12/11/2016, 02:32
—Me lleva el demonio...— Dijo en voz alta ante la aparición en escena de un arácnido personaje.
—Sí… —respondió, con algo de tensión en la voz—, bien podrías decir que se trata de un demonio.
Kazuma había escuchado hablar sobre aquello de que en el desierto hay arañas enormes, muchas de las cuales construyen sus redes en las grietas o en el espacio oscuro que hay entre las rocas. En detalle, eran criaturas tan veloces que eran apodadas “escorpiones de viento”, y con colmillos que podrían llegar a medir hasta un tercio de la longitud de su cuerpo, tan fuertes que no necesitaban un gramo de veneno. Por otra parte, había leído acerca de unos gusanos que yacían en cierta cueva de cierta nación lejana. Aquella gruta era famosa por la peculiaridad de poseer una especie de gusano luminoso que cubría las paredes y el techo de dicho lugar. Estas criaturas utilizan una especie hilo brillante y mucoso para atraer, como si estuvieran pescando, a sus presas y luego devorarlas.
Si, el Ishimura había escuchado y leído sobre cosas muy extraña, pero jamás se hubiese podido imaginar que existía criatura tal como la que se acercaba lentamente hacia ellos.
«Puede que no estemos en el reino de los muertos, pero esta criatura debió provenir de allí sin duda»
En principio parecía ser solo una araña gigante, pues lo primero en divisarse fueron ocho largas patas cuyas puntas brillaban intensamente. Pero luego comenzó a arrastrar su cuerpo, una especie de masa gelatinosa y traslúcida de la cual emanaba aquella pegajosa sustancia verde que resplandecía con una luz espectral, y cuyo peso le impedía hacer algo más que deslizarse en su propia mucosa. Se podía distinguir una protuberancia que parecía ser la cabeza, solo porque allí había ocho esferas negras que contrastaban con el brillo de fondo. La criatura disipaba las sombras a su paso, dejando ver que estaban rodeados por paredes de roca calcárea y docenas de despojos humanos que parecían tener décadas, sino es que siglos, de antigüedad.
—¡Tatsuya, hay que salir de aquí! —Sabía que aquello era obvio, pero también era consciente de que su amigo aún estaba atrapado.
—Sí… —respondió, con algo de tensión en la voz—, bien podrías decir que se trata de un demonio.
Kazuma había escuchado hablar sobre aquello de que en el desierto hay arañas enormes, muchas de las cuales construyen sus redes en las grietas o en el espacio oscuro que hay entre las rocas. En detalle, eran criaturas tan veloces que eran apodadas “escorpiones de viento”, y con colmillos que podrían llegar a medir hasta un tercio de la longitud de su cuerpo, tan fuertes que no necesitaban un gramo de veneno. Por otra parte, había leído acerca de unos gusanos que yacían en cierta cueva de cierta nación lejana. Aquella gruta era famosa por la peculiaridad de poseer una especie de gusano luminoso que cubría las paredes y el techo de dicho lugar. Estas criaturas utilizan una especie hilo brillante y mucoso para atraer, como si estuvieran pescando, a sus presas y luego devorarlas.
Si, el Ishimura había escuchado y leído sobre cosas muy extraña, pero jamás se hubiese podido imaginar que existía criatura tal como la que se acercaba lentamente hacia ellos.
«Puede que no estemos en el reino de los muertos, pero esta criatura debió provenir de allí sin duda»
En principio parecía ser solo una araña gigante, pues lo primero en divisarse fueron ocho largas patas cuyas puntas brillaban intensamente. Pero luego comenzó a arrastrar su cuerpo, una especie de masa gelatinosa y traslúcida de la cual emanaba aquella pegajosa sustancia verde que resplandecía con una luz espectral, y cuyo peso le impedía hacer algo más que deslizarse en su propia mucosa. Se podía distinguir una protuberancia que parecía ser la cabeza, solo porque allí había ocho esferas negras que contrastaban con el brillo de fondo. La criatura disipaba las sombras a su paso, dejando ver que estaban rodeados por paredes de roca calcárea y docenas de despojos humanos que parecían tener décadas, sino es que siglos, de antigüedad.
—¡Tatsuya, hay que salir de aquí! —Sabía que aquello era obvio, pero también era consciente de que su amigo aún estaba atrapado.