2/11/2016, 19:37
El ajetreo de la noche pasada no había sido menor a lo acostumbrado, la rutina se estaba convirtiendo en algo totalmente ajeno a lo suave y monótono. Las cuentas, los números, los productos por comprar y los comprados, los clientes, su amiga y socia, el local... todo era un continuo y tremendo cacao. ¿Cómo diablos la gente de a pié lo llevaba tan plácidamente? Quizás era el hecho de tener 2 vidas, la civil y la de kunoichi, lo que la estaba llegando al límite entre el estrés y la locura. Pero ya se sabe... quien no trabaja duro por lo que quiere, no consigue mas que una mierda con un bonito lazo rosa, o con un poquito de suerte color celeste; pero de éstas últimas suelen racanear.
Por suerte o desgracia, al menos tenía a su socia para echarle un cable siempre. De vez en cuando podía darse el capricho la genin de no asistir al local, alegando que estaba en algún tipo de misión. No era mentira, y además la ayudaba a relajarse, por raro que eso pudiese parecer. ¿Alguna idea de lo pesado que puede ser un tipo con 4 copas de mas viendo que una chica menor de edad tiene un negocio propio? La palabra pesado se queda corta en significado, de seguro.
Buscando un poco de descanso, el día anterior la chica había ido en busca de una misión, y obviamente avisado a su amiga de que no iba a asistir al local por un par de días. Como de costumbre, la falta de problemas hizo gala de presencia.
La Sarutobi se tomó el respiro con calma, ni tan siquiera se molestó en ver demasiado los detalles del pergamino —Ayudar en una floristería— ya tenía suficiente información, aunque había dado por alto que en ésta tendría algo de ayuda. Despertó casi a las 6 de la mañana, cuando la misión no comenzaba hasta cerca de hora y media mas tarde; pero una chica debe cuidar su estética. Comenzó dándose una ducha, eligió bien su vestimenta, tomó sus pocos útiles como kunoichi, y terminó desayunando un par de rebanadas de pan con mermelada de frambuesa acompañadas de un vaso de leche tibia. Si os preguntáis el porqué, la respuesta es sencilla, porque si.
«Bueno... ya va siendo hora.» Pensó la chica cuando por casualidad volvió la vista al reloj de la pared. En éste, las agujas marcaban las 7 y 20.
Sin mas, la chica dejó en el lavadero el plato, así como el vaso, y tras ello elevó un poco el pañuelo rojo que solía cubrir la mayor parte de su cuello. Dejó atrás el pasillo de la casa, cerró la puerta, y guardó en uno de sus bolsillos las llaves de la casa. Pasaba de esas ideas absurdas de guardarlas bajo el felpudo, o en un macetero... nada mejor que los bolsillos de una kunoichi. Tras asegurarse mentalmente de que no olvidaba nada, tomó rumbo a la floristería.
Bajo la lluvia no tomó ni la preocupación de defenderse bajo la protección de un paraguas, total el agua es agua, para nada cosa mala. Caminó con paso fluido y alegre por las calles de Amegakure, disfrutando el casi silencio de la ciudad que apenas duerme. Casi silencio, pues aunque fuese realmente temprano, siempre había gente por esas calles. La chica caminó de manera automática hasta toparse con la puerta de la floristería, casi ausente de lo que la rodeaba. Frente a ella, un chico con un paraguas, y un recinto cerrado.
—Tsk! vaya faena... —Se quejó la chica, para tras ello dejar caer un suspiro. —Oye... ¿sabes a qué hora abre ésto?
La pregunta iba directa al chico del paraguas, sin saber realmente de quién se trataba dada la penumbra que el mismo reflejaba a su portador. Entre tanto, tan solo tenía una única opción... esperar. La floristería no abriría antes por mucho que le doliese.
Por suerte o desgracia, al menos tenía a su socia para echarle un cable siempre. De vez en cuando podía darse el capricho la genin de no asistir al local, alegando que estaba en algún tipo de misión. No era mentira, y además la ayudaba a relajarse, por raro que eso pudiese parecer. ¿Alguna idea de lo pesado que puede ser un tipo con 4 copas de mas viendo que una chica menor de edad tiene un negocio propio? La palabra pesado se queda corta en significado, de seguro.
Buscando un poco de descanso, el día anterior la chica había ido en busca de una misión, y obviamente avisado a su amiga de que no iba a asistir al local por un par de días. Como de costumbre, la falta de problemas hizo gala de presencia.
La Sarutobi se tomó el respiro con calma, ni tan siquiera se molestó en ver demasiado los detalles del pergamino —Ayudar en una floristería— ya tenía suficiente información, aunque había dado por alto que en ésta tendría algo de ayuda. Despertó casi a las 6 de la mañana, cuando la misión no comenzaba hasta cerca de hora y media mas tarde; pero una chica debe cuidar su estética. Comenzó dándose una ducha, eligió bien su vestimenta, tomó sus pocos útiles como kunoichi, y terminó desayunando un par de rebanadas de pan con mermelada de frambuesa acompañadas de un vaso de leche tibia. Si os preguntáis el porqué, la respuesta es sencilla, porque si.
«Bueno... ya va siendo hora.» Pensó la chica cuando por casualidad volvió la vista al reloj de la pared. En éste, las agujas marcaban las 7 y 20.
Sin mas, la chica dejó en el lavadero el plato, así como el vaso, y tras ello elevó un poco el pañuelo rojo que solía cubrir la mayor parte de su cuello. Dejó atrás el pasillo de la casa, cerró la puerta, y guardó en uno de sus bolsillos las llaves de la casa. Pasaba de esas ideas absurdas de guardarlas bajo el felpudo, o en un macetero... nada mejor que los bolsillos de una kunoichi. Tras asegurarse mentalmente de que no olvidaba nada, tomó rumbo a la floristería.
Bajo la lluvia no tomó ni la preocupación de defenderse bajo la protección de un paraguas, total el agua es agua, para nada cosa mala. Caminó con paso fluido y alegre por las calles de Amegakure, disfrutando el casi silencio de la ciudad que apenas duerme. Casi silencio, pues aunque fuese realmente temprano, siempre había gente por esas calles. La chica caminó de manera automática hasta toparse con la puerta de la floristería, casi ausente de lo que la rodeaba. Frente a ella, un chico con un paraguas, y un recinto cerrado.
—Tsk! vaya faena... —Se quejó la chica, para tras ello dejar caer un suspiro. —Oye... ¿sabes a qué hora abre ésto?
La pregunta iba directa al chico del paraguas, sin saber realmente de quién se trataba dada la penumbra que el mismo reflejaba a su portador. Entre tanto, tan solo tenía una única opción... esperar. La floristería no abriría antes por mucho que le doliese.