16/11/2016, 00:49
La puerta de la habitación donde Kori dormía y Ayame se escondía se abrió emitiendo un chirrido escalofriante. Tap, un paso. Tap, dos pasos. Tap, tres pasos. Ayame pudo ver desde su escondite las puntas retorcidas de unos zapatos que apuntaban hacia ella... hacia la cama de su hermano. Los tobillos se flexionaron, clara señal de que el extraño se agachaba para mirar y...
Se detuvo.
—¿Pero qué haces, Kabocha-kun? —se dijo a sí mismo—. No seas idiota, no seas idiota, ¿quién más va a haber por aquí? Estás paranoico, estás paranoico.
Se levantó, se movió silenciosamente y con la agilidad de una pantera hacia la puerta y la cerró tras de sí con delicadeza. De nuevo, los pasos se dirigieron hacia la habitación de al lado, lentamente... pero sin pausa.
Creeek. Se abrió la puerta.
—Uno a uno, todos morirán... Cuatro tripas, mi cuchillo abrirá... Jiajiajia... —canturreaba.
Eri se abrazó a la pared con la espalda y tanteó con la mano, alcanzando un picaporte. Pero sólo consiguió hacer ruido: la puerta estaba cerrada con llave.
La falsa Ayame dio un respingo, y se dio la vuelta de golpe. Para cuando se giró, ya no tenía el aspecto de Ayame, sino el de un hombre con cabeza de calabaza con una sonrisa macabra, vestido totalmente de negro y con capa. Empuñaba un cuchillo en la mano.
—Tú serás la primera... La más joven... La más tierna... Ven con Kabocha, cariño... Eri-chaaAAAAAN
La voz inundó sus oídos y la pegó a la pared. Las manos se unieron a ella como atraídas por un imán, y a pesar de que nada ni nadie la estaba tocando aún, se sintió violada: manoseada, besada.
Por aquella bestia fantasmal.
Se detuvo.
—¿Pero qué haces, Kabocha-kun? —se dijo a sí mismo—. No seas idiota, no seas idiota, ¿quién más va a haber por aquí? Estás paranoico, estás paranoico.
Se levantó, se movió silenciosamente y con la agilidad de una pantera hacia la puerta y la cerró tras de sí con delicadeza. De nuevo, los pasos se dirigieron hacia la habitación de al lado, lentamente... pero sin pausa.
Creeek. Se abrió la puerta.
—Uno a uno, todos morirán... Cuatro tripas, mi cuchillo abrirá... Jiajiajia... —canturreaba.
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Eri se abrazó a la pared con la espalda y tanteó con la mano, alcanzando un picaporte. Pero sólo consiguió hacer ruido: la puerta estaba cerrada con llave.
La falsa Ayame dio un respingo, y se dio la vuelta de golpe. Para cuando se giró, ya no tenía el aspecto de Ayame, sino el de un hombre con cabeza de calabaza con una sonrisa macabra, vestido totalmente de negro y con capa. Empuñaba un cuchillo en la mano.
—Tú serás la primera... La más joven... La más tierna... Ven con Kabocha, cariño... Eri-chaaAAAAAN
La voz inundó sus oídos y la pegó a la pared. Las manos se unieron a ella como atraídas por un imán, y a pesar de que nada ni nadie la estaba tocando aún, se sintió violada: manoseada, besada.
Por aquella bestia fantasmal.