28/10/2016, 21:59
Había pasado ya un año desde aquel fatídico evento que marcaría un antes y un después en la vida de muchas gente sino el mundo ninja en su totalidad. Algunos lo habían vivido de una forma y otros de otra manera pero si algo había quedado claro es que nadie podría negar lo sucedido.
Durante todo aquel tiempo, el shinobi se había dedicado a continuar templando su conocimiento pero también indagando en formas diferentes de entrenamiento. Esto tendría como consecuencia directa que lo demás fuese quedando en un plano secundario, principalmente uno de sus deberes como shinobi, las misiones.
En el silencio de su habitación, en una casa que alguna vez supo ser el hogar de más personas, el shinobi movía unos carpetones que contenían paginas y borradores de una de sus últimas creaciones. En el centro de un escritorio se hallaba delicadamente posicionado un pergamino que contenía la descripción de un encargo de la oficina de la Arashikage.
Ya está todo listo.
Comentó al aire comprobando que todo lo que podría llegar a ocupar se encontraba dentro de cada uno de los compartimientos correspondientes, su portaobjetos se encontraba tan vació como siempre lo había estado pero siempre venía bien para guardar cosas, en ese instante el pergamino tendría todo el espacio que quisiese ahí dentro.
El reloj de la habitación marcaba las 07:30 de la mañana, faltaban unos minutos para que arrancara la jornada. Mogura se dispuso a marchar al punto donde comenzaría su día.
Una misión después de tanto tiempo, se siente un poco extraño.
Normalmente los jóvenes shinobi arrancarían a forjar un historial de misiones al salir de la academia, algunos por su sentimiento del deber o por necesidad economice, lo cierto era que el joven médico nunca se vio necesitando dinero y su sentimiento del debe habría tardado tiempo en despertar, incluso habría tenido que morir una vez antes de que lo tuviese como un código más palpable.
Sin prisa pero sin pausa llegó a la oficina de reparto unos minutos antes de la hora de apertura, dato que podría ser fácilmente confirmable por el reloj digital que había en la vidriera de una convenientemente posicionada chocolateria.
¿Quién será la otra persona...?
Pensaba bajo su emblemático paraguas que lo cubría de la lluvia. La identidad de su compañero de misión era un completo misterio, solamente estaba al tanto de su existencia por el enunciado del propio pergamino.
Poco a poco los locales iban presentando los primeros rastros de acción, el día en la urbe tecnológica que era Amegakure estaba por comenzar.
Durante todo aquel tiempo, el shinobi se había dedicado a continuar templando su conocimiento pero también indagando en formas diferentes de entrenamiento. Esto tendría como consecuencia directa que lo demás fuese quedando en un plano secundario, principalmente uno de sus deberes como shinobi, las misiones.
En el silencio de su habitación, en una casa que alguna vez supo ser el hogar de más personas, el shinobi movía unos carpetones que contenían paginas y borradores de una de sus últimas creaciones. En el centro de un escritorio se hallaba delicadamente posicionado un pergamino que contenía la descripción de un encargo de la oficina de la Arashikage.
Ya está todo listo.
Comentó al aire comprobando que todo lo que podría llegar a ocupar se encontraba dentro de cada uno de los compartimientos correspondientes, su portaobjetos se encontraba tan vació como siempre lo había estado pero siempre venía bien para guardar cosas, en ese instante el pergamino tendría todo el espacio que quisiese ahí dentro.
El reloj de la habitación marcaba las 07:30 de la mañana, faltaban unos minutos para que arrancara la jornada. Mogura se dispuso a marchar al punto donde comenzaría su día.
Una misión después de tanto tiempo, se siente un poco extraño.
Normalmente los jóvenes shinobi arrancarían a forjar un historial de misiones al salir de la academia, algunos por su sentimiento del deber o por necesidad economice, lo cierto era que el joven médico nunca se vio necesitando dinero y su sentimiento del debe habría tardado tiempo en despertar, incluso habría tenido que morir una vez antes de que lo tuviese como un código más palpable.
Sin prisa pero sin pausa llegó a la oficina de reparto unos minutos antes de la hora de apertura, dato que podría ser fácilmente confirmable por el reloj digital que había en la vidriera de una convenientemente posicionada chocolateria.
¿Quién será la otra persona...?
Pensaba bajo su emblemático paraguas que lo cubría de la lluvia. La identidad de su compañero de misión era un completo misterio, solamente estaba al tanto de su existencia por el enunciado del propio pergamino.
Poco a poco los locales iban presentando los primeros rastros de acción, el día en la urbe tecnológica que era Amegakure estaba por comenzar.