7/06/2015, 14:42
A Kota también le llamó la atención aquel libro recluido en el final de la pequeña fila de tomos, no sólo por su extraña cubierta sino por el brillante dorado que ceñía el cocido de sus frágiles páginas. El cuaderno, grueso y misterioso; lucía atractivo y delicioso para aquel que ve con los ojos del hambre por el conocimiento. Además, el negro mármol fundido en el cartón obligaba a querer abrirlo de par en par para descubrir qué tenía para decirnos.
El Uchiha miró a su compañero como quien sabe que han tenido una idea similar, para luego retornar su visión hasta el objeto en cuestión. Sus manos no tardaron en hacer también lo mismo, aunque su nuevo compañero pareció adelantarse por un par de segundos. Lo tomó y le dio vueltas, pero en él no había nada más que una profunda oscuridad. Aunque, en su esquina superior derecha de la parte trasera yacía un sello conocido por los catedráticos. Un águila, en ristre y dispuesta para alzar vuelo con sus alas bien extendidas.
Sin embargo, antes de que pudieran ahondar más en ello algo pareció interrumpirles. Era la mano del bibliotecario impidiendo que continuaran haciendo lo que fuese que creía él que hacían.
—¿De dónde habéis sacado este libro? —preguntó, receloso.
—Es mío o bueno; de mi madre. Los he traído para donar, aunque creo que le regalaré este a mi amigo aquí presente. ¿Por qué?
—Por nada en particular, chiquillo. Estoy tan acostumbrado a los rateros fisgones que no me sorprendería que queráis llevaros algunos ejemplares sin que me entere.
—Pues se equivoca señor, se equivoca... — el Uchiha sonrió.
Pero no hubo respuesta a aquella mueca de gracia, no porque no le hubiese oído sino que toda su atención había sido dispuesta sobre el mismo libro que Juro sostenía. Era evidente, tanto para el Uchiha como para su compañero de academia que el bibliotecario se vio atraído de igual forma que ellos. Y si él lo hacía, era con mucha más razón que la suya. No era sólo una portada bonita y un nombre misterioso, Kota supo que iba más allá.
—Vaya ejemplar que tenéis aquí...
Extendió su mano para tomarlo, aunque a fin de cuentas era Juro el que podía decidir si dárselo o no. Después de todo, ya el libro era suyo y de nadie más.
El Uchiha miró a su compañero como quien sabe que han tenido una idea similar, para luego retornar su visión hasta el objeto en cuestión. Sus manos no tardaron en hacer también lo mismo, aunque su nuevo compañero pareció adelantarse por un par de segundos. Lo tomó y le dio vueltas, pero en él no había nada más que una profunda oscuridad. Aunque, en su esquina superior derecha de la parte trasera yacía un sello conocido por los catedráticos. Un águila, en ristre y dispuesta para alzar vuelo con sus alas bien extendidas.
Sin embargo, antes de que pudieran ahondar más en ello algo pareció interrumpirles. Era la mano del bibliotecario impidiendo que continuaran haciendo lo que fuese que creía él que hacían.
—¿De dónde habéis sacado este libro? —preguntó, receloso.
—Es mío o bueno; de mi madre. Los he traído para donar, aunque creo que le regalaré este a mi amigo aquí presente. ¿Por qué?
—Por nada en particular, chiquillo. Estoy tan acostumbrado a los rateros fisgones que no me sorprendería que queráis llevaros algunos ejemplares sin que me entere.
—Pues se equivoca señor, se equivoca... — el Uchiha sonrió.
Pero no hubo respuesta a aquella mueca de gracia, no porque no le hubiese oído sino que toda su atención había sido dispuesta sobre el mismo libro que Juro sostenía. Era evidente, tanto para el Uchiha como para su compañero de academia que el bibliotecario se vio atraído de igual forma que ellos. Y si él lo hacía, era con mucha más razón que la suya. No era sólo una portada bonita y un nombre misterioso, Kota supo que iba más allá.
—Vaya ejemplar que tenéis aquí...
Extendió su mano para tomarlo, aunque a fin de cuentas era Juro el que podía decidir si dárselo o no. Después de todo, ya el libro era suyo y de nadie más.