15/01/2017, 23:29
Pese a que Akame no quedó muy convencido con la respuesta de su compañero de dedos largos, decidió dejarlo estar. Darle una advertencia había sido imperativo; si él decidía ignorarla, entonces tendría que entrar en otros detalles más contundentes. Cuando Haskoz dejó el libro donde estaba y se apartó de la mochila, Akame notó como los latidos incesantes y estruendosos de su corazón bajaban el ritmo. No había sido por el tomo, claro, si no por la pitillera de cuero negro que guardaba en la mochila. El mero hecho de que alguien pudiera arrebatársela era suficiente para acelerarle el pulso... Y no en el buen sentido.
Sea como fuere, Haskoz acabó aceptando su propuesta... En sus propios términos.
—Que me digas a quién votaste en la votación ultrasecreta. Siempre me pregunté a quién votaría un tipo como tú —añadió, dejando escapar una última carcajada.
Apenas las últimas palabras salieron de los labios del joven pálido, Akame se puso rojo como un tomate. Se había detenido en seco, firme como una estaca, y mantenía la mirada baja de pura vergüenza. Tantos años de entrenamiento, y Kunie no había sido capaz de preparar a su alumno para afrontar los más elementales dilemas de un adolescente en ciernes.
—Yo... Yo... No voté a nadie —añadió, con la boca pequeña. Era mentira—. ¿Y a qué te refieres con un tipo como yo? —le espetó a Haskoz, intentando cambiar de tema.
Con movimientos forzados, evidentemente nervioso, el Uchiha volvió sobre sus pasos para coger su portaobjetos y atárselo al cinto. Dejó su espada colgando sobre la rama de aquel alto cerezo porque no esperaba tener que usarla. Al fin y al cabo, aquello no iba a ser nada más que un entrenamiento rutinario. Cuando hubo terminado alzó la vista, esperando que Haskoz se hubiese olvidado ya de aquel asuntillo de la votación.
«Maldito entrometido...»
Sea como fuere, Haskoz acabó aceptando su propuesta... En sus propios términos.
—Que me digas a quién votaste en la votación ultrasecreta. Siempre me pregunté a quién votaría un tipo como tú —añadió, dejando escapar una última carcajada.
Apenas las últimas palabras salieron de los labios del joven pálido, Akame se puso rojo como un tomate. Se había detenido en seco, firme como una estaca, y mantenía la mirada baja de pura vergüenza. Tantos años de entrenamiento, y Kunie no había sido capaz de preparar a su alumno para afrontar los más elementales dilemas de un adolescente en ciernes.
—Yo... Yo... No voté a nadie —añadió, con la boca pequeña. Era mentira—. ¿Y a qué te refieres con un tipo como yo? —le espetó a Haskoz, intentando cambiar de tema.
Con movimientos forzados, evidentemente nervioso, el Uchiha volvió sobre sus pasos para coger su portaobjetos y atárselo al cinto. Dejó su espada colgando sobre la rama de aquel alto cerezo porque no esperaba tener que usarla. Al fin y al cabo, aquello no iba a ser nada más que un entrenamiento rutinario. Cuando hubo terminado alzó la vista, esperando que Haskoz se hubiese olvidado ya de aquel asuntillo de la votación.
«Maldito entrometido...»