9/11/2016, 20:13
El equipo variopinto conformado por los tres shinobis de Takigakure atravesaron la primera línea defensiva de la fortaleza, y es que, según pudieron ver al entrar, el castillo del señor Yamabushi se encontraba rodeado por una segunda muralla, colocada en una lejana colina.
La cabeza de Datsue cayó hacia adelante, exhalando un suspiro explosivo: todavía les quedaba un buen camino por hacer.
Fue entonces cuando el mayor de los Uchihas sugirió parar a comer. Datsue no estaba muy por la labor. Prefería desafiar a la suerte y ver si el señor del castillo les ofrecía un buen banquete —y gratuito—, a tener que pagar por un caldo recalentado en cualquier tugurio de mala muerte. Sin embargo, Yoshimitsu estuvo de acuerdo, y como Datsue no quería tener su primera discusión por una tontería como aquella, se limitó a seguirles arrastrando los pies con desgana.
El lugar al que les condujo Zaibatsu no era del todo malo, pese a todo. Desde fuera ya se veía ruidoso, como toda buena taberna que se precie, y el rumor de una melodía lograba colarse entre las carcajadas y sonidos de las botellas y vasos al ser estrellados con violencia contra le mesa.
Entonces, el bueno de Yoshimitsu se ofreció a invitarles, y la mirada alicaída de Datsue no se pudo iluminar más.
—¡Por supuesto que acepto! —le respondió, dándole una sonora palmada en el hombro—. Pero sólo con la condición de que la próxima me dejáis invitar a mí, ¿eh?
Más animado que un Uzureño en vendimia, entró el primero en la taberna, y nada más hacerlo sintió la necesidad de quitarse la túnica de nuevo. El ambiente era cálido y con neblina —o lo parecía, pues la cantidad de tabaco que estaba siendo consumido en el interior provocó incluso la tos del Uchiha—. Había jarras de hidromiel y chupitos de sake entrechocándose por doquier, y un monje aparentemente ciego vestido con kimono naranja tocando un instrumento de cuerda junto a la chimenea, apagada. Datsue pudo intuir que se trataba de un biwa, aunque no supo apreciar de qué tipo, y pese a que la melodía sonaba bien no mucha gente estaba prestándole atención, perdidos en sus propias conversaciones y, especialmente, en lo que parecía ser una partida de cartas de lo más intensa, pues media taberna estaba rodeando la mesa en la que se jugaba comentando cada mano y punto perdido.
Datsue vislumbró una mesa vacía en uno de los laterales y acudió raudo y veloz a ocuparla, desparramándose sobre la silla y descalzándose disimuladamente para dar un respiro a sus doloridos pies.
—¿Os gusta el shogi? —preguntó, una vez se sentaron junto a él—. ¿O las damas, o juegos del estilo? Quizá podamos montar una luego, si os apetece y tenemos tiempo libre —propuso, animado por la expectación que estaba generando aquella otra partida.
La cabeza de Datsue cayó hacia adelante, exhalando un suspiro explosivo: todavía les quedaba un buen camino por hacer.
Fue entonces cuando el mayor de los Uchihas sugirió parar a comer. Datsue no estaba muy por la labor. Prefería desafiar a la suerte y ver si el señor del castillo les ofrecía un buen banquete —y gratuito—, a tener que pagar por un caldo recalentado en cualquier tugurio de mala muerte. Sin embargo, Yoshimitsu estuvo de acuerdo, y como Datsue no quería tener su primera discusión por una tontería como aquella, se limitó a seguirles arrastrando los pies con desgana.
El lugar al que les condujo Zaibatsu no era del todo malo, pese a todo. Desde fuera ya se veía ruidoso, como toda buena taberna que se precie, y el rumor de una melodía lograba colarse entre las carcajadas y sonidos de las botellas y vasos al ser estrellados con violencia contra le mesa.
Entonces, el bueno de Yoshimitsu se ofreció a invitarles, y la mirada alicaída de Datsue no se pudo iluminar más.
—¡Por supuesto que acepto! —le respondió, dándole una sonora palmada en el hombro—. Pero sólo con la condición de que la próxima me dejáis invitar a mí, ¿eh?
Más animado que un Uzureño en vendimia, entró el primero en la taberna, y nada más hacerlo sintió la necesidad de quitarse la túnica de nuevo. El ambiente era cálido y con neblina —o lo parecía, pues la cantidad de tabaco que estaba siendo consumido en el interior provocó incluso la tos del Uchiha—. Había jarras de hidromiel y chupitos de sake entrechocándose por doquier, y un monje aparentemente ciego vestido con kimono naranja tocando un instrumento de cuerda junto a la chimenea, apagada. Datsue pudo intuir que se trataba de un biwa, aunque no supo apreciar de qué tipo, y pese a que la melodía sonaba bien no mucha gente estaba prestándole atención, perdidos en sus propias conversaciones y, especialmente, en lo que parecía ser una partida de cartas de lo más intensa, pues media taberna estaba rodeando la mesa en la que se jugaba comentando cada mano y punto perdido.
Datsue vislumbró una mesa vacía en uno de los laterales y acudió raudo y veloz a ocuparla, desparramándose sobre la silla y descalzándose disimuladamente para dar un respiro a sus doloridos pies.
—¿Os gusta el shogi? —preguntó, una vez se sentaron junto a él—. ¿O las damas, o juegos del estilo? Quizá podamos montar una luego, si os apetece y tenemos tiempo libre —propuso, animado por la expectación que estaba generando aquella otra partida.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado