15/01/2017, 20:51
—No lo sientas —dijo Haskoz, encogiéndose de hombros—. No estoy solo. Uzu es mi familia.
Aquellas palabras cogieron al Uchiha de Tanzaku con la guardia baja, y no pudo evitar que en su rostro se dibujase una mueca de sorpresa. Y, otra vez más, se encontró a sí mismo con razones para no hacerlo. Al fin y al cabo, ¿acaso se sentía sólo él? «Claro que no». Tengu le había acogido, le había educado, le había dado un techo. Lo que Akame debía a su familia, a Tengu, Haskoz parecía deberlo a Uzushiogakure. La similitud resultaba irónicamente oportuna.
—Sí, estoy de acuerdo. Esta Villa es un hogar para todos nosotros —reafirmó, intentando aparentar convencimiento. Después de todo, de ello dependía el éxito de la misión de su vida.
La conversación siguió por unos derroteros que Akame no se esperaba. ¿Que cómo habían terminado así? Kunie le había dado infinidad de libros biográficos acerca de poderosos y famosos guerreros del clan Uchiha, le había contado infinidad de historias sobre las gloriosas hazañas de su linaje, le había hablado de los poderes ocultos de su sangre... Pero nunca le había planteado una cuestión así.
—Pues... —Akame titubeó—. Supongo que todo empezó con la destrucción de Konohagakure no Sato. Fue la Villa del clan Uchiha, famosa en todo Oonindo por la destreza de sus guerreros —entonces fue Akame quien se encogió de hombros—. Supongo que entre los muchos dones que nos otorga nuestra sangre no está el de la inmunidad a las Bestias con Cola.
Sintió un escalofrío. Claro que su maestra le había contado muchas historias sobre los bijuu y su temible poder, pero eso no los hacía menos temibles. Eran demonios formados de puro chakra, entidades malvadas que sólo buscaban la destrucción de todo cuanto se había construido por la mano del hombre. «Y pensar que una de ellas reside en Amegakure, presa en el cuerpo de uno de sus shinobi... ¡Por todos los dioses!».
De repente el Uchiha notó un segundo escalofrío, que le recorrió la espalda. Se tocó la camiseta, empapada de sudor, que ya empezaba a secarse, y advirtió que su cuerpo se estaba enfriando. Sin darse cuenta, llevaba un buen rato allí parado. Tenía que volver al ejercicio antes de que se le entumeciesen todos los músculos.
—Discúlpame, Haskoz-kun, pero tengo que volver a mi entrenamiento —se excusó el Uchiha de ojos oscuros, con una leve inclinación de cabeza—. Por favor, abstente de hurgar entre mis posesiones o tendré que cortarte los dedos.
Y sin mudar aquella sonrisa amable y calma del rostro, el gennin se dio media vuelta y enfiló de nuevo el centro de la plaza. Sin embargo, se detuvo a medio camino. Dudó un momento, dio otro paso hacia delante y volvió a pararse. Giró la cabeza a medias, como indeciso o avergonzado; sólo unos instantes después le salieron las palabras.
—De hecho... ¿Qué te parece si me ayudas? Creo que serías el perfecto compañero de entrenamiento.
Aquellas palabras cogieron al Uchiha de Tanzaku con la guardia baja, y no pudo evitar que en su rostro se dibujase una mueca de sorpresa. Y, otra vez más, se encontró a sí mismo con razones para no hacerlo. Al fin y al cabo, ¿acaso se sentía sólo él? «Claro que no». Tengu le había acogido, le había educado, le había dado un techo. Lo que Akame debía a su familia, a Tengu, Haskoz parecía deberlo a Uzushiogakure. La similitud resultaba irónicamente oportuna.
—Sí, estoy de acuerdo. Esta Villa es un hogar para todos nosotros —reafirmó, intentando aparentar convencimiento. Después de todo, de ello dependía el éxito de la misión de su vida.
La conversación siguió por unos derroteros que Akame no se esperaba. ¿Que cómo habían terminado así? Kunie le había dado infinidad de libros biográficos acerca de poderosos y famosos guerreros del clan Uchiha, le había contado infinidad de historias sobre las gloriosas hazañas de su linaje, le había hablado de los poderes ocultos de su sangre... Pero nunca le había planteado una cuestión así.
—Pues... —Akame titubeó—. Supongo que todo empezó con la destrucción de Konohagakure no Sato. Fue la Villa del clan Uchiha, famosa en todo Oonindo por la destreza de sus guerreros —entonces fue Akame quien se encogió de hombros—. Supongo que entre los muchos dones que nos otorga nuestra sangre no está el de la inmunidad a las Bestias con Cola.
Sintió un escalofrío. Claro que su maestra le había contado muchas historias sobre los bijuu y su temible poder, pero eso no los hacía menos temibles. Eran demonios formados de puro chakra, entidades malvadas que sólo buscaban la destrucción de todo cuanto se había construido por la mano del hombre. «Y pensar que una de ellas reside en Amegakure, presa en el cuerpo de uno de sus shinobi... ¡Por todos los dioses!».
De repente el Uchiha notó un segundo escalofrío, que le recorrió la espalda. Se tocó la camiseta, empapada de sudor, que ya empezaba a secarse, y advirtió que su cuerpo se estaba enfriando. Sin darse cuenta, llevaba un buen rato allí parado. Tenía que volver al ejercicio antes de que se le entumeciesen todos los músculos.
—Discúlpame, Haskoz-kun, pero tengo que volver a mi entrenamiento —se excusó el Uchiha de ojos oscuros, con una leve inclinación de cabeza—. Por favor, abstente de hurgar entre mis posesiones o tendré que cortarte los dedos.
Y sin mudar aquella sonrisa amable y calma del rostro, el gennin se dio media vuelta y enfiló de nuevo el centro de la plaza. Sin embargo, se detuvo a medio camino. Dudó un momento, dio otro paso hacia delante y volvió a pararse. Giró la cabeza a medias, como indeciso o avergonzado; sólo unos instantes después le salieron las palabras.
—De hecho... ¿Qué te parece si me ayudas? Creo que serías el perfecto compañero de entrenamiento.