7/11/2016, 17:31
—¿Descansar? —preguntó Datsue, atónito—. Para eso primero habría que estar cansado.
Tras el pequeño arrebato de orgullo, el Uchiha encabezó la marcha hacia la fortaleza. Lo cierto era que llevaba un tiempo rezando por poder parar. Tenía los pies doloridos y agujetas en los gemelos de tanto caminar, pero sabía muy bien que, si se paraban a descansar, él ya no sería capaz de volver a levantarse.
Si me hubieses hecho a mí también ese león de tinta…, se lamentó Datsue, mirando de soslayo a Yoshimitsu con cierto rencor. Todavía recordaba el respingo que había pegado cuando su compañero lo creó de la nada. Bueno, de su tinta. Y es que Yoshimitsu, aparte de buen dibujante, parecía poseer unas habilidades extraordinarias que le permitían dar vida a lo que plasmaba con el pincel.
Algo que sin duda era la mar de útil, por lo que había podido apreciar.
Los pasos de los tres shinobis resonaban ahora sobre la carretera de adoquines que cruzaba la aldea de parte en parte, paralela al río, tras abandonar el camino de tierra por el que habían estado circulando momentos antes. Un viento fresco soplaba desde el norte, y el Uchiha hizo reaparecer su túnica mediante una simple inyección de chakra para protegerse del inminente frío invernal nocturno.
Por el camino, se cruzaron con varias personas, aparte de los que conducían los carromatos en dirección a la fortaleza y que, llegados a cierto punto, terminaban por girar a izquierda o derecha en alguno de los múltiples caminos de tierra que nacían de la calle principal, perpendiculares a ésta. Datsue se fijó especialmente en un grupo de niños con ropas harapientas y deshilachadas, en un rango de edad que abarcaba desde los ocho hasta los catorce, y que parecían estar jugando al gato y el ratón.
Un breve pinchazo de nostalgia penetró el corazón del Uchiha, que transformó su expresión cansada en una pequeña y breve sonrisa, que en seguida desapareció cuando volvió a enfocar la mirada al frente. A la fortaleza.
Datsue no podía decir que fuese el mayor bastión que hubiesen visto sus ojos. Ni el más imponente. Ni siquiera con el que contaba con las murallas más altas y gruesas. Pero tenía que reconocer que, dentro de su humildad —si es que una fortaleza podía tener tal adjetivo—, se veía bien protegida. Estaba rodeada por un gran foso, seguramente abastecido por el río, que discurría pegado a la izquierda, y pese a que la muralla principal no era muy alta, sí parecía estar bien mantenida, sin huecos ni orificios entre las piedras labradas que la componían.
Un puente largo y ancho, sin demasiados ornamentos ni florituras pero en el que cabían perfectamente hasta tres carromatos puestos de forma paralela, conducía al gran portón de la entrada. Un yaguramon, para ser más específicos, siempre y cuando los ojos y memoria del Uchiha no le engañasen.
Datsue se permitió suspirar, aliviado de que la caminata hubiese llegado a su fin, y apenas murmuró un par de palabras en bajo:
—Al fin...
Tras el pequeño arrebato de orgullo, el Uchiha encabezó la marcha hacia la fortaleza. Lo cierto era que llevaba un tiempo rezando por poder parar. Tenía los pies doloridos y agujetas en los gemelos de tanto caminar, pero sabía muy bien que, si se paraban a descansar, él ya no sería capaz de volver a levantarse.
Si me hubieses hecho a mí también ese león de tinta…, se lamentó Datsue, mirando de soslayo a Yoshimitsu con cierto rencor. Todavía recordaba el respingo que había pegado cuando su compañero lo creó de la nada. Bueno, de su tinta. Y es que Yoshimitsu, aparte de buen dibujante, parecía poseer unas habilidades extraordinarias que le permitían dar vida a lo que plasmaba con el pincel.
Algo que sin duda era la mar de útil, por lo que había podido apreciar.
Los pasos de los tres shinobis resonaban ahora sobre la carretera de adoquines que cruzaba la aldea de parte en parte, paralela al río, tras abandonar el camino de tierra por el que habían estado circulando momentos antes. Un viento fresco soplaba desde el norte, y el Uchiha hizo reaparecer su túnica mediante una simple inyección de chakra para protegerse del inminente frío invernal nocturno.
Por el camino, se cruzaron con varias personas, aparte de los que conducían los carromatos en dirección a la fortaleza y que, llegados a cierto punto, terminaban por girar a izquierda o derecha en alguno de los múltiples caminos de tierra que nacían de la calle principal, perpendiculares a ésta. Datsue se fijó especialmente en un grupo de niños con ropas harapientas y deshilachadas, en un rango de edad que abarcaba desde los ocho hasta los catorce, y que parecían estar jugando al gato y el ratón.
Un breve pinchazo de nostalgia penetró el corazón del Uchiha, que transformó su expresión cansada en una pequeña y breve sonrisa, que en seguida desapareció cuando volvió a enfocar la mirada al frente. A la fortaleza.
Datsue no podía decir que fuese el mayor bastión que hubiesen visto sus ojos. Ni el más imponente. Ni siquiera con el que contaba con las murallas más altas y gruesas. Pero tenía que reconocer que, dentro de su humildad —si es que una fortaleza podía tener tal adjetivo—, se veía bien protegida. Estaba rodeada por un gran foso, seguramente abastecido por el río, que discurría pegado a la izquierda, y pese a que la muralla principal no era muy alta, sí parecía estar bien mantenida, sin huecos ni orificios entre las piedras labradas que la componían.
Un puente largo y ancho, sin demasiados ornamentos ni florituras pero en el que cabían perfectamente hasta tres carromatos puestos de forma paralela, conducía al gran portón de la entrada. Un yaguramon, para ser más específicos, siempre y cuando los ojos y memoria del Uchiha no le engañasen.
Datsue se permitió suspirar, aliviado de que la caminata hubiese llegado a su fin, y apenas murmuró un par de palabras en bajo:
—Al fin...
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado