23/10/2016, 12:47
Para su alivio, Ayame no se había equivocado, y los ojos esmeraldas de Eri se asomaron desde la espalda de su acompañante. Seguía siendo tan bajita como la recordaba, pero la de Uzugakureña había cambiado bastante desde la última vez que se vieron. Ella también se había dejado crecer el pelo y tanto su rostro como su cuerpo delataba ya el alcance de la madurez. De alguna manera, Ayame volvía a sentirse un patito feo a su lado.
—H-hola, Ayame —respondió ella.
—¿Desde cuándo te llamas Meri? ¿Por qué me lo llevas ocultando todo este tiempo? —intervino el castaño, y Ayame se rascó la mejilla con cierta incomodidad.
—Quizás... me he vuelto a equivocar con el nombre... —murmuró para sí, y Kōri dejó escapar un imperceptible suspiro.
—Disculpad mis modales, pero es que sentí que Eri os conocía y no dudé en venir a saludar. ¡Es un placer!
—¡Igualmente! —sonrió Ayame, inclinando el cuerpo en una respetuosa reverencia—. Yo soy Aotsuki Ayame, y él es Kōri, mi hermano mayor.
Kōri se limitó a inclinar la cabeza. Sus ojos escarchados no dejaban de estudiar a los recién llegados, como si estuviera evaluándolos de algún modo.
—Ha pasado un tiempo desde que nos vimos... —dijo Eri, y parecía algo incómoda.
Ayame se rascó la nuca con gesto nervioso.
—Sí... después de todo lo que pasó en ese dichoso torneo... —torció el gesto al recordar el incidente del Shukaku y el Sabio de los Seis Caminos, pero decidida a no atormentarse la velada con pensamientos amargos volvió a dirigir su mirada hacia el castaño—. ¿Tú también eres su hermano?
«O quizás...» Otra idea muy diferente no tardó en atravesar su imaginativa cabeza. Después de todo, no era muy usual que un hombre y una mujer entraran juntos en una posada así porque sí...
Repentinamente, un seco golpe en la coronilla le hizo soltar un gemido de dolor.
—No seas descortés, Ayame —intervino Kōri, aunque su voz seguía sonando tan gélida como de costumbre—. Disculpad los modales de mi hermana. A veces no se da cuenta de que abre demasiado la boca.
—H-hola, Ayame —respondió ella.
—¿Desde cuándo te llamas Meri? ¿Por qué me lo llevas ocultando todo este tiempo? —intervino el castaño, y Ayame se rascó la mejilla con cierta incomodidad.
—Quizás... me he vuelto a equivocar con el nombre... —murmuró para sí, y Kōri dejó escapar un imperceptible suspiro.
—Disculpad mis modales, pero es que sentí que Eri os conocía y no dudé en venir a saludar. ¡Es un placer!
—¡Igualmente! —sonrió Ayame, inclinando el cuerpo en una respetuosa reverencia—. Yo soy Aotsuki Ayame, y él es Kōri, mi hermano mayor.
Kōri se limitó a inclinar la cabeza. Sus ojos escarchados no dejaban de estudiar a los recién llegados, como si estuviera evaluándolos de algún modo.
—Ha pasado un tiempo desde que nos vimos... —dijo Eri, y parecía algo incómoda.
Ayame se rascó la nuca con gesto nervioso.
—Sí... después de todo lo que pasó en ese dichoso torneo... —torció el gesto al recordar el incidente del Shukaku y el Sabio de los Seis Caminos, pero decidida a no atormentarse la velada con pensamientos amargos volvió a dirigir su mirada hacia el castaño—. ¿Tú también eres su hermano?
«O quizás...» Otra idea muy diferente no tardó en atravesar su imaginativa cabeza. Después de todo, no era muy usual que un hombre y una mujer entraran juntos en una posada así porque sí...
Repentinamente, un seco golpe en la coronilla le hizo soltar un gemido de dolor.
—No seas descortés, Ayame —intervino Kōri, aunque su voz seguía sonando tan gélida como de costumbre—. Disculpad los modales de mi hermana. A veces no se da cuenta de que abre demasiado la boca.