10/11/2016, 00:42
Ayame sintió de repente un brusco tirón en el estómago, y se arqueó hacia delante con una fuerte arcada. Había estado a punto de vomitar, pero entonces abrió los ojos y se encontró a sí misma recostada en una cama y acompañada de un escalofriante silencio.
«¿Dónde...? ¿Dónde estoy...?» Se preguntó, mirando a su alrededor con la frente perlada de un sudor frío y entre agitados resuellos.
Aún sentía el palpitar de su corazón en las sienes y la adrenalina recorriendo sus venas... Pero, extrañamente, parecía encontrarse a salvo. Cuando miró a un lado vio que Kōri dormía plácidamente en una cama contigua y los ojos se le llenaron de lágrimas al recordar la terrorífica escena que había presenciado hacía tan solo unos pocos segundos. Por un momento sintió deseos de abalanzarse sobre él y abrazarle y llorarle, pero enseguida desechó aquella idea de su cabeza. Su hermano la tomaría por una niñita estúpida y asustadiza, y sin duda, después del largo viaje y lo que les había costado conseguir una habitación no le haría ninguna gracia que le molestaran su sueño por algo tan trivial como una simple pesadillas.
Porque... había sido todo un mal sueño. ¿verdad?
Ayame sacudió la cabeza y estuvo a punto de darse media vuelta en la cama y seguir durmiendo. Pero se detuvo en seco a medio camino.
«¿Qué ha pasado?» Se preguntó, inquieta. Ella no recordaba haber llegado a la habitación, ni mucho menos haberse acostado en la cama. De hecho, lo último medianamente coherente que recordaba era haber entrado en el ascensor después de que el recepcionista les indicara que debían subir al último piso y después...
Después...
Tragó saliva, y su corazón retomó el redoble de latidos. Con un último suspiro se incorporó en la cama, apoyó los pies descalzos en el suelo y se levantó para acercarse lentamente a su hermano.
—Kōri... Kōri, despierta, por favor —suplicó, en voz baja, al tiempo que le agitaba el hombro con suavidad pero cierta urgencia. Ayame sabía que su hermano solía tener un sueño bastante pesado, por lo que sabía que tenía que aplicar cierta brusquedad si quería despertarle—. Kōri, ¿qué ha pasado?
«¿Dónde...? ¿Dónde estoy...?» Se preguntó, mirando a su alrededor con la frente perlada de un sudor frío y entre agitados resuellos.
Aún sentía el palpitar de su corazón en las sienes y la adrenalina recorriendo sus venas... Pero, extrañamente, parecía encontrarse a salvo. Cuando miró a un lado vio que Kōri dormía plácidamente en una cama contigua y los ojos se le llenaron de lágrimas al recordar la terrorífica escena que había presenciado hacía tan solo unos pocos segundos. Por un momento sintió deseos de abalanzarse sobre él y abrazarle y llorarle, pero enseguida desechó aquella idea de su cabeza. Su hermano la tomaría por una niñita estúpida y asustadiza, y sin duda, después del largo viaje y lo que les había costado conseguir una habitación no le haría ninguna gracia que le molestaran su sueño por algo tan trivial como una simple pesadillas.
Porque... había sido todo un mal sueño. ¿verdad?
Ayame sacudió la cabeza y estuvo a punto de darse media vuelta en la cama y seguir durmiendo. Pero se detuvo en seco a medio camino.
«¿Qué ha pasado?» Se preguntó, inquieta. Ella no recordaba haber llegado a la habitación, ni mucho menos haberse acostado en la cama. De hecho, lo último medianamente coherente que recordaba era haber entrado en el ascensor después de que el recepcionista les indicara que debían subir al último piso y después...
Después...
Tragó saliva, y su corazón retomó el redoble de latidos. Con un último suspiro se incorporó en la cama, apoyó los pies descalzos en el suelo y se levantó para acercarse lentamente a su hermano.
—Kōri... Kōri, despierta, por favor —suplicó, en voz baja, al tiempo que le agitaba el hombro con suavidad pero cierta urgencia. Ayame sabía que su hermano solía tener un sueño bastante pesado, por lo que sabía que tenía que aplicar cierta brusquedad si quería despertarle—. Kōri, ¿qué ha pasado?