3/11/2016, 18:04
Eri no veía que la situación quisiese llegar a un fin pronto, y sentía que en cualquier momento terminaría desmayándose por culpa de la velocidad que no quería ir a menor, al contrario; no paraba de crecer y crecer, haciendo que la pequeña de ojos verdosos quisiese de verdad acabar sin conciencia solo para terminar con aquel sufrimiento.
Pero parecía ser el primer plato de una larga comida, ya que, como si alguien escuchase que quería que todo aquello se acabase, el ascensor se detuvo, y los cuatro acabaron cayéndose de forma estrepitosa contra el suelo de aquella dichosa máquina, haciendo que éste se rompiese en mil pedazos. Eri sintió un dolor incapaz de ser intuido por cualquier persona si lo intentase describir, ya que fue como si los huesos de su cuerpo hubiesen acordado romperse a la vez para gastarle una broma muy pesada a su portadora.
Sus ojos permanecían cerrados con fuerza, aún con el dolor instaurado por todo su cuerpo; hasta que notó una voz cerca de ella.
— ¿Eri? — Fue un murmullo, un simple murmullo que hizo que abriese los ojos de par en par, topándose con la realidad oscura que los acogía. ¿Eso sería el infierno? ¿Sería un limbo infinito y oscuro? ¿Acaso ese era su final?
''Pero he escuchado a Ryu...''
— ¿Me escuchas, Eri? ¿Cómo te encuentras? — Asaltó con preguntas a la joven que no podía pensar con claridad. Odiaba los sitios oscuros, y en aquel momento se sentía aterrorizada, encogiéndose sobre sí misma sobre la moqueta. — Eri... — Insistió.
— Estoy... Aquí... — Su voz sonó muy baja, casi imperceptible. El chico se acercó rápidamente - lo más rápido que el dolor que sentía le dejase, claro - hacia el origen de la voz para tomarla delicadamente.
Entonces, una vez cerca de su compañero de villa, se atrevió a abrir los ojos del todo, topándose con un pasillo sin apenas iluminación ni ventanas que colasen algún rayo de luz; luego desvió la mirada hacia la única fuente de luz del pasillo que no era más que cuatro paredes: unas luces rojas intermitentes que reposaban encima de dos puertas que marcaban los números 300 y 301. Eri tiritó, sin poder asimilar lo que acababa de ocurrir.
¿Dónde estaban? ¿Qué clase de broma era aquella? ¡Porque no tenía ninguna gracia!
— No entiendo nada... — logró decir. — Se supone que subíamos, y hemos acabado... Aquí... — La pequeña se aferró al brazo derecho de Ryu como si le fuese la vida en ello, o como si él de verdad fuese su protector, o el que alegaba ser.
Entonces se escuchó la voz gélida del hermano de Ayame inundar la estancia:
— No hay ventanas, ni ninguna otra salida. Vamos a tener que ver qué es lo que hay tras esas puertas.
— Tiene razón.
— ¡No quiero! — Exclamó con voz temblorosa, uniéndose a las protestas de Ayame.
Pero parecía ser el primer plato de una larga comida, ya que, como si alguien escuchase que quería que todo aquello se acabase, el ascensor se detuvo, y los cuatro acabaron cayéndose de forma estrepitosa contra el suelo de aquella dichosa máquina, haciendo que éste se rompiese en mil pedazos. Eri sintió un dolor incapaz de ser intuido por cualquier persona si lo intentase describir, ya que fue como si los huesos de su cuerpo hubiesen acordado romperse a la vez para gastarle una broma muy pesada a su portadora.
Sus ojos permanecían cerrados con fuerza, aún con el dolor instaurado por todo su cuerpo; hasta que notó una voz cerca de ella.
— ¿Eri? — Fue un murmullo, un simple murmullo que hizo que abriese los ojos de par en par, topándose con la realidad oscura que los acogía. ¿Eso sería el infierno? ¿Sería un limbo infinito y oscuro? ¿Acaso ese era su final?
''Pero he escuchado a Ryu...''
— ¿Me escuchas, Eri? ¿Cómo te encuentras? — Asaltó con preguntas a la joven que no podía pensar con claridad. Odiaba los sitios oscuros, y en aquel momento se sentía aterrorizada, encogiéndose sobre sí misma sobre la moqueta. — Eri... — Insistió.
— Estoy... Aquí... — Su voz sonó muy baja, casi imperceptible. El chico se acercó rápidamente - lo más rápido que el dolor que sentía le dejase, claro - hacia el origen de la voz para tomarla delicadamente.
Entonces, una vez cerca de su compañero de villa, se atrevió a abrir los ojos del todo, topándose con un pasillo sin apenas iluminación ni ventanas que colasen algún rayo de luz; luego desvió la mirada hacia la única fuente de luz del pasillo que no era más que cuatro paredes: unas luces rojas intermitentes que reposaban encima de dos puertas que marcaban los números 300 y 301. Eri tiritó, sin poder asimilar lo que acababa de ocurrir.
¿Dónde estaban? ¿Qué clase de broma era aquella? ¡Porque no tenía ninguna gracia!
— No entiendo nada... — logró decir. — Se supone que subíamos, y hemos acabado... Aquí... — La pequeña se aferró al brazo derecho de Ryu como si le fuese la vida en ello, o como si él de verdad fuese su protector, o el que alegaba ser.
Entonces se escuchó la voz gélida del hermano de Ayame inundar la estancia:
— No hay ventanas, ni ninguna otra salida. Vamos a tener que ver qué es lo que hay tras esas puertas.
— Tiene razón.
— ¡No quiero! — Exclamó con voz temblorosa, uniéndose a las protestas de Ayame.