29/11/2016, 18:08
Akame fue consciente de la expresión fría y agria que se había apoderado de su rostro tan pronto la vió reflejada en los ojos de Yoshimitsu, que le miraba con sorpresa. Al instante trató de recuperar aquella máscara de sonriente amabilidad, como si se tratase de un puzzle cuyos trozos podía simplemente recoger y volver a poner en su sitio. Sin embargo, no pudo evitar que la respuesta de Datsue le incomodase de sobremanera.
—Y respecto al feudalismo totalitario… A mí me parece un sistema tan bueno como cualquier otro. Siempre y cuando estés en el bando correcto, claro.
El Uchiha estuvo tentado de lanzarle una mirada asesina a su pariente lejano, pero finalmente se contuvo. Ya había tenido un desliz; no iban a ser dos. «Así que es cierto que sólo te importa el dinero, Uchiha Datsue... Qué decepcionante». Quizás Akame estuviese siendo un poco duro al juzgar a su compañero, pero entendamos que para un chico criado entre fuerte fundamentalismo ideológico, la sola suposición de que alguien fuese capaz de anteponer sus bienes materiales a sus ideas le resultaba del todo asquerosa.
Sea como fuere, la conversación se acabó diluyendo hasta que, un rato después, la mesera trajo los platos que cada uno habían pedido. Akame tomó entre sus brazos una fuente pequeña de padera, repleta de trozos de carne asada que olían que alimentaba —o quizás era el hambre que tenía—. El Uchiha tomó unos precarios cubiertos que la muchacha le había ofrecido junto con el plato, y una taza de té bien caliente, y empezó a comer.
Mientras engullía pedazos de aquel manjar, no pudo evitar prestar atención a la partida de cartas; que se volvía más intensa por momentos. Uno de los jugadores se puso en pie, blasfemando y asegurando que sus oponentes habían hecho trampa. Otro le contestó, y en un periquete se dispusieron sobre el tablero todos los elementos necesarios para una pelea de taberna. Sin embargo, intervino un hombre canoso y arrugado, que llevaba una botella de sake en la mano.
—¡Detenéos, rufianes! ¿Es que no tenéis honor? Empezar una pelea en un día como hoy... —bufó, dándole un trago al sake.
El viejo parecía borracho hasta decir basta, pero sus palabras tuvieron una sorprendente acogida. Uno de los implicados directos se sentó —aún con gesto amenazador— y asintió.
—Este anciano tiene razón. Yamabushi-sama está...
—¡Ni se te ocurra terminar la frase, pisaverdes, o te rompo los dientes! —le cortó otro, de repente—. Nuestro señor está fuerte y sano como un roble, ¡y pasarán muchos años antes de que la muerte venga a visitarle!
—No sé quién te ha contado tal mentira —replicó el aludido—. Nuestro amado señor está débil y viejo. Poco le queda para reunirse con sus antepasados.
Un murmullo se fue extendiendo entre los parroquianos, hasta que otro volvió a replicar, un aludido alzó la voz, y así comenzó de nuevo la discusión. Solo que ahora, en lugar de cartas...
—¿Habéis oído eso? Pensaba que Yamabushi Kotaro seguía vivo, ¿y si hemos llegado tarde? —preguntó Akame a sus compañeros con verdadero nerviosismo.
—Y respecto al feudalismo totalitario… A mí me parece un sistema tan bueno como cualquier otro. Siempre y cuando estés en el bando correcto, claro.
El Uchiha estuvo tentado de lanzarle una mirada asesina a su pariente lejano, pero finalmente se contuvo. Ya había tenido un desliz; no iban a ser dos. «Así que es cierto que sólo te importa el dinero, Uchiha Datsue... Qué decepcionante». Quizás Akame estuviese siendo un poco duro al juzgar a su compañero, pero entendamos que para un chico criado entre fuerte fundamentalismo ideológico, la sola suposición de que alguien fuese capaz de anteponer sus bienes materiales a sus ideas le resultaba del todo asquerosa.
Sea como fuere, la conversación se acabó diluyendo hasta que, un rato después, la mesera trajo los platos que cada uno habían pedido. Akame tomó entre sus brazos una fuente pequeña de padera, repleta de trozos de carne asada que olían que alimentaba —o quizás era el hambre que tenía—. El Uchiha tomó unos precarios cubiertos que la muchacha le había ofrecido junto con el plato, y una taza de té bien caliente, y empezó a comer.
Mientras engullía pedazos de aquel manjar, no pudo evitar prestar atención a la partida de cartas; que se volvía más intensa por momentos. Uno de los jugadores se puso en pie, blasfemando y asegurando que sus oponentes habían hecho trampa. Otro le contestó, y en un periquete se dispusieron sobre el tablero todos los elementos necesarios para una pelea de taberna. Sin embargo, intervino un hombre canoso y arrugado, que llevaba una botella de sake en la mano.
—¡Detenéos, rufianes! ¿Es que no tenéis honor? Empezar una pelea en un día como hoy... —bufó, dándole un trago al sake.
El viejo parecía borracho hasta decir basta, pero sus palabras tuvieron una sorprendente acogida. Uno de los implicados directos se sentó —aún con gesto amenazador— y asintió.
—Este anciano tiene razón. Yamabushi-sama está...
—¡Ni se te ocurra terminar la frase, pisaverdes, o te rompo los dientes! —le cortó otro, de repente—. Nuestro señor está fuerte y sano como un roble, ¡y pasarán muchos años antes de que la muerte venga a visitarle!
—No sé quién te ha contado tal mentira —replicó el aludido—. Nuestro amado señor está débil y viejo. Poco le queda para reunirse con sus antepasados.
Un murmullo se fue extendiendo entre los parroquianos, hasta que otro volvió a replicar, un aludido alzó la voz, y así comenzó de nuevo la discusión. Solo que ahora, en lugar de cartas...
—¿Habéis oído eso? Pensaba que Yamabushi Kotaro seguía vivo, ¿y si hemos llegado tarde? —preguntó Akame a sus compañeros con verdadero nerviosismo.