29/05/2015, 00:09
Como el rostro de una muñeca de porcelana, la mujer era capaz de mantener el mismo gesto en su rostro como si lo hubiesen tallado en la piedra. Hacía pasear su bastón de un lado a otro; y, tras escucharlos, afirmó que Ayame y Juro eran "shinoba". La kunoichi no se atrevió a corregirla con respecto al término; en su lugar, se limitó a sonreír de manera afable.
Aunque cuando carraspeó para tomar la palabra, la muchacha supo que les esperaba una larga charla. Propia de personas ya mayores.
Al parecer, la joven rubia que habían visto momentos antes era la hija de la mujer que se les había plantado delante, y que la llevaba a ver mundo o algo así.
«¿Atrapada en su país de origen?» Repitió, mentalmente, aunque no se atrevió a formular la pregunta en voz alta y se limitó a fruncir el ceño ligeramente.
La mujer parecía muy feliz con la perspectiva; pero, repentinamente, la alegría se esfumó de su rostro como la llama de una vela que hubiese sido soplada. La hija quería escaquearse, eso era lo que decía la mujer, pero en el momento en que pronunció que la joven había afirmado tener "diarreo", Ayame se sonrojó visiblemente ante lo vergonzoso de la situación. Era posible que aquella fuera la razón por la que la vieron irse a todo correr con aquella postura tan extraña. Y aún así...
—Pero es posible que esté enferma —alegó, alarmada—. Una diarrea puede ser peligrosa ni se trata bien, podría sufrir una deshidratación severa.
Ella no era médica, pero su padre sí. Estaba acostumbrada a ese tipo de explicaciones, aunque no supiera bien cómo funcionaban las enfermedades. Pero la mujer seguía en sus trece, repentinamente enloquecida. Y cuando extrajo la cantimplora para poder aliviar su sed, sobresaltó bruscamente a Ayame al golpear el suelo junto a sus pies y le arrancó el recipiente de las manos.
—¡No! ¡Devuélvamelo, por favor! —exclamó, repentinamente apurada. La mujer había comenzado a proferir alaridos con que se hacían los mayores por ser shinobi, y que sólo por eso se creían con derecho a beber alcohol, ante lo cual Ayame reaccionó sacudiendo enérgicamente la cabeza—. ¡No, no, no! ¡Se equivoca, señora! ¡Yo no tolero ningún tipo de droga! ¡Es solo agua, solo agua! Por favor, señora, tengo sed...
Una gota de sudor resbaló por su sien. Realmente, no hacía mucho que había bebido por última vez, pero sus habilidades, su propia existencia como Hōzuki dependía totalmente del agua. Debía mantenerse hidratada, o si no... Si no...
Aunque cuando carraspeó para tomar la palabra, la muchacha supo que les esperaba una larga charla. Propia de personas ya mayores.
Al parecer, la joven rubia que habían visto momentos antes era la hija de la mujer que se les había plantado delante, y que la llevaba a ver mundo o algo así.
«¿Atrapada en su país de origen?» Repitió, mentalmente, aunque no se atrevió a formular la pregunta en voz alta y se limitó a fruncir el ceño ligeramente.
La mujer parecía muy feliz con la perspectiva; pero, repentinamente, la alegría se esfumó de su rostro como la llama de una vela que hubiese sido soplada. La hija quería escaquearse, eso era lo que decía la mujer, pero en el momento en que pronunció que la joven había afirmado tener "diarreo", Ayame se sonrojó visiblemente ante lo vergonzoso de la situación. Era posible que aquella fuera la razón por la que la vieron irse a todo correr con aquella postura tan extraña. Y aún así...
—Pero es posible que esté enferma —alegó, alarmada—. Una diarrea puede ser peligrosa ni se trata bien, podría sufrir una deshidratación severa.
Ella no era médica, pero su padre sí. Estaba acostumbrada a ese tipo de explicaciones, aunque no supiera bien cómo funcionaban las enfermedades. Pero la mujer seguía en sus trece, repentinamente enloquecida. Y cuando extrajo la cantimplora para poder aliviar su sed, sobresaltó bruscamente a Ayame al golpear el suelo junto a sus pies y le arrancó el recipiente de las manos.
—¡No! ¡Devuélvamelo, por favor! —exclamó, repentinamente apurada. La mujer había comenzado a proferir alaridos con que se hacían los mayores por ser shinobi, y que sólo por eso se creían con derecho a beber alcohol, ante lo cual Ayame reaccionó sacudiendo enérgicamente la cabeza—. ¡No, no, no! ¡Se equivoca, señora! ¡Yo no tolero ningún tipo de droga! ¡Es solo agua, solo agua! Por favor, señora, tengo sed...
Una gota de sudor resbaló por su sien. Realmente, no hacía mucho que había bebido por última vez, pero sus habilidades, su propia existencia como Hōzuki dependía totalmente del agua. Debía mantenerse hidratada, o si no... Si no...