4/12/2016, 02:02
El pobre Jin estaba hasta los cojones de viajar, aunque no se atrevía a decirlo en voz alta. La decisión de acompañar a su padre en la larga travesía de negocios fue enteramente su decisión, por lo que reprocharle a Hisai el hecho de tardar tantos días en ruta no era una opción para alguien tan respetuoso como él. Pensó además que el hacerlo resultaba un poco hipócrita también, teniendo en cuenta que no todo había sido tan malo.
El viaje le había traído buenas experiencias, incluyendo los encuentros con dos shinobi de la famosa aldea de la cascada.
Finalmente, como si sus plegarias para volver hubiesen sido escuchados, Hisai le informó que ya era tiempo de volver. Ambos extrañaban a la hogareña Arumi y a su amoroso trato diario. Extrañaban la comida de casa, sus camas, sus almohadas. Incluso extrañaban las reprimendas de mamá y esposa que con tanto esfuerzo les regalaba ella cada mañana. Padre e hijo tomaron el tren rumbo hacia el país del fuego, y junto a ellos; los dos escoltas personales de Hisai. El tramo fue lo suficientemente rápido como para que en cuestión de horas el ferrocarril fuera pasando por las vías que le hacían atravesar parte del país del bosque, lugar donde habían sucedido un sin fin de catástrofes que a nadie le gusta recordar. Pero como si el destino fuese un completo hijo de puta, por alguna razón desconocida el tren se detuvo en pleno tránsito y se mantuvo inerte hasta que el conductor informara de una avería eléctrica.
Anunció que tardaría poco más de una hora en arreglarlo y que, por motivos de seguridad, sugería a todos los pasajeros mantenerse dentro de los vagones. Las zonas aledañas al bosque de Hongos podría ser tan confusa como peligrosa. Ellos no respondían por nadie que estuviera fuera de su propio tren.
Pero Jin clamó por poder salir a explorar un poco, y Hisai no pensó que fuera ningún peligro siempre que Rankotsu estuviera con él. Así que ambos tomaron rumbo hacia el exterior y cogieron el camino más claro para poder pasear un poco y tomar algo de "aire fresco".
Tras un largo recorrido, Jin escuchó un movimiento a no más de tres metros. Rankotsu tomó la delantera y cuando pudieron evadir el gran número de matorrales, vieron que un joven se encontraba allí recolectando cosas del suelo.
—Oye, tú; ¿estás bien? —preguntó Rankotsu con recelo—. ¿Qué haces por aquí tu solo, muchacho?
Jin le observó con la cara de quien conoce con resignación a su acompañante. Su guarda conocía poco la sutileza para hablar, elegía no usarla, una de dos. El joven Hyuga, sin embargo, secundó el cuidado con el que Rankotsu trataba el encuentro con el desconocido y habló, poco, aunque quizás con más cordialidad que su protector.
—Sí, amigo, ¿todo en orden?
El viaje le había traído buenas experiencias, incluyendo los encuentros con dos shinobi de la famosa aldea de la cascada.
Finalmente, como si sus plegarias para volver hubiesen sido escuchados, Hisai le informó que ya era tiempo de volver. Ambos extrañaban a la hogareña Arumi y a su amoroso trato diario. Extrañaban la comida de casa, sus camas, sus almohadas. Incluso extrañaban las reprimendas de mamá y esposa que con tanto esfuerzo les regalaba ella cada mañana. Padre e hijo tomaron el tren rumbo hacia el país del fuego, y junto a ellos; los dos escoltas personales de Hisai. El tramo fue lo suficientemente rápido como para que en cuestión de horas el ferrocarril fuera pasando por las vías que le hacían atravesar parte del país del bosque, lugar donde habían sucedido un sin fin de catástrofes que a nadie le gusta recordar. Pero como si el destino fuese un completo hijo de puta, por alguna razón desconocida el tren se detuvo en pleno tránsito y se mantuvo inerte hasta que el conductor informara de una avería eléctrica.
Anunció que tardaría poco más de una hora en arreglarlo y que, por motivos de seguridad, sugería a todos los pasajeros mantenerse dentro de los vagones. Las zonas aledañas al bosque de Hongos podría ser tan confusa como peligrosa. Ellos no respondían por nadie que estuviera fuera de su propio tren.
Pero Jin clamó por poder salir a explorar un poco, y Hisai no pensó que fuera ningún peligro siempre que Rankotsu estuviera con él. Así que ambos tomaron rumbo hacia el exterior y cogieron el camino más claro para poder pasear un poco y tomar algo de "aire fresco".
[...]
Tras un largo recorrido, Jin escuchó un movimiento a no más de tres metros. Rankotsu tomó la delantera y cuando pudieron evadir el gran número de matorrales, vieron que un joven se encontraba allí recolectando cosas del suelo.
—Oye, tú; ¿estás bien? —preguntó Rankotsu con recelo—. ¿Qué haces por aquí tu solo, muchacho?
Jin le observó con la cara de quien conoce con resignación a su acompañante. Su guarda conocía poco la sutileza para hablar, elegía no usarla, una de dos. El joven Hyuga, sin embargo, secundó el cuidado con el que Rankotsu trataba el encuentro con el desconocido y habló, poco, aunque quizás con más cordialidad que su protector.
—Sí, amigo, ¿todo en orden?