4/11/2016, 18:09
Apenas hubieron salido del ascensor y tomado el camino que llevaba hacia la estación de la Ribera del Sur, Datsue empezó a despotricar como una amante despechada sobre los habitantes de aquellas tierras. Akame llevaba poco tiempo en Takigakure no Sato, pero hasta la fecha nunca había advertido ningún detalle que diera a pensar lo que su compañero les estaba asegurando con el corazón en la mano. Y no pudo evitar que, por cómo hablaba Datsue sobre la charlatanería engañosa de los sureños, se le viniera a la mente la cómica idea de que el joven Uchiha era en realidad originario de aquella Ribera, y que quizás su desprecio por ellos hubiese surgido después de que le echaran a patadas de allí.
Pese a las risas que se echó con su propio chiste, no pudo evitar alzar una ceja, escéptico, cuando Datsue aseguró que si fuese Kage no dudaría en exterminar a todos y cada uno de los sureños. Akame pensó que era una idea desquiciada, impropia de su jovial compañero, pero luego lo achacó a su carácter exagerado. Además, ¿qué probabilidades había de que aquel gennin acabara llegando a ser Kawakage? «Pocas, desde luego». O eso pensaba Akame.
El viaje en tren fue más ameno de lo esperado. Los chicos comieron algo, bromearon, contaron historias y luego algunos durmieron hasta llegar a su destino: la estación de ferrocarril de Taikarune.
Akame nunca había estado en aquella ciudad, muy famosa en todo Oonindo por su peculiar geografía, de modo que cuando las puertas del ferrocarril se abrieron, el Uchiha ya estaba presto para bajar el primero. Había guardado su capa de viaje en la mochila, porque a aquellas horas de la tarde el Sol pegaba con fuerza y hacía demasiado calor. En lo que respectaba a clima, no era tan distinto del de Takigakure.
Tras apearse del tren, el Uchiha de Inaka convenció a los muchachos para dar una breve vuelta por la ciudad, admirando su peculiar arquitectura —muchas casas estaban construidas en la propia ladera del gigantesco peñón, coronado por lo que tiempo ha había sido el castillo del Daimyo— y degustando algún que otro manjar típico del lugar. A media tarde los chicos decidieron poner rumbo hacia Tanifukai, la pequeña región de Hi no Kuni de la que los Yamabushi eran regentes, por la gracia del Daimyo. Calcularon que tardarían unas dos horas y media en llegar.
«Justo para la cena».
Pese a las risas que se echó con su propio chiste, no pudo evitar alzar una ceja, escéptico, cuando Datsue aseguró que si fuese Kage no dudaría en exterminar a todos y cada uno de los sureños. Akame pensó que era una idea desquiciada, impropia de su jovial compañero, pero luego lo achacó a su carácter exagerado. Además, ¿qué probabilidades había de que aquel gennin acabara llegando a ser Kawakage? «Pocas, desde luego». O eso pensaba Akame.
El viaje en tren fue más ameno de lo esperado. Los chicos comieron algo, bromearon, contaron historias y luego algunos durmieron hasta llegar a su destino: la estación de ferrocarril de Taikarune.
Akame nunca había estado en aquella ciudad, muy famosa en todo Oonindo por su peculiar geografía, de modo que cuando las puertas del ferrocarril se abrieron, el Uchiha ya estaba presto para bajar el primero. Había guardado su capa de viaje en la mochila, porque a aquellas horas de la tarde el Sol pegaba con fuerza y hacía demasiado calor. En lo que respectaba a clima, no era tan distinto del de Takigakure.
Tras apearse del tren, el Uchiha de Inaka convenció a los muchachos para dar una breve vuelta por la ciudad, admirando su peculiar arquitectura —muchas casas estaban construidas en la propia ladera del gigantesco peñón, coronado por lo que tiempo ha había sido el castillo del Daimyo— y degustando algún que otro manjar típico del lugar. A media tarde los chicos decidieron poner rumbo hacia Tanifukai, la pequeña región de Hi no Kuni de la que los Yamabushi eran regentes, por la gracia del Daimyo. Calcularon que tardarían unas dos horas y media en llegar.
«Justo para la cena».