22/12/2016, 23:22
Los ojos de Eri brillaron por un instante para luego volver a posarse en los azules de Ryu, pidiéndole, no; rogándole con la mirada que entendiese lo que acababa de decir. Era imposible de explicar con palabras lo asustada que se sentía en aquel momento, y sabía que con todas las señas y explicaciones, no podría dejar salir todo lo que había pasado, no al menos en su situación.
Se sobresaltó al escuchar al hermano de Ayame intentar sonsacarle la información a la misma, pegando un salto sobre su sitio, pisando a Ryu a su vez. Enterró de nuevo la cabeza en la vestimenta de éste, temblorosa.
— Yo solo me quiero ir... — Susurró de nuevo, con voz entrecortada por las lágrimas que ahora empapaban la camiseta del castaño.
Sin embargo, el ascensor se abrió, y la pequeña se aferró aún con más fuerza - si se pudiese - al de su propia villa, temerosa de virar su vista para toparse con pasillos aterradores con la única iluminación de una luz carmesí, o con un hombre con una calabaza por cabeza... Solo de recordarlo las lágrimas seguían acumulándose en sus ojos verdosos.
—¿Disculpen, van a salir del ascensor hoy o mañana? — Protestó una voz, a la que Eri percibió como lejana aún estando a escasos metros de su posición. — Están a punto de poner la cena en el restaurante, y las salchichas siempre son lo primero que se acaba. Debo darme prisa.
Que no y que no, que ella se marchaba, ¡y el hombre ese que se metiese las salchichas por donde le cabiesen! Sin embargo, Ryu actuó por ella, y tomándola fuertemente por los hombros prácticamente empujó de la de cabellos azulados para sacarla del cubículo en el que se encontraban.
— Lo siento, ¡disfrute de las salchichas! — Alegó sin despegar sus manos de los hombros de la más joven.
Eri, por su parte, se había separado de él como si ahora su ropa a la que tan aferrada estaba segundos antes quemase, por lo que se atrevió a abrir los ojos y darse cuenta de que estaba en una estancia... Normal. Suponía. Al menos no había...
No había nada de lo que había vivido antes.
Tembló de nuevo, pero clavó sus ojos esmeralda sobre los azules de Ryu, con una mezcla de súplica y enfado.
—¿Vosotros qué vais a hacer? — Kōri la sobresaltó por segunda vez. — Si tenéis hambre podríamos ir a probar esas salchichas.
— A mí me parece genial, además no hemos comido nada en un buen rato. — Admitió el mayor. — Venga, Eri, así puedes tranquilizarte de lo que sea que te pase. — Añadió al cabo de unos cortos segundos.
Pero la chica se negaba en rotundo.
— Pero... Pero... — Balbuceó con los ojos bien abiertos. — ¿Y... Y si pasa algo malo? Y... ¿Y si...? — No pudo continuar porque su mente se nubló de imágenes, y tiritó de nuevo.
Se sobresaltó al escuchar al hermano de Ayame intentar sonsacarle la información a la misma, pegando un salto sobre su sitio, pisando a Ryu a su vez. Enterró de nuevo la cabeza en la vestimenta de éste, temblorosa.
— Yo solo me quiero ir... — Susurró de nuevo, con voz entrecortada por las lágrimas que ahora empapaban la camiseta del castaño.
Sin embargo, el ascensor se abrió, y la pequeña se aferró aún con más fuerza - si se pudiese - al de su propia villa, temerosa de virar su vista para toparse con pasillos aterradores con la única iluminación de una luz carmesí, o con un hombre con una calabaza por cabeza... Solo de recordarlo las lágrimas seguían acumulándose en sus ojos verdosos.
—¿Disculpen, van a salir del ascensor hoy o mañana? — Protestó una voz, a la que Eri percibió como lejana aún estando a escasos metros de su posición. — Están a punto de poner la cena en el restaurante, y las salchichas siempre son lo primero que se acaba. Debo darme prisa.
Que no y que no, que ella se marchaba, ¡y el hombre ese que se metiese las salchichas por donde le cabiesen! Sin embargo, Ryu actuó por ella, y tomándola fuertemente por los hombros prácticamente empujó de la de cabellos azulados para sacarla del cubículo en el que se encontraban.
— Lo siento, ¡disfrute de las salchichas! — Alegó sin despegar sus manos de los hombros de la más joven.
Eri, por su parte, se había separado de él como si ahora su ropa a la que tan aferrada estaba segundos antes quemase, por lo que se atrevió a abrir los ojos y darse cuenta de que estaba en una estancia... Normal. Suponía. Al menos no había...
No había nada de lo que había vivido antes.
Tembló de nuevo, pero clavó sus ojos esmeralda sobre los azules de Ryu, con una mezcla de súplica y enfado.
—¿Vosotros qué vais a hacer? — Kōri la sobresaltó por segunda vez. — Si tenéis hambre podríamos ir a probar esas salchichas.
— A mí me parece genial, además no hemos comido nada en un buen rato. — Admitió el mayor. — Venga, Eri, así puedes tranquilizarte de lo que sea que te pase. — Añadió al cabo de unos cortos segundos.
Pero la chica se negaba en rotundo.
— Pero... Pero... — Balbuceó con los ojos bien abiertos. — ¿Y... Y si pasa algo malo? Y... ¿Y si...? — No pudo continuar porque su mente se nubló de imágenes, y tiritó de nuevo.