21/11/2016, 23:36
Ciertamente Mogura coincidió con la conjetura de su compañera, no le faltaban argumentos refutados, ni credibilidad en sus palabras o seguridad en sus dudas. Todo parecía ir sobre ruedas, y nunca mejor dicho. Estaban plantados ante el mogollón de urnas de cristal, y ahora tocaba cargarlas con o sin cuidado. Evidentemente, al dúo no les faltó el don de precavidos. El chico terminó por aceptar la idea de atar los vidrios con una cuerda, a modo de seguro de vida. Eso sí, por ahorrar algo de tiempo sugirió que uno podía ir cargando las plantas en el carrito mientras que el otro iba en busca de la susodicha cuerda.
—De acuerdo, iré yo entonces en busca de una cuerda.
Sin demora alguna, la chica marchó de nuevo hacia el cuartillo del que habían sacado esa tartana tan bien cuidada. No desvió el tiempo en otro uso, fue directa y sin distracción alguna. Una vez allí, echó el ojo a un lado y a otro en busca de algo que pudiese ejercer las funciones de cuerda. Realmente no tenía por qué ser una mera cuerda, podían darle uso a una cinta de embalar, cinta americana, un lazo, o cualquier otro tipo de tiras de algún material.
«Ummm.... ésto... ¿qué puedo pillar?»
De pronto, sus ojos brillaron al encontrar una vieja cuerda. De hecho, ni esperaba algo así, temía tener que tomar algún tipo de raíz e improvisar acoples multiples entre vegetales en pos de hallar una solución lamentable y posiblemente poco eficiente. Por suerte, allí estaba ella.
No dudó un solo segundo, la tomó y de nuevo se dirigió hacia el exterior. Para cuando tuvo a Mogura a la vista, alzó la cuerda como si se tratase de un trofeo de oro bañado en múltiples diamantes. La mostró como el trofeo que era, la solución a infinidad de posibles problemas. —La encontré!
»Aqui tienes, Mogura. —Encajó la chica mientras le ofrecía a su compañero la cuerda. Entre su logro, y el del chico, ya casi que podían dar comienzo al reparto. Pero ésto le daba de nuevo la tajante de que debía organizar el itinerario, cosa que aún no había hecho por completo. Sin mas, tomó de nuevo la lista de encargos y comenzó a darle vueltas al circuito que debían tomar. Su mente dibujaba un mapa tridimensional, y la ubicaba a ella en mitad de éste. Entre tanto, iba organizando las casas de las direcciones, así como iba haciendo gestos en pos de guiarse un poco mejor dentro de ese mundo imaginario; su mente.
Se llevó el indice al borde inferior del labio, mientras que su mirada se desviaba a la esquina superior de la floristería. —Un momento solo... ya casi tengo en mente la ruta. —Aclaró al chico, por si acaso no lo había notado.
—De acuerdo, iré yo entonces en busca de una cuerda.
Sin demora alguna, la chica marchó de nuevo hacia el cuartillo del que habían sacado esa tartana tan bien cuidada. No desvió el tiempo en otro uso, fue directa y sin distracción alguna. Una vez allí, echó el ojo a un lado y a otro en busca de algo que pudiese ejercer las funciones de cuerda. Realmente no tenía por qué ser una mera cuerda, podían darle uso a una cinta de embalar, cinta americana, un lazo, o cualquier otro tipo de tiras de algún material.
«Ummm.... ésto... ¿qué puedo pillar?»
De pronto, sus ojos brillaron al encontrar una vieja cuerda. De hecho, ni esperaba algo así, temía tener que tomar algún tipo de raíz e improvisar acoples multiples entre vegetales en pos de hallar una solución lamentable y posiblemente poco eficiente. Por suerte, allí estaba ella.
No dudó un solo segundo, la tomó y de nuevo se dirigió hacia el exterior. Para cuando tuvo a Mogura a la vista, alzó la cuerda como si se tratase de un trofeo de oro bañado en múltiples diamantes. La mostró como el trofeo que era, la solución a infinidad de posibles problemas. —La encontré!
»Aqui tienes, Mogura. —Encajó la chica mientras le ofrecía a su compañero la cuerda. Entre su logro, y el del chico, ya casi que podían dar comienzo al reparto. Pero ésto le daba de nuevo la tajante de que debía organizar el itinerario, cosa que aún no había hecho por completo. Sin mas, tomó de nuevo la lista de encargos y comenzó a darle vueltas al circuito que debían tomar. Su mente dibujaba un mapa tridimensional, y la ubicaba a ella en mitad de éste. Entre tanto, iba organizando las casas de las direcciones, así como iba haciendo gestos en pos de guiarse un poco mejor dentro de ese mundo imaginario; su mente.
Se llevó el indice al borde inferior del labio, mientras que su mirada se desviaba a la esquina superior de la floristería. —Un momento solo... ya casi tengo en mente la ruta. —Aclaró al chico, por si acaso no lo había notado.