12/11/2016, 16:58
Una sonrisa de auténtica satisfacción se dibujó en el rostro del muchacho de Inaka cuando Yoshimitsu accedió de buen grado. El misterioso artista no sólo era amable y buen conversador, sino que además parecía tener un agudo sentido del raciocinio. En todo el viaje Akame no le había escuchado decir una palabra más alta que otra, siempre opinaba con cautela y sabía cuándo ser simpático. No tenía el carisma magnético de Datsue, que sería capaz de hacer nuevos amigos en mitad de un campo de batalla, pero era sin duda un chico inteligente.
Así pues, el Uchiha accedió de buen grado y junto a sus compañeros entró en la taberna.
«Parecía más acogedor desde fuera...» caviló Akame cuando, nada más entrar, tuvo que contener una tos provocada por la cortina de humo que empañaba el ambiente. La taberna bullía de gritos, conversaciones, risas y otros sonidos típicos de lugares como aquel, dándole un ambiente un tanto campechano.
Haciendo gala de unos reflejos envidiables, Datsue avistó una mesa libre y se lanzó sobre ella como un amante desesperado. Akame le imitó poco después, temeroso de que alguno de los espectadores de la partida de cartas le quitase su asiento.
—¿Que si me gusta? Compañero, aprendí a jugar al shogi antes que a andar —respondió el de Inaka, riendo—. Mi padre es un ávido shogista, pero nunca tenía con quien jugar, de modo que me enseñó en cuanto fui capaz de aprender.
En ese momento una de las meseras pasó junto a ellos, y Akame trató de llamar su atención... Sin mucho éxito.
Así pues, el Uchiha accedió de buen grado y junto a sus compañeros entró en la taberna.
«Parecía más acogedor desde fuera...» caviló Akame cuando, nada más entrar, tuvo que contener una tos provocada por la cortina de humo que empañaba el ambiente. La taberna bullía de gritos, conversaciones, risas y otros sonidos típicos de lugares como aquel, dándole un ambiente un tanto campechano.
Haciendo gala de unos reflejos envidiables, Datsue avistó una mesa libre y se lanzó sobre ella como un amante desesperado. Akame le imitó poco después, temeroso de que alguno de los espectadores de la partida de cartas le quitase su asiento.
—¿Que si me gusta? Compañero, aprendí a jugar al shogi antes que a andar —respondió el de Inaka, riendo—. Mi padre es un ávido shogista, pero nunca tenía con quien jugar, de modo que me enseñó en cuanto fui capaz de aprender.
En ese momento una de las meseras pasó junto a ellos, y Akame trató de llamar su atención... Sin mucho éxito.