23/10/2016, 02:57
La chica inquirió prestarle ayuda al médico, pero éste pareció tomárselo a broma. Sin embargo, terminó por aceptar la ayuda que ésta le ofrecía. Arqueó su brazo por encima de su codo, y con la ayuda de ésta, ambos continuaron la marcha. Pronto salieron del edificio, y bajo la intensa y para nada sorprendente lluvia, tomaron rumbo a la cafetería que la chica bien conocía. Bueno, tampoco es que la conociese demasiado bien, pero sí que sabía donde estaba.
En el camino, Mogura no pudo evitar la curiosidad. La chica no había mediado palabra de cómo era la cafetería, o de donde se encontraba. Era normal que la curiosidad le picase, o quizás las quemaduras. No era de extrañar que con esas lesiones no quisiera dar un paseo de unos cuantos kilómetros.
—Pues bueno... está junto al país del hierro, en la fortaleza de los samurais. Queda cerca. —Bromeó la peliblanca.
Para cuando quisiera dar explicación, ya estaba todo más que explicito. Frente a ellos se alzaba el edificio que daba guarnición a la élite en cirugía y todos lo campos de la sanidad de la urbe, el hospital de Amegakure. Las palabras quizás sobraban, estaba claro cuál era la situación. Pero por si acaso, la chica se lo explicaría.
—Ya hemos llegado. Aquí tienen una cafetería formidable, y además, podremos disfrutar de éste delicioso café en cuanto te hagan una pequeña cura. Matamos dos pájaros de un tiro, no puedes quejarte, ¿eh?
Con una sonrisa entre dientes, la chica continuó la marcha hacia el interior del edificio, arrastrando a su compañero hacia el hospital. Por mucho que dijese o se quejase, pocas probabilidades tendría de poder evitarlo. Lo que les quedaba de día lo pasarían en la sala de curas y en la cafetería, y no había mas.
En el camino, Mogura no pudo evitar la curiosidad. La chica no había mediado palabra de cómo era la cafetería, o de donde se encontraba. Era normal que la curiosidad le picase, o quizás las quemaduras. No era de extrañar que con esas lesiones no quisiera dar un paseo de unos cuantos kilómetros.
—Pues bueno... está junto al país del hierro, en la fortaleza de los samurais. Queda cerca. —Bromeó la peliblanca.
Para cuando quisiera dar explicación, ya estaba todo más que explicito. Frente a ellos se alzaba el edificio que daba guarnición a la élite en cirugía y todos lo campos de la sanidad de la urbe, el hospital de Amegakure. Las palabras quizás sobraban, estaba claro cuál era la situación. Pero por si acaso, la chica se lo explicaría.
—Ya hemos llegado. Aquí tienen una cafetería formidable, y además, podremos disfrutar de éste delicioso café en cuanto te hagan una pequeña cura. Matamos dos pájaros de un tiro, no puedes quejarte, ¿eh?
Con una sonrisa entre dientes, la chica continuó la marcha hacia el interior del edificio, arrastrando a su compañero hacia el hospital. Por mucho que dijese o se quejase, pocas probabilidades tendría de poder evitarlo. Lo que les quedaba de día lo pasarían en la sala de curas y en la cafetería, y no había mas.