5/06/2015, 23:37
Pero, además de Juro, la mujer se adelantó para alcanzarla. Una ligera chispa llameó en los ojos de Ayame al verla; sin embargo, se esforzó en que su rostro no reflejara más que una sombría calma para no resultar descortés a sus ojos. Parecía que tenía algo para ellos, y Ayame se tensó ligeramente al verla rebuscar en el interior de su vestido.
—De verdad, no es nec... —pero antes de que pudiera siquiera terminar la frase, la desconocida mostró entre sus manos cuatro caramelos cuyos envoltorios mostraban diferentes colores brillantes: naranja, amarillo, morado y verde.
La kunoichi retrocedió un paso ligeramente, en un gesto inconsciente. Y es que aquel gesto había despertado un recuerdo en su mente...
—¿Qué debes decir si un desconocido te ofrece caramelos? —le había preguntado Zetsuo, quizás por enésima vez, con aquel gesto adusto.
Pero la pequeña Ayame seguía mostrando aquella resplandeciente sonrisa, y sus ojos habían brillado con súbita alegría cuando oyó esas palabras.
—¡Gracias!
—¡NO! —irrumpió su padre, dando una sonora palmada sobre la mesa que había sobresaltado a la niña—. ¡Tienes que decir que no, Ayame! ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?
Lívida como el mármol, Ayame se mordió el labio inferior, indecisa. Sabía qué era lo que debía hacer, pero realmente se encontraba en una situación peliaguda. Si la mujer había reaccionado de aquella manera tan agresiva por sólo verla beber de la cantimplora, ¿cómo lo haría si rechazaba sus caramelos?
Ni siquiera Juro estaba siendo de demasiada ayuda, el chico parecía tan vacilante como ella misma.
Finalmente, se atrevió a adelantarse un paso y su mano temblorosa traicionó su firmeza al tomar el caramelo naranja.
—Muchas gracias, señora —le dijo. Sin embargo, no desenvolvió el caramelo. Ni mucho menos se lo llevó a la boca. Seguía aferrándolo con firmeza en su puño derecho, como si temiera que fuera a explotar en cualquier momento. Aún así, forzó una sonrisa—. Será un alivio para el camino; ahora, de momento, buscaré algo de agua para reponer la de la cantimplora. Ha sido un placer.
Y se dio media vuelta, en su segundo intento de abandonar el lugar...
—De verdad, no es nec... —pero antes de que pudiera siquiera terminar la frase, la desconocida mostró entre sus manos cuatro caramelos cuyos envoltorios mostraban diferentes colores brillantes: naranja, amarillo, morado y verde.
La kunoichi retrocedió un paso ligeramente, en un gesto inconsciente. Y es que aquel gesto había despertado un recuerdo en su mente...
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—¿Qué debes decir si un desconocido te ofrece caramelos? —le había preguntado Zetsuo, quizás por enésima vez, con aquel gesto adusto.
Pero la pequeña Ayame seguía mostrando aquella resplandeciente sonrisa, y sus ojos habían brillado con súbita alegría cuando oyó esas palabras.
—¡Gracias!
—¡NO! —irrumpió su padre, dando una sonora palmada sobre la mesa que había sobresaltado a la niña—. ¡Tienes que decir que no, Ayame! ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?
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Lívida como el mármol, Ayame se mordió el labio inferior, indecisa. Sabía qué era lo que debía hacer, pero realmente se encontraba en una situación peliaguda. Si la mujer había reaccionado de aquella manera tan agresiva por sólo verla beber de la cantimplora, ¿cómo lo haría si rechazaba sus caramelos?
Ni siquiera Juro estaba siendo de demasiada ayuda, el chico parecía tan vacilante como ella misma.
Finalmente, se atrevió a adelantarse un paso y su mano temblorosa traicionó su firmeza al tomar el caramelo naranja.
—Muchas gracias, señora —le dijo. Sin embargo, no desenvolvió el caramelo. Ni mucho menos se lo llevó a la boca. Seguía aferrándolo con firmeza en su puño derecho, como si temiera que fuera a explotar en cualquier momento. Aún así, forzó una sonrisa—. Será un alivio para el camino; ahora, de momento, buscaré algo de agua para reponer la de la cantimplora. Ha sido un placer.
Y se dio media vuelta, en su segundo intento de abandonar el lugar...