18/10/2016, 17:56
— ¿Recuerdas lo graciosa que estabas durante el viaje? Parecía como si no hubieras cogido un tren en tu vida.
— ¿Quién te ha dicho que haya viajado antes en ese medio de transporte?
— Por eso era que no parabas de moverte de un lado a otro mirando por la ventana. ¡Qué graciosa! — Volvió a repetir el castaño.
— Calla. — Intentó sentenciar la de cabellos azules mientras esquivaba a otra de las personas que no dejaban de aparecer dentro de su campo de visión y movimiento, mientras se estiraba de nuevo su túnica en un intento vano de calentarse el cuello.
— Venga ya, ¿te has visto? — Inquiría el muchacho mientras le acariciaba el cabello, tomando varios mechones de ellos entre sus fríos dedos. La fémina agitó su cabeza de forma brusca para evitar que su acompañante tocara su pelo. — Disculpe usted, eh. — Mencionó, dolido.
Por su parte, Eri dejó salir un bufido mientras metía las manos por debajo de sus axilas, volviendo a evitar, ahora, a un hombre que parecía llevar mucha prisa, ya que si, no llega a ser por el chico que la acompañaba, hubiese terminado en el suelo. Pero no quería agradecerle, no iba a darle las gracias, él la había seducido con palabras bonitas para visitar Tanzaku Gai y así no viajar solo, además, tenía algo importante que quería enseñarla, y su ansía de querer descubrir el mundo, por muchos peligros que en él se encontrasen, venció a su vocecilla en la cabeza que decía: ¡Quédate en casa, olvídalo!
Su acompañante bostezó mientras la de ojos verdosos lo miraba de reojo, ella también estaba cansada. Llevaban ya varios días de viaje y no habían descansado en condiciones ningún día. Suponía que al llegar al lugar podrían encontrar un buen lugar en el que dormir en una buena cama, y así poder separarse de la lapa que era el castaño.
— Eri... — Llamó.
La susodicha bufó solo para dar a entender que lo había escuchado.
— ¿Qué te parece pasar aquí la noche? — Señaló a un edificio que se encontraba un poco lejos de su posición, sin embargo, a la kunoichi comenzaron a brillarle los ojos al ver por fin un sitio en el que plantarse y no moverse hasta el día siguiente. El chico, al notar las reacciones de la menor, solo pudo tomarla cariñosamente por los hombros y arrastrarla hasta la construcción con el nombre de ''Estrella Roja''.
Pero a unos metros la pequeña plantó sus dos pies en el suelo, intentando con todas sus fuerzas hacer que de verdad echase raíces y no se moviese de allí en lo que quedaba de día. Había visto un rostro familiar, y no un rostro cualquiera. Tragó grueso e intentó darse la vuelta, topándose con unos ojos azules mirándola fijamente.
— ¿Dónde te crees que vas, señorita? — Preguntó, enarcando una ceja.
— Esto... Es que he visto a alguien y... — Pero el chico la cortó en seco, hablando de nuevo.
— ¡Una amiga! — Exclamó, dándole de nuevo palmaditas a la de cabellos azules. — ¡Haberlo dicho antes!
Y, en contra de su voluntad, fue arrastrada al interior del edificio. Eri se intentó refugiar a la espalda de su acompañante, intentando por todos los medios pasar desapercibida, que no la reconociese con todos los cambios de apariencia que había hecho, y su pelo... ¿Qué iba a hacer con su pelo? ¿Lo cambiaba?
— ¡Hola! — Fue tarde cuando Eri llegó a una solución, y es que su querido compañero de viaje no sabía cómo pasar desapercibido.
— ¿Quién te ha dicho que haya viajado antes en ese medio de transporte?
— Por eso era que no parabas de moverte de un lado a otro mirando por la ventana. ¡Qué graciosa! — Volvió a repetir el castaño.
— Calla. — Intentó sentenciar la de cabellos azules mientras esquivaba a otra de las personas que no dejaban de aparecer dentro de su campo de visión y movimiento, mientras se estiraba de nuevo su túnica en un intento vano de calentarse el cuello.
— Venga ya, ¿te has visto? — Inquiría el muchacho mientras le acariciaba el cabello, tomando varios mechones de ellos entre sus fríos dedos. La fémina agitó su cabeza de forma brusca para evitar que su acompañante tocara su pelo. — Disculpe usted, eh. — Mencionó, dolido.
Por su parte, Eri dejó salir un bufido mientras metía las manos por debajo de sus axilas, volviendo a evitar, ahora, a un hombre que parecía llevar mucha prisa, ya que si, no llega a ser por el chico que la acompañaba, hubiese terminado en el suelo. Pero no quería agradecerle, no iba a darle las gracias, él la había seducido con palabras bonitas para visitar Tanzaku Gai y así no viajar solo, además, tenía algo importante que quería enseñarla, y su ansía de querer descubrir el mundo, por muchos peligros que en él se encontrasen, venció a su vocecilla en la cabeza que decía: ¡Quédate en casa, olvídalo!
Su acompañante bostezó mientras la de ojos verdosos lo miraba de reojo, ella también estaba cansada. Llevaban ya varios días de viaje y no habían descansado en condiciones ningún día. Suponía que al llegar al lugar podrían encontrar un buen lugar en el que dormir en una buena cama, y así poder separarse de la lapa que era el castaño.
— Eri... — Llamó.
La susodicha bufó solo para dar a entender que lo había escuchado.
— ¿Qué te parece pasar aquí la noche? — Señaló a un edificio que se encontraba un poco lejos de su posición, sin embargo, a la kunoichi comenzaron a brillarle los ojos al ver por fin un sitio en el que plantarse y no moverse hasta el día siguiente. El chico, al notar las reacciones de la menor, solo pudo tomarla cariñosamente por los hombros y arrastrarla hasta la construcción con el nombre de ''Estrella Roja''.
Pero a unos metros la pequeña plantó sus dos pies en el suelo, intentando con todas sus fuerzas hacer que de verdad echase raíces y no se moviese de allí en lo que quedaba de día. Había visto un rostro familiar, y no un rostro cualquiera. Tragó grueso e intentó darse la vuelta, topándose con unos ojos azules mirándola fijamente.
— ¿Dónde te crees que vas, señorita? — Preguntó, enarcando una ceja.
— Esto... Es que he visto a alguien y... — Pero el chico la cortó en seco, hablando de nuevo.
— ¡Una amiga! — Exclamó, dándole de nuevo palmaditas a la de cabellos azules. — ¡Haberlo dicho antes!
Y, en contra de su voluntad, fue arrastrada al interior del edificio. Eri se intentó refugiar a la espalda de su acompañante, intentando por todos los medios pasar desapercibida, que no la reconociese con todos los cambios de apariencia que había hecho, y su pelo... ¿Qué iba a hacer con su pelo? ¿Lo cambiaba?
— ¡Hola! — Fue tarde cuando Eri llegó a una solución, y es que su querido compañero de viaje no sabía cómo pasar desapercibido.