6/10/2016, 23:32
Su puño impactó de lleno en el cuerpo del Uchiha, pero el estallido de júbilo que estalló en su pecho se transformó precisamente en eso. En una explosión. Literalmente.
Ayame cayó al suelo estrepitosamente. La cabeza le daba vueltas. Los oídos le pitaban de una manera desgarradora. Y la piel le ardía como si estuviera en el mismísimo infierno. Pero aún pudo adivinar la silueta del caballo alzándose sobre sus patas traseras.
«Estúpida... ¡Estúpida! ¡¡ESTÚPIDA!! ¡¡¡ESTÚPIDA!!!» Lo único que era capaz de oír, por encima de aquel incesante pitido que le estaba perforando los tímpanos, era su propia voz. Insultándola mentalmente. Maldiciendo su desgracia y su imprudencia.
Y justo cuando el mundo volvía a dibujarse con nitidez ante ella, la sombra del caballo se alejaba a todo galope de nuevo hacia el horizonte. Aquella vez hacia el este.
«Ojalá hubiese inmovilizado aunque fuera al caballo...» Se lamentó, con un gemido lastimero. Intentó levantarse, pero el cuerpo le dolía como si estuviera en carne viva. Y, aún peor que eso, le dolía en el orgullo.
Una lágrima se deslizó por su mejilla.
Ni siquiera tenía ganas de volverse a levantar. Estaba agotada, embarrada de los pies a la cabeza, ensordecida y quemada. Había caído dos veces en una trampa del Uchiha. ¿Y todo por qué?
—Se lo he prometido... a ellos...
¿Pero valía la pena? ¿Valía la pena arriesgar hasta su propio pellejo por unos miserables ryos?
Derrotada y hundida, Ayame se reincorporó con todo su esfuerzo y se llevó una mano al bolsillo de su pantalón, sacó un pequeño monedero de color azul y lo abrió.
—Con esto servirá... —se dijo, cerrando los ojos, tratando de controlar el temblor de rabia que sacudía todo su cuerpo. Y, sin embargo, volvió a abrirlos y dirigió su mirada hacia el este—. ¡¿ASÍ ES COMO PENSABAS DEVOLVERME EL FAVOR?! ¡¡¡COBARDE!!!
Lo había gritado con todas las fuerzas que le quedaban, y aún tuvo que respirar hondo varias veces para recuperar el aliento. ¿Pero qué sentido tenía gritarle al aire? Ni siquiera podía saber si la habría escuchado. Ayame se enjugó las lágrimas como pudo, aunque solo consiguió restregarse aún más barro por la cara, y se dio media vuelta.
—Maldito Uchiha... —pateó una piedra cercana, como si ella hubiese tenido la culpa de todas sus desgracias, y con el peso de su corazón en su pecho comenzó el camino de regreso a la posada.
Ayame cayó al suelo estrepitosamente. La cabeza le daba vueltas. Los oídos le pitaban de una manera desgarradora. Y la piel le ardía como si estuviera en el mismísimo infierno. Pero aún pudo adivinar la silueta del caballo alzándose sobre sus patas traseras.
«Estúpida... ¡Estúpida! ¡¡ESTÚPIDA!! ¡¡¡ESTÚPIDA!!!» Lo único que era capaz de oír, por encima de aquel incesante pitido que le estaba perforando los tímpanos, era su propia voz. Insultándola mentalmente. Maldiciendo su desgracia y su imprudencia.
Y justo cuando el mundo volvía a dibujarse con nitidez ante ella, la sombra del caballo se alejaba a todo galope de nuevo hacia el horizonte. Aquella vez hacia el este.
«Ojalá hubiese inmovilizado aunque fuera al caballo...» Se lamentó, con un gemido lastimero. Intentó levantarse, pero el cuerpo le dolía como si estuviera en carne viva. Y, aún peor que eso, le dolía en el orgullo.
Una lágrima se deslizó por su mejilla.
Ni siquiera tenía ganas de volverse a levantar. Estaba agotada, embarrada de los pies a la cabeza, ensordecida y quemada. Había caído dos veces en una trampa del Uchiha. ¿Y todo por qué?
—Se lo he prometido... a ellos...
¿Pero valía la pena? ¿Valía la pena arriesgar hasta su propio pellejo por unos miserables ryos?
Derrotada y hundida, Ayame se reincorporó con todo su esfuerzo y se llevó una mano al bolsillo de su pantalón, sacó un pequeño monedero de color azul y lo abrió.
—Con esto servirá... —se dijo, cerrando los ojos, tratando de controlar el temblor de rabia que sacudía todo su cuerpo. Y, sin embargo, volvió a abrirlos y dirigió su mirada hacia el este—. ¡¿ASÍ ES COMO PENSABAS DEVOLVERME EL FAVOR?! ¡¡¡COBARDE!!!
Lo había gritado con todas las fuerzas que le quedaban, y aún tuvo que respirar hondo varias veces para recuperar el aliento. ¿Pero qué sentido tenía gritarle al aire? Ni siquiera podía saber si la habría escuchado. Ayame se enjugó las lágrimas como pudo, aunque solo consiguió restregarse aún más barro por la cara, y se dio media vuelta.
—Maldito Uchiha... —pateó una piedra cercana, como si ella hubiese tenido la culpa de todas sus desgracias, y con el peso de su corazón en su pecho comenzó el camino de regreso a la posada.