24/10/2016, 21:04
Durante su avance el tren emitía todo tipo de sonidos. Al interior y tras la ventana, Maar a penas percibía el trac trac sobre los rieles con los sentidos adormecidos por el calor que abrasaba la estancia, pero aunado al rechinar de los resortes de las sillas comenzaban a incomodarla aún más que la ausencia casi absoluta de viajeros. A veces el gigante de metal emitía chirridos que se asemejaban a los gritos de un niño y su cuerpo entero se estremecía, eran sonidos fugaces que punzaban sus entrañas.
Tan pronto como el tren se detuvo, en las planicies de un pueblo no muy lejos de Amegakure, no se contuvo ni esperó un par de segundos a que las puertas se abrieran, sino que se levantó de un brinco y avanzó hacia la salida y cuando lo hizo las puertas resoplaron manando una nube de polvo y mugre por sobre su calzado. << Tsk. En algún lugar debe haber algo que atraiga a la gente aquí. >>
Durante su infancia la genin había viajado casi por todo el continente, pero aún existen lugares que desconoce y aquél era uno de esos. El clima no era muy diferente a otros lugares, pero el picor del sol le molestaba un poco. Abrió su sombrilla y avanzó en búsqueda de un tal Tahiko y se alejó de la parada poniendo prisa a su andar, con la determinación de acabar pronto la encomienda.
Si había algo que le fascinaba era fabricar objetos y venenos y, aún cuando a penas está cultivando su ingenio, ha recibido un par de encargos que lleva a cabo con ligereza. Quiere hacerse un nombre entre los fabricantes de veneno más importantes, pero no lo hará como ellos lo han hecho. << Este antídoto es definitivo. >>
Su ropa era la más informal y ligera que pudo encontrar, entre sus abrigos y vestidos. A sabiendas del cambio de clima hacia el que se movía, se había provisto de un pantalón corto, un saco de lana en cuya espalda había bordado de negro el símbolo del clan Nara, y su bandana colgada del cuello con un lazo rojo. En su diestra llevaba una antigua sombrilla de mango metálico y en la otra mano una bolsa con algunos objetos que manejaba con evidente cuidado y que de vez en cuando miraba, como si quisiera verificar que aquello que pesaba ligeramente en su mano era real.
Tan pronto como el tren se detuvo, en las planicies de un pueblo no muy lejos de Amegakure, no se contuvo ni esperó un par de segundos a que las puertas se abrieran, sino que se levantó de un brinco y avanzó hacia la salida y cuando lo hizo las puertas resoplaron manando una nube de polvo y mugre por sobre su calzado. << Tsk. En algún lugar debe haber algo que atraiga a la gente aquí. >>
Durante su infancia la genin había viajado casi por todo el continente, pero aún existen lugares que desconoce y aquél era uno de esos. El clima no era muy diferente a otros lugares, pero el picor del sol le molestaba un poco. Abrió su sombrilla y avanzó en búsqueda de un tal Tahiko y se alejó de la parada poniendo prisa a su andar, con la determinación de acabar pronto la encomienda.
Si había algo que le fascinaba era fabricar objetos y venenos y, aún cuando a penas está cultivando su ingenio, ha recibido un par de encargos que lleva a cabo con ligereza. Quiere hacerse un nombre entre los fabricantes de veneno más importantes, pero no lo hará como ellos lo han hecho. << Este antídoto es definitivo. >>
Su ropa era la más informal y ligera que pudo encontrar, entre sus abrigos y vestidos. A sabiendas del cambio de clima hacia el que se movía, se había provisto de un pantalón corto, un saco de lana en cuya espalda había bordado de negro el símbolo del clan Nara, y su bandana colgada del cuello con un lazo rojo. En su diestra llevaba una antigua sombrilla de mango metálico y en la otra mano una bolsa con algunos objetos que manejaba con evidente cuidado y que de vez en cuando miraba, como si quisiera verificar que aquello que pesaba ligeramente en su mano era real.