. Por una vez, parecían padre e hija de verdad.
—Zetsuo-san, he traído a la chiquilla —anunció Daruu desde la entrada. Sobre sus hombros llevaba el cuerpo inerte de la chiquilla, cuyas coletitas rubias se balanceaban con gracia al son de los pasos del shinobi. Sobre su coronilla lucía un abultado chichón.
—¿Pero qué has...? —balbuceó Ayame, lívida como la cera. Y no era la única, los demás chiquillos y los profesores de la sala miraban igual de aterrorizados a Daruu. Como si fuera el demonio que les obligaría a vacunarse por la fuerza si se les ocurría resistirse. Tal y como le había pasado a Musagi.
Zetsuo era el único que se mantenía impetérrito, con sus ojos aguamarina fijos en el genin mientras subía a la tarima y dejaba el cuerpo de la chiquilla junto a él.
—Así seguro que no se escapa... ¿no?
Zetsuo aún tardó algunos segundos en responder. Pero cuando lo hizo, una imperceptible y fugar sonrisa aleteó en sus labios.
—Bien hecho, Hanaiko.
—¿En serio? —murmuró Ayame, con un escalofrío. ¿Cómo era posible que le felicitara después de haber empleado la fuerza bruta para traer de vuelta a Musagi? No entendía nada...
—Qué locura de misión... —respondió Ayame, riéndose entre dientes. Después de lo sucedido con Musagi todo había seguido su curso con total normalidad. Seguramente porque la acción de Daruu impuso el miedo entre los demás chiquillos de la sala, que verían imposible escapar a su destino de ser vacunados—. Entre los antivacunas y los niños... no sé qué fue peor la verdad.
Suspiró, y balanceó los pies en el aire. Dejó que algunos segundos de silencio se apoderaran de la situación, con el único arrullo de la lluvia cayendo sobre ellos. Después añadió, con un ligero rubor:
—Pero me lo pasé bien, la verdad. Podríamos repetir. Lo de hacer misiones juntos, me refiero... Si tú quieres...
—Zetsuo-san, he traído a la chiquilla —anunció Daruu desde la entrada. Sobre sus hombros llevaba el cuerpo inerte de la chiquilla, cuyas coletitas rubias se balanceaban con gracia al son de los pasos del shinobi. Sobre su coronilla lucía un abultado chichón.
—¿Pero qué has...? —balbuceó Ayame, lívida como la cera. Y no era la única, los demás chiquillos y los profesores de la sala miraban igual de aterrorizados a Daruu. Como si fuera el demonio que les obligaría a vacunarse por la fuerza si se les ocurría resistirse. Tal y como le había pasado a Musagi.
Zetsuo era el único que se mantenía impetérrito, con sus ojos aguamarina fijos en el genin mientras subía a la tarima y dejaba el cuerpo de la chiquilla junto a él.
—Así seguro que no se escapa... ¿no?
Zetsuo aún tardó algunos segundos en responder. Pero cuando lo hizo, una imperceptible y fugar sonrisa aleteó en sus labios.
—Bien hecho, Hanaiko.
—¿En serio? —murmuró Ayame, con un escalofrío. ¿Cómo era posible que le felicitara después de haber empleado la fuerza bruta para traer de vuelta a Musagi? No entendía nada...
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—Qué locura de misión... —respondió Ayame, riéndose entre dientes. Después de lo sucedido con Musagi todo había seguido su curso con total normalidad. Seguramente porque la acción de Daruu impuso el miedo entre los demás chiquillos de la sala, que verían imposible escapar a su destino de ser vacunados—. Entre los antivacunas y los niños... no sé qué fue peor la verdad.
Suspiró, y balanceó los pies en el aire. Dejó que algunos segundos de silencio se apoderaran de la situación, con el único arrullo de la lluvia cayendo sobre ellos. Después añadió, con un ligero rubor:
—Pero me lo pasé bien, la verdad. Podríamos repetir. Lo de hacer misiones juntos, me refiero... Si tú quieres...