18/11/2016, 22:11
Para cuando la chica quiso arrancar a trabajar, el médico no tardó en quitarle todo el protagonismo. Tampoco es que fuese algo malo, si no justo lo contrario. El chico se ofreció si dudarlo un solo segundo para ayudar a la Sarutobi en su tarea de remolcar el carro hasta la parte delantera de la tienda, o al menos hasta el patíbulo. La chica le devolvió una sonrisa; ésta sonrisa también sería correspondida por una del matasanos ante el comentario de la chica a cerca de que terminarían pronto si se lo proponían, y justo tras haber respondido éste a favor. Sin duda, parecía que congeniaban tan bien como cuando se conocieron, tenían un pequeño gran vínculo bastante sorprendente.
Sendos genin llevaron con no demasiado pesar el carro hasta la parte delantera, donde la dueña o encargada de la tienda terminaba de reunir el botín de guerra. La chica traía el octavo encargo, encapsulado y posiblemente con aire del más puro para que durasen lo máximo posible. Eso sí, sellados en una cúpula de cristal, para que el sol no les faltase.
Mogura soltó que era curiosa la maceta que traía, aunque lejos estaba de ser meramente una maceta. Era un envoltorio, y salvoprotector para el encargo, un sustento que aliviase al encargo ante las inclemencias rutinarias del clima del país de la tormenta. Pero la chica ni hizo inciso en ello siquiera, tan solo se alegró de que hubiesen encontrado el carrito. Así mismo, aprovechó para dar el consejo de que intentasen llevarlas todas de una tacada, para evitar un segundo viaje de reparto. No sonaba disparatado, pero no todo fuese por priorizar la velocidad... Estaban hablando de plantas enfrascadas en cristal, un simple bache y terminarían con varios encargos fastidiados —Y eso no podía ser.— tenían que guardar las prioridades.
La chica fue a intentar responder a la encargada, pero para antes de que eso sucediese, una cliente entró en la tienda. Obviamente, la encargada debía atenderla, y se despidió de buena manera. Incluso tuvo la valentía de decir que se encontraría allí para lo que necesitasen. Bueno, tan poco era para tanto después de todo.
—Yo... priorizaría que no se puedan caer los frascos de cristal. No es lo mismo llegar un poco mas lentos, que llegar con el envase hecho mil añicos... ¿no? —Preguntó a Mogura. —Probamos a ponerlos sobre el carro, e intentar ordenarlos para que quepan bien y seguros. Si no caben todos, al menos vemos cómo van quedando, la seguridad, y los que sobran.
» O en caso de que quieras, podemos buscar si tienen una cuerda, o algo para asegurar los cristales... por éstas calles una nunca sabe qué va a pasar... Razón no le faltaba, las calles casi siempre estaban a tope de fluidez de personas. Gente paseando, niños jugando a la pelota, lluvia, carruajes... Tenían ciento un peligros que afrontar con una mercancía sustancialmente delicada. Mejor prevenir que lamentar.
Sendos genin llevaron con no demasiado pesar el carro hasta la parte delantera, donde la dueña o encargada de la tienda terminaba de reunir el botín de guerra. La chica traía el octavo encargo, encapsulado y posiblemente con aire del más puro para que durasen lo máximo posible. Eso sí, sellados en una cúpula de cristal, para que el sol no les faltase.
Mogura soltó que era curiosa la maceta que traía, aunque lejos estaba de ser meramente una maceta. Era un envoltorio, y salvoprotector para el encargo, un sustento que aliviase al encargo ante las inclemencias rutinarias del clima del país de la tormenta. Pero la chica ni hizo inciso en ello siquiera, tan solo se alegró de que hubiesen encontrado el carrito. Así mismo, aprovechó para dar el consejo de que intentasen llevarlas todas de una tacada, para evitar un segundo viaje de reparto. No sonaba disparatado, pero no todo fuese por priorizar la velocidad... Estaban hablando de plantas enfrascadas en cristal, un simple bache y terminarían con varios encargos fastidiados —Y eso no podía ser.— tenían que guardar las prioridades.
La chica fue a intentar responder a la encargada, pero para antes de que eso sucediese, una cliente entró en la tienda. Obviamente, la encargada debía atenderla, y se despidió de buena manera. Incluso tuvo la valentía de decir que se encontraría allí para lo que necesitasen. Bueno, tan poco era para tanto después de todo.
—Yo... priorizaría que no se puedan caer los frascos de cristal. No es lo mismo llegar un poco mas lentos, que llegar con el envase hecho mil añicos... ¿no? —Preguntó a Mogura. —Probamos a ponerlos sobre el carro, e intentar ordenarlos para que quepan bien y seguros. Si no caben todos, al menos vemos cómo van quedando, la seguridad, y los que sobran.
» O en caso de que quieras, podemos buscar si tienen una cuerda, o algo para asegurar los cristales... por éstas calles una nunca sabe qué va a pasar... Razón no le faltaba, las calles casi siempre estaban a tope de fluidez de personas. Gente paseando, niños jugando a la pelota, lluvia, carruajes... Tenían ciento un peligros que afrontar con una mercancía sustancialmente delicada. Mejor prevenir que lamentar.