21/12/2016, 00:25
(Última modificación: 21/12/2016, 00:26 por Aotsuki Ayame.)
Pero lo que Kōri encontró al mirar a su alrededor fue una situación muy similar a la que estaba viviendo él en aquellos momentos. La jovencita de cabellos azules también se había agarrado con desesperación a un confundido Ryu, que intentaba a partes iguales calmarla y comprender qué era lo que estaba ocurriendo.
—¡Ayame! —exclamó, y su voz apática sonó más enérgica de lo que era habitual en él. Incluso Ayame se había sobresaltado al escucharle, pero su repentina debilidad no le amilanó. La agarró con firmeza por los hombros y la apartó de sí para que le mirara a los ojos—. ¿Me vas a explicar de una vez qué está pasando?
Ella no dejaba de temblar y, con los ojos empañados en lágrimas, no tardó en apartar la mirada respirando entrecortadamente. Era como si acabara de despertar de su más terrorífica pesadilla.
—Por favor... por favor... Tenemos que irnos... o... o... —balbuceaba, y Kōri tuvo que hacer un esfuerzo adicional por comprender sus palabras.
—¿O qué? —instigó.
El ascensor se detuvo con la suavidad de una pluma, pero Ayame volvió a sobresaltarse. La puerta se abrió con un característico tintineo, y su hermana se agarró con más fuerza si cabía a él. Por cómo miraba el pasillo que se extendía frente a ellos, con los ojos abiertos de par en par y todo el cuerpo en tensión, parecía que estaba buscando algo que no lograba encontrar allí. Algo verdaderamente terrorífico. Pero allí no había más que una multitud de puertas coronadas con el número de la habitación en dorado.
Y un hombre vestido con una bata con patitos.
—¿Disculpen, van a salir del ascensor hoy o mañana? —espetó, de mala manera—. Están a punto de poner la cena en el restaurante, y las salchichas siempre son lo primero que se acaba. Debo darme prisa.
Pero apenas llegaron a escuchar sus últimas palabras. El simple sonido de la voz del desconocido había vuelto a sobresaltar a Ayame, que no parecía haber reparado en su presencia hasta entonces. Kōri lanzó su mano como una saeta y agarró la muñeca de su hermana justo a tiempo de que se le ocurriera desenvainar el kunai que llevaba oculto bajo sus mangas.
—¡Au! —protestó, pero él tiró de ella para sacarla fuera del ascensor y dejar paso libre.
—Mis disculpas. Mi hermana está un poco... nerviosa —le dijo al hombre.
Kōri esperó hasta que la puerta del ascensor se cerrara de nuevo antes de volverse hacia Ayame con los ojos entrecerrados. Ella había hundido la mirada en la moqueta, profundamente avergonzada pero igual de temerosa que antes.
—No sé qué mosca te ha picado, Ayame. Pero ya hemos pagado la habitación del hotel, así que dormiremos aquí. Aunque tenga que dejarte inconsciente hasta mañana y arrastrarte hasta la habitación.
Ella volvió a morderse el labio inferior, como solía hacer, pero permanecía sumida en un doloroso silencio.
—¿Vosotros qué vais a hacer? —añadió, volviéndose hacia Ryu y Eri—. Si tenéis hambre podríamos ir a probar esas salchichas.
—¡Ayame! —exclamó, y su voz apática sonó más enérgica de lo que era habitual en él. Incluso Ayame se había sobresaltado al escucharle, pero su repentina debilidad no le amilanó. La agarró con firmeza por los hombros y la apartó de sí para que le mirara a los ojos—. ¿Me vas a explicar de una vez qué está pasando?
Ella no dejaba de temblar y, con los ojos empañados en lágrimas, no tardó en apartar la mirada respirando entrecortadamente. Era como si acabara de despertar de su más terrorífica pesadilla.
—Por favor... por favor... Tenemos que irnos... o... o... —balbuceaba, y Kōri tuvo que hacer un esfuerzo adicional por comprender sus palabras.
—¿O qué? —instigó.
El ascensor se detuvo con la suavidad de una pluma, pero Ayame volvió a sobresaltarse. La puerta se abrió con un característico tintineo, y su hermana se agarró con más fuerza si cabía a él. Por cómo miraba el pasillo que se extendía frente a ellos, con los ojos abiertos de par en par y todo el cuerpo en tensión, parecía que estaba buscando algo que no lograba encontrar allí. Algo verdaderamente terrorífico. Pero allí no había más que una multitud de puertas coronadas con el número de la habitación en dorado.
Y un hombre vestido con una bata con patitos.
—¿Disculpen, van a salir del ascensor hoy o mañana? —espetó, de mala manera—. Están a punto de poner la cena en el restaurante, y las salchichas siempre son lo primero que se acaba. Debo darme prisa.
Pero apenas llegaron a escuchar sus últimas palabras. El simple sonido de la voz del desconocido había vuelto a sobresaltar a Ayame, que no parecía haber reparado en su presencia hasta entonces. Kōri lanzó su mano como una saeta y agarró la muñeca de su hermana justo a tiempo de que se le ocurriera desenvainar el kunai que llevaba oculto bajo sus mangas.
—¡Au! —protestó, pero él tiró de ella para sacarla fuera del ascensor y dejar paso libre.
—Mis disculpas. Mi hermana está un poco... nerviosa —le dijo al hombre.
Kōri esperó hasta que la puerta del ascensor se cerrara de nuevo antes de volverse hacia Ayame con los ojos entrecerrados. Ella había hundido la mirada en la moqueta, profundamente avergonzada pero igual de temerosa que antes.
—No sé qué mosca te ha picado, Ayame. Pero ya hemos pagado la habitación del hotel, así que dormiremos aquí. Aunque tenga que dejarte inconsciente hasta mañana y arrastrarte hasta la habitación.
Ella volvió a morderse el labio inferior, como solía hacer, pero permanecía sumida en un doloroso silencio.
—¿Vosotros qué vais a hacer? —añadió, volviéndose hacia Ryu y Eri—. Si tenéis hambre podríamos ir a probar esas salchichas.