6/11/2016, 15:55
La noche se presentó como una dama fría y solitaria; El sendero era oscuro, y difícil era, casi imposible, el determinar donde terminaba y este y comenzaba el abismo de las estacas de piedra. La luna brillaba por su ausencia, y en su soledad, las estrellas permanecían ocultas tras un manto de gruesas nubes, silenciosas pero amenazantes, como si no tuvieran deseos de indicarle a nadie la dirección que debían de seguir.
—Es tan opresivo y liberador… ambas cosas al mismo tiempo —susurro, mientras escuchaba como la corrientes de aire eran cortadas por los filosos colmillo de piedra.
A paso lento, pero firme y seguro, dos jóvenes se desplazaban por aquel camino agreste y traicionero. Pese a andar por un sendero de sombras, uno se mantenía tranquilo al respecto, y la otra se mantenía confiada acerca de alcanzar su objetivo. Más allá de una arrogancia funesta, pese a las advertencias del anciano guardabosques, era la luz de aurora boreal que él mismo les había entregado los que les iluminaba el sendero: Antes de partir, aquel sujeto de carácter sabio y amable, les había hechos algunas preguntas extrañas, y luego les entrego una especie de farol de mano cuyo cristal era iridiscente.
—Ha sido una verdadera fortuna el que nos permitieran usar este extraño artefacto. —El camino iba siendo iluminado con una aurora que se mantenía por delante de ellos y parecía envolverlos al mismo tiempo—. No sería exagerado decir que proporciona tanta claridad como el día mismo.
—Ciertamente, mi señor —aseguro Naomi, quien aun estaba impresionada por el colorido espectáculo—. Debo aceptar que, al ver que era una lámpara sin mecha, y que no tenía por donde verterle el combustible, pensé que se trataría de una especie de broma de mal gusto.
—Permitan que la aurora nocturna les enseñe el camino —había dicho el guardabosques.
—Yo también pensé lo mismo, pero bastó con que le imbuyeras un poco de tu chakra para que comenzará a irradiar una cálida luz de siete colores. —Llevaba el farol frente a su montura, colgada de una larga caña y un largo sedal, como si estuviera pescando sombras—. ¿Cómo era que se llamaba?
—Nijirantan, es la forma en cómo le llamaba aquel hombre.
Se encontraban a medio camino, y a media noche, cuando en el inicio de uno de los muchos recodos, pues había vueltas y curvas por montón, algo llamo la atención de la Miyazaki.
—Mi señor, creo que algo se ha movido entre las sombras —dijo, con voz baja y llena de cautela.
El Ishimura detuvo la marcha y se llevó una mano hacia la katana, era un lugar inhóspito y de geografía muy accidentada, pero los salteadores de camino seguían siendo una plaga casi omnipresente allí donde fuera. Ambos se quedaron en silencio, y silencio fue lo único que percibieron. Kazuma trazó un gran arco mientras balanceaba la nijirantan, iluminando una gran extensión de las escaleras. Lo único que pudo ver fueron rocas y espacio vacío y algo más… Una especie de figura acurrucada a un lado del camino, tan quieta y envuelta sobre sí misma que era difícil el saber si era humana o animal o algo más. Tanto así, que incluso era imposible saber si siquiera seguía con vida.
—Veamos de qué se trata —dijo, mientras bajaba del caballo y dejaba a un lado el farol, cuyo brillo menguó hasta alcanzar la fuerza de una pequeña vela, como si extrañara a su nuevo portador.
El de blanca cabellera se acercó con pasos lentos y sigilosos, y con la guardia en alto por si las cosas se llegaban a torcer. Al estar a tan solo un metro, pudo captar algo, el tenue sonido de una respiración cálida y profunda. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, pudo darse cuenta de que se trataba de una persona, aunque no llegaba a distinguir nada más por la poca luz que había.
—Es un sitio peligroso para dormir; si no te giras en sueños y caes al precipicio, la hipotermia te habrá helado para cuando el sol te encuentre —advirtió con serenos susurros.
No parecía haber respuesta, por lo que utilizó su dedo índice para pinchar a la persona que yacía frente a él.
—Es tan opresivo y liberador… ambas cosas al mismo tiempo —susurro, mientras escuchaba como la corrientes de aire eran cortadas por los filosos colmillo de piedra.
A paso lento, pero firme y seguro, dos jóvenes se desplazaban por aquel camino agreste y traicionero. Pese a andar por un sendero de sombras, uno se mantenía tranquilo al respecto, y la otra se mantenía confiada acerca de alcanzar su objetivo. Más allá de una arrogancia funesta, pese a las advertencias del anciano guardabosques, era la luz de aurora boreal que él mismo les había entregado los que les iluminaba el sendero: Antes de partir, aquel sujeto de carácter sabio y amable, les había hechos algunas preguntas extrañas, y luego les entrego una especie de farol de mano cuyo cristal era iridiscente.
—Ha sido una verdadera fortuna el que nos permitieran usar este extraño artefacto. —El camino iba siendo iluminado con una aurora que se mantenía por delante de ellos y parecía envolverlos al mismo tiempo—. No sería exagerado decir que proporciona tanta claridad como el día mismo.
—Ciertamente, mi señor —aseguro Naomi, quien aun estaba impresionada por el colorido espectáculo—. Debo aceptar que, al ver que era una lámpara sin mecha, y que no tenía por donde verterle el combustible, pensé que se trataría de una especie de broma de mal gusto.
—Permitan que la aurora nocturna les enseñe el camino —había dicho el guardabosques.
—Yo también pensé lo mismo, pero bastó con que le imbuyeras un poco de tu chakra para que comenzará a irradiar una cálida luz de siete colores. —Llevaba el farol frente a su montura, colgada de una larga caña y un largo sedal, como si estuviera pescando sombras—. ¿Cómo era que se llamaba?
—Nijirantan, es la forma en cómo le llamaba aquel hombre.
Se encontraban a medio camino, y a media noche, cuando en el inicio de uno de los muchos recodos, pues había vueltas y curvas por montón, algo llamo la atención de la Miyazaki.
—Mi señor, creo que algo se ha movido entre las sombras —dijo, con voz baja y llena de cautela.
El Ishimura detuvo la marcha y se llevó una mano hacia la katana, era un lugar inhóspito y de geografía muy accidentada, pero los salteadores de camino seguían siendo una plaga casi omnipresente allí donde fuera. Ambos se quedaron en silencio, y silencio fue lo único que percibieron. Kazuma trazó un gran arco mientras balanceaba la nijirantan, iluminando una gran extensión de las escaleras. Lo único que pudo ver fueron rocas y espacio vacío y algo más… Una especie de figura acurrucada a un lado del camino, tan quieta y envuelta sobre sí misma que era difícil el saber si era humana o animal o algo más. Tanto así, que incluso era imposible saber si siquiera seguía con vida.
—Veamos de qué se trata —dijo, mientras bajaba del caballo y dejaba a un lado el farol, cuyo brillo menguó hasta alcanzar la fuerza de una pequeña vela, como si extrañara a su nuevo portador.
El de blanca cabellera se acercó con pasos lentos y sigilosos, y con la guardia en alto por si las cosas se llegaban a torcer. Al estar a tan solo un metro, pudo captar algo, el tenue sonido de una respiración cálida y profunda. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, pudo darse cuenta de que se trataba de una persona, aunque no llegaba a distinguir nada más por la poca luz que había.
—Es un sitio peligroso para dormir; si no te giras en sueños y caes al precipicio, la hipotermia te habrá helado para cuando el sol te encuentre —advirtió con serenos susurros.
No parecía haber respuesta, por lo que utilizó su dedo índice para pinchar a la persona que yacía frente a él.