14/11/2016, 13:14
Datsue que para ser honestos, se encontraba bastante callado incluso para el, resurgió de sus cenizas cuando me ofrecí a invitarle a comer, tanto es así que hasta se tomó la libertad de darme una palmada en la espalda advirtiendo que la próxima correría de su cuenta.
-Quizás te arrepientas... Dije sin pensar, cayendo en la cuenta de que seguramente fuera un sentimiento recíproco.
¡Maldición! Pensé bromista, pues tampoco se veía que estos Uchihas fueran unos ávidos comilones.
Seguíamos ahora a Datsue que parecía tener cohetes en sus getas de madera, yo por precaución ordené a mi ratón de tinta que se introdujera en el makimono, no quería armar un alboroto por tan poca cosa, el animal obedeció descomponiéndose en el papel en un sin fin de textos y bocetos. Al entrar en aquella taberna y como todo parecía indicar, estaba hasta la bandera. Entre el calor humano, la lumbre que había en aquel gran salón y la gente que ni corta ni perezosa, daba rienda suelta a todo vicio habido y por haber. La verdad que era una verdadera proeza respirar sin morir en el intento.
¿A dónde irá tan a prisa? Inocente pregunta por mi parte, para cuando me quise dar cuenta, Datsue capturó lo que vendría a ser algo en peligro de extinción en aquel lugar. Una mesa disponible, y vaya que si estaba en extinción, ya no quedaba ningún lugar en donde poder sentarse.
-Reconozco que has tenido buena vista.... Felicité a Datsue por su adquisición.
Antes de sentarme en la silla, miré a mi alrededor, y no precisamente centré mi atención al gentío, ni a aquel simpático y ebrio monje que tocaba aquel biwa con un desenfreno sin parangón, ni tampoco a aquella acalorada partida de cartas, que parecía que había en juego la hacienda de algún jugador poco avispado. Me fijé en el quid de la cuestión, el por qué de que estábamos aquí y no en otra taberna. Me fijé en la comida, alcé la mirada con descaro a ver que andaban degustando las mesas vecinas y cierto era que todo se veía la mar de apetitoso, no solo por la calidad de la comida, sino también por la presentación de los platos. Lo que más me llamó la atención fue lo generoso de las guarniciones.
Aquí vamos a comer bien...y eso me gusta
Una vez todos acomodados, la cosa se puso interesante...¿Ha dicho shogi? ¡Ja! Datsue preguntó con humildad que me "gustaba" el shogi. Me llevé la mano al corazón y dije con solemnidad.
-Mi segundo apellido es shogi querido amigo, no hay nadie que me pueda vencer...bueno si, mi abuelo quizás...cuando hace trampas el muy maldito Algo que que empezó bien, hizo acordarme de algo que me hizo hervir un poco la sangre. Pero bueno, se me pasó rápido al oír el argumento de Akame, para mí compartir aquel pasatiempo que tanto significaba para mí con mis camaradas, me daba una grata sensación de hermandad.
—¿Que si me gusta? Compañero, aprendí a jugar al shogi antes que a andar —respondió el de Inaka, riendo—. Mi padre es un ávido shogista, pero nunca tenía con quien jugar, de modo que me enseñó en cuanto fui capaz de aprender.
Reí al escuchar la singular justificación de Akame de por qué era tan buen jugador. Quise picarle un poco para dar gracia al asunto y le contesté con picardía. -¿Antes de andar dices? Yo aprendí cuando estaba todavía en el vientre de mi madre camarada Sonreí intentando mostrar seriedad, tratando de dar veracidad a mi absurdo comentario.
Luego Akame trató de llamar la atención de una de las camareras del local sin éxito. Pues ellas si que corrían rápido, más rápido incluso que Datsue cuando reclamó la última mesa para nosotros. Sirviendo a diestro y siniestro con impecable diligencia. Se notaba que en este lugar, no todo el mundo valía para ser algo tan sencillo como podía ser un camarero, la agilidad que hacían gala al sortear el mar de clientes me hacía dudar de hasta mi entrenamiento shinobi. Finalmente con un poco de suerte y manteniendo el brazo en alto un rato, una joven y bella muchacha de nuestra edad o quizás un poco más. De piel blanquecina y radiante, con un pelo corto y lacio de color oscuro, muy bien arreglado, a juego con sus grandes y expresivos ojos. con el uniforme de la taberna y sosteniendo en su regazo con mimo una bandeja metálica, se posó delante de nosotros con una reverencia, gran amabilidad y con cierta timidez.
-Hola... buenas noches..., me llamo Koizumi Ai y...y...y seré vuestra camarera. ¿Desean tomarme...¡QUERIA DECIR!...Que...que...qué desean tomar? Dijo la chica roja como un tomate, sonrojada por aquel inesperado desliz.
-Quizás te arrepientas... Dije sin pensar, cayendo en la cuenta de que seguramente fuera un sentimiento recíproco.
¡Maldición! Pensé bromista, pues tampoco se veía que estos Uchihas fueran unos ávidos comilones.
Seguíamos ahora a Datsue que parecía tener cohetes en sus getas de madera, yo por precaución ordené a mi ratón de tinta que se introdujera en el makimono, no quería armar un alboroto por tan poca cosa, el animal obedeció descomponiéndose en el papel en un sin fin de textos y bocetos. Al entrar en aquella taberna y como todo parecía indicar, estaba hasta la bandera. Entre el calor humano, la lumbre que había en aquel gran salón y la gente que ni corta ni perezosa, daba rienda suelta a todo vicio habido y por haber. La verdad que era una verdadera proeza respirar sin morir en el intento.
¿A dónde irá tan a prisa? Inocente pregunta por mi parte, para cuando me quise dar cuenta, Datsue capturó lo que vendría a ser algo en peligro de extinción en aquel lugar. Una mesa disponible, y vaya que si estaba en extinción, ya no quedaba ningún lugar en donde poder sentarse.
-Reconozco que has tenido buena vista.... Felicité a Datsue por su adquisición.
Antes de sentarme en la silla, miré a mi alrededor, y no precisamente centré mi atención al gentío, ni a aquel simpático y ebrio monje que tocaba aquel biwa con un desenfreno sin parangón, ni tampoco a aquella acalorada partida de cartas, que parecía que había en juego la hacienda de algún jugador poco avispado. Me fijé en el quid de la cuestión, el por qué de que estábamos aquí y no en otra taberna. Me fijé en la comida, alcé la mirada con descaro a ver que andaban degustando las mesas vecinas y cierto era que todo se veía la mar de apetitoso, no solo por la calidad de la comida, sino también por la presentación de los platos. Lo que más me llamó la atención fue lo generoso de las guarniciones.
Aquí vamos a comer bien...y eso me gusta
Una vez todos acomodados, la cosa se puso interesante...¿Ha dicho shogi? ¡Ja! Datsue preguntó con humildad que me "gustaba" el shogi. Me llevé la mano al corazón y dije con solemnidad.
-Mi segundo apellido es shogi querido amigo, no hay nadie que me pueda vencer...bueno si, mi abuelo quizás...cuando hace trampas el muy maldito Algo que que empezó bien, hizo acordarme de algo que me hizo hervir un poco la sangre. Pero bueno, se me pasó rápido al oír el argumento de Akame, para mí compartir aquel pasatiempo que tanto significaba para mí con mis camaradas, me daba una grata sensación de hermandad.
—¿Que si me gusta? Compañero, aprendí a jugar al shogi antes que a andar —respondió el de Inaka, riendo—. Mi padre es un ávido shogista, pero nunca tenía con quien jugar, de modo que me enseñó en cuanto fui capaz de aprender.
Reí al escuchar la singular justificación de Akame de por qué era tan buen jugador. Quise picarle un poco para dar gracia al asunto y le contesté con picardía. -¿Antes de andar dices? Yo aprendí cuando estaba todavía en el vientre de mi madre camarada Sonreí intentando mostrar seriedad, tratando de dar veracidad a mi absurdo comentario.
Luego Akame trató de llamar la atención de una de las camareras del local sin éxito. Pues ellas si que corrían rápido, más rápido incluso que Datsue cuando reclamó la última mesa para nosotros. Sirviendo a diestro y siniestro con impecable diligencia. Se notaba que en este lugar, no todo el mundo valía para ser algo tan sencillo como podía ser un camarero, la agilidad que hacían gala al sortear el mar de clientes me hacía dudar de hasta mi entrenamiento shinobi. Finalmente con un poco de suerte y manteniendo el brazo en alto un rato, una joven y bella muchacha de nuestra edad o quizás un poco más. De piel blanquecina y radiante, con un pelo corto y lacio de color oscuro, muy bien arreglado, a juego con sus grandes y expresivos ojos. con el uniforme de la taberna y sosteniendo en su regazo con mimo una bandeja metálica, se posó delante de nosotros con una reverencia, gran amabilidad y con cierta timidez.
-Hola... buenas noches..., me llamo Koizumi Ai y...y...y seré vuestra camarera. ¿Desean tomarme...¡QUERIA DECIR!...Que...que...qué desean tomar? Dijo la chica roja como un tomate, sonrojada por aquel inesperado desliz.