6/12/2016, 00:19
(Última modificación: 6/12/2016, 00:20 por Aotsuki Ayame.)
—¡MMMMAAALDITAAA...! —vociferó Kabocha, y su voz despidió tal ira que Ayame se estremeció de los pies a la cabeza.
Sin embargo, no dejó que aquello la desconcentrara, el taladro de agua formado a partir de los restos de su propia réplica le atravesó de parte a parte a la altura del vientre. Kabocha profirió un aullido de dolor desde lo más profundo de su garganta y cuando abrió impregnó las paredes con una bocanada de sangre.
—Hija... de...
Kabocha se giró hacia una paralizada Ayame, con sus ensangrentados labios curvados en una macabra sonrisa de muerte. Comenzó a acercarse a ella con aquel agujero en su cuerpo, pero aunque quiso moverse sentía que los músculos no le respondían. ¿Cómo era posible que Kabocha sí pudiera seguir moviéndose? Y cuando Ayame ya creía que la atraparía con aquellas manos de largos dedos, el monstruo terminó por desplomarse en el suelo del pasillo.
Incapaz de creerse lo que sus ojos estaban contemplando, Ayame se mantuvo así durante varios segundos. Temblorosa, con los ojos fijos en el cuerpo inerte de Kabocha, sin poder apartarlos de él y esperando a que volviera a levantarse en cualquier instante. Al final no pudo seguir aguantando la respiración, y con la nueva bocanada de aire regresó a la realidad.
—Eri... —susurró, al reparar en la presencia de la peliazul. Aparte de un corte en la mejilla que no recordaba que tuviera antes, la joven parecía estar intacta. Ayame sonrió con suavidad—. Menos mal que estás bi...
La sonrisa había muerto en sus labios. Su rostro se había congelado al reparar en la pared que Kabocha había manchado con su propia sangre y en la que se podía leer una única palabra:
—Oh, no... —susurró, con un hilo de voz—. Tenemos que irnos de aquí, ¡ya mismo! ¡Kōri!
Ayame giró sobre sus talones y se abalanzó de nuevo sobre la puerta de su habitación para volverla a abrir. Ya no le importaba que no encontraran otra posada en todo Tanzaku Gai. De hecho, ni siquiera deseaba volver a entrar en uno de ellos. Ni siquiera le importaba tener que dormir al raso, por mucho frío que hiciera. Tenía que despertar a su hermano. Y tenían que salir los cuatro de allí.
Sin embargo, no dejó que aquello la desconcentrara, el taladro de agua formado a partir de los restos de su propia réplica le atravesó de parte a parte a la altura del vientre. Kabocha profirió un aullido de dolor desde lo más profundo de su garganta y cuando abrió impregnó las paredes con una bocanada de sangre.
—Hija... de...
Kabocha se giró hacia una paralizada Ayame, con sus ensangrentados labios curvados en una macabra sonrisa de muerte. Comenzó a acercarse a ella con aquel agujero en su cuerpo, pero aunque quiso moverse sentía que los músculos no le respondían. ¿Cómo era posible que Kabocha sí pudiera seguir moviéndose? Y cuando Ayame ya creía que la atraparía con aquellas manos de largos dedos, el monstruo terminó por desplomarse en el suelo del pasillo.
Incapaz de creerse lo que sus ojos estaban contemplando, Ayame se mantuvo así durante varios segundos. Temblorosa, con los ojos fijos en el cuerpo inerte de Kabocha, sin poder apartarlos de él y esperando a que volviera a levantarse en cualquier instante. Al final no pudo seguir aguantando la respiración, y con la nueva bocanada de aire regresó a la realidad.
—Eri... —susurró, al reparar en la presencia de la peliazul. Aparte de un corte en la mejilla que no recordaba que tuviera antes, la joven parecía estar intacta. Ayame sonrió con suavidad—. Menos mal que estás bi...
La sonrisa había muerto en sus labios. Su rostro se había congelado al reparar en la pared que Kabocha había manchado con su propia sangre y en la que se podía leer una única palabra:
VOLVERÉ
—Oh, no... —susurró, con un hilo de voz—. Tenemos que irnos de aquí, ¡ya mismo! ¡Kōri!
Ayame giró sobre sus talones y se abalanzó de nuevo sobre la puerta de su habitación para volverla a abrir. Ya no le importaba que no encontraran otra posada en todo Tanzaku Gai. De hecho, ni siquiera deseaba volver a entrar en uno de ellos. Ni siquiera le importaba tener que dormir al raso, por mucho frío que hiciera. Tenía que despertar a su hermano. Y tenían que salir los cuatro de allí.