1/11/2016, 16:35
—¡Fantástico, fantástico! —el recepcionista aceptó de buena gana el dinero de Kori y más tarde el dinero de Ryu—. Las habitaciones, como ya he dicho, están en el último piso... Será mejor que cojan el ascensor, créanme que los escalones de este hotel están súper empinados, no lo parece pero soy bastante atlético, y hasta a mí me cuesta llegar al final... Claro que solo lo he intentado una vez. La segunda ya estaba demasiado cansado con sólo pensarlo —con una última risilla, y después de soltar un sonoro bostezo, añadió una última frase digna de un manual de recepcionistas—: Que pasen una buena noche.
Kōri y Ayame se dirigieron obedientes al ascensor. Allí volvieron a reunirse con Eri y Ryu después de que hubiesen pagado su respectiva habitación.
—La verdad, no me he fijado. ¿Tantos pisos tenía esto? —preguntó Ayame con inocencia.
De todas maneras, la suerte les sonrió y no tuvieron que esperar siquiera al ascensor por lo que la tentación de subir las escaleras fue más bien inexistente. Las puertas se abrieron y los cuatro entraron a un amplio espacio decorado con moqueta roja y paredes cubiertas del mismo papel pintado que habían visto en la recepción. Kōri pulsó el último botón del panel, y las puertas volvieron a cerrarse con un característico tintineo.
—Ahora que lo pienso, nunca habría pensado que había ascensores fuera de Am... —comenzó a decir Ayame, pero entonces sintió un repentino e inesperado tirón en la base del estómago. Sobresaltada, miró a su hermano, pero él le dirigió la misma mirada confundida.
Porque no estaban subiendo...
Sino bajando.
En los primeros instantes Ayame había pensado que Kōri se había equivocado de botón. Pero la velocidad del ascensor no tardó en crecer. Y crecer. Y crecer. Y cuando sus pies despegaron del suelo y con una exclamación ahogada se vio a sí misma y a los demás empotrados en el techo del ascensor se dio cuenta de que no estaban bajando...
Sino cayendo.
Ayame no dudó ni un instante en activar su técnica de hidratación, aunque algo dentro de ella sabía que aquel era un gesto inútil. Por mucho que pudiera amortiguar el golpe, si conseguía sobrevivir de alguna manera al impacto se vería sepultada bajo kilos y kilos de metal. La presión le impedía gritar, pero sus ojos se empañaron rápidamente de lágrimas de terror y los cerró con fuerza para esperar el inexorable impacto y transformarse en agua...
¿Pero qué sería de Kōri, Eri y Ryu?
Kōri, con los ojos entrecerrados y un gesto bastante más expresivo de lo que solía mostrar, extendió como pudo sus temblorosos brazos y la atmósfera comenzó a enfriarse rápidamente dentro del ascensor. Una serie de placas de hielo los rodearon y los separaron momentáneamente del techo para dejarlos pegados a la misma cúpula congelada que los había envuelto como la cáscara de un huevo.
¿Sería aquello suficiente? Tan sólo podían rezar a los dioses porque así fuera...
Kōri y Ayame se dirigieron obedientes al ascensor. Allí volvieron a reunirse con Eri y Ryu después de que hubiesen pagado su respectiva habitación.
—La verdad, no me he fijado. ¿Tantos pisos tenía esto? —preguntó Ayame con inocencia.
De todas maneras, la suerte les sonrió y no tuvieron que esperar siquiera al ascensor por lo que la tentación de subir las escaleras fue más bien inexistente. Las puertas se abrieron y los cuatro entraron a un amplio espacio decorado con moqueta roja y paredes cubiertas del mismo papel pintado que habían visto en la recepción. Kōri pulsó el último botón del panel, y las puertas volvieron a cerrarse con un característico tintineo.
—Ahora que lo pienso, nunca habría pensado que había ascensores fuera de Am... —comenzó a decir Ayame, pero entonces sintió un repentino e inesperado tirón en la base del estómago. Sobresaltada, miró a su hermano, pero él le dirigió la misma mirada confundida.
Porque no estaban subiendo...
Sino bajando.
En los primeros instantes Ayame había pensado que Kōri se había equivocado de botón. Pero la velocidad del ascensor no tardó en crecer. Y crecer. Y crecer. Y cuando sus pies despegaron del suelo y con una exclamación ahogada se vio a sí misma y a los demás empotrados en el techo del ascensor se dio cuenta de que no estaban bajando...
Sino cayendo.
Ayame no dudó ni un instante en activar su técnica de hidratación, aunque algo dentro de ella sabía que aquel era un gesto inútil. Por mucho que pudiera amortiguar el golpe, si conseguía sobrevivir de alguna manera al impacto se vería sepultada bajo kilos y kilos de metal. La presión le impedía gritar, pero sus ojos se empañaron rápidamente de lágrimas de terror y los cerró con fuerza para esperar el inexorable impacto y transformarse en agua...
¿Pero qué sería de Kōri, Eri y Ryu?
Kōri, con los ojos entrecerrados y un gesto bastante más expresivo de lo que solía mostrar, extendió como pudo sus temblorosos brazos y la atmósfera comenzó a enfriarse rápidamente dentro del ascensor. Una serie de placas de hielo los rodearon y los separaron momentáneamente del techo para dejarlos pegados a la misma cúpula congelada que los había envuelto como la cáscara de un huevo.
¿Sería aquello suficiente? Tan sólo podían rezar a los dioses porque así fuera...