Kazeyōbi, 17 de Viento Gris del año 202
Calles de Tanzaku Gai, País del Fuego
Calles de Tanzaku Gai, País del Fuego
—No podemos quedarnos a la interperie en una noche de invierno, Ayame. Ya lo sabes —repetía Kōri, con su habitual desangelada voz. Ella, en respuesta, torció el gesto.
—Bueno. Tú quizás sí puedas. Yo esta claro que no —musitó, de mala gana, arrebujándose aún más en su capa de viaje.
Aquella era una noche especialmente fría. Ni siquiera la agobiante aglomeración de personas que invadían las calles conseguían caldear mínimamente el ambiente. Y las estrellas que titilaban tímidas en el cielo despejado tan solo auguraban aún más frío para la siguiente mañana. Kōri y Ayame habían buscado refugio después de que el tren interrumpiera su actividad por la noche, y había tenido que dar la casualidad de que aquella parada se produjera en pleno centro de una de las ciudades más activas y bulliciosas de todo el País del Fuego. Si hubiese sido por ella, jamás habría pisado una ciudad así.
Odiaba las multitudes. Se sentía como una ovejita perdida en mitad de un rebaño interminable. Un rebaño, en el que había más de un lobo escondido con los dientes a punto para ser desenvainados. Más de una vez tuvo que esquivar a un despistado viandante que no prestaba demasiada atención a sus pasos. Más de una vez se aseguraba de que llevaba consigo todas y cada una de sus posesiones. Más de una vez se ajustaba la bandana sobre la frente. Más de una vez... Una y otra vez...
Las luces de neón iban y venían en aquella asfixiante atmósfera. Y sólo al cabo de varios interminables minutos, Kōri se plantó frente a un edificio de varias plantas. Como la gran mayoría de las construcciones de la zona, la madera y la piedra constituían sus cimientos. "Estrella Roja", rezaba el incandescente letrero, sobre la cabeza de dos dragones rojos que custodiaban la entrada.
—¿Aquí vamos a pasar la noche? —preguntó una cansada Ayame. Si no contaban aquel, ya llevaban cinco hostales en los que habían solicitado una habitación y de los que les habían rechazado por estar completos.
—Esperemos que este sea el definitivo. Si no, nos tiraremos toda la noche buscando.
Ayame cruzó los dedos, tratando de invocar la buena suerte de alguna manera, y ambos cruzaron la entrada.