16/01/2017, 01:30
El corazón le latía tan fuerte que las palabras de Haskoz sonaban lejanas al llegar a sus oídos, eclipsadas por el estruendoso martilleo de su circulación. La presión que sentía en el pecho se alivió por momentos después de confesar su voto, creyendo —inocente de él— que su compañero se detendría ahí. Pero Haskoz era demasiado listo para eso. Demasiado curioso. Tal y como hubiese mirado la portada del libro biográfico de Uchiha Ryoma un rato antes, los ojos inquisitivos del gennin de pelo blanco le atravesaban ahora a él.
Akame nunca se había sentido tan indefenso. Se quedó allí, paralizado de la vergüenza, mientras su colega se encaminaba hacia el centro de la plaza tratando de reconfortarle como buenamente podía.
«Venga, tranquilo... ¡Tranquilo, por todos los Dioses de Oonindo! Sólo fue una estúpida votación, ¿por qué tengo que estar tan nervioso? Bueno, sea como sea, ya ha pasad...»
De repente Haskoz se giró con un movimiento brusco, y alzando un dedo acusador, le gritó algo que a él le sonó peor que una sentencia de muerte. Su rostro pasó del caluroso rojo a un pálido blanco casi azulado, mortecino y frío. Notó como una gota de sudor le resbalaba por la sien, pasando por sus mejillas hasta finalmente caer de su rostro.
«¿Que... estoy... enamorado... ¡de Eri!?»
Akame explotó como un triquitraque, desbordando a su compañero con una oleada de negaciones, excusas y pobres explicaciones que salió a borbotones de su boca.
—¡Peroquestásdiciendonononotequivocasipiensasesocallalaboca!
Se detuvo a escascasa distancia de su colega, tratando de recuperar el aliento. Si de algo conocía a Haskoz... «Como no se lo impida, esta misma tarde se lo habrá dicho a toda la Aldea». Pero, ¿qué iba a hacer? Si bien la opción más rápida y definitoria era matarle, se veía en la obligación de descartarla. Optó por la vía diplomática.
—Haskoz-kun, te pido que lo reconsideres. Sin duda has malentendido algunas de mis palabras —dijo finalmente, tratando de sonar calmado y firme—. Desde luego que no estoy enamorado de Furukawa Eri-san, y no creo que a ella le agradase que fueras difundiendo una mentira de tal calibre por ahí... —aquello sonó más a un ruego que a otra cosa.
Akame clavó sus ojos de azabache en los de Haskoz. Le mantuvo la mirada unos instantes, tratando desesperadamente de imprimir algún tipo de convicción, firmeza, o tan siquiera intimidación en su pariente lejano. Al final, dejó caer los hombros y suspiró, abatido.
—Sabía que era un error contártelo...
Akame nunca se había sentido tan indefenso. Se quedó allí, paralizado de la vergüenza, mientras su colega se encaminaba hacia el centro de la plaza tratando de reconfortarle como buenamente podía.
«Venga, tranquilo... ¡Tranquilo, por todos los Dioses de Oonindo! Sólo fue una estúpida votación, ¿por qué tengo que estar tan nervioso? Bueno, sea como sea, ya ha pasad...»
De repente Haskoz se giró con un movimiento brusco, y alzando un dedo acusador, le gritó algo que a él le sonó peor que una sentencia de muerte. Su rostro pasó del caluroso rojo a un pálido blanco casi azulado, mortecino y frío. Notó como una gota de sudor le resbalaba por la sien, pasando por sus mejillas hasta finalmente caer de su rostro.
«¿Que... estoy... enamorado... ¡de Eri!?»
Akame explotó como un triquitraque, desbordando a su compañero con una oleada de negaciones, excusas y pobres explicaciones que salió a borbotones de su boca.
—¡Peroquestásdiciendonononotequivocasipiensasesocallalaboca!
Se detuvo a escascasa distancia de su colega, tratando de recuperar el aliento. Si de algo conocía a Haskoz... «Como no se lo impida, esta misma tarde se lo habrá dicho a toda la Aldea». Pero, ¿qué iba a hacer? Si bien la opción más rápida y definitoria era matarle, se veía en la obligación de descartarla. Optó por la vía diplomática.
—Haskoz-kun, te pido que lo reconsideres. Sin duda has malentendido algunas de mis palabras —dijo finalmente, tratando de sonar calmado y firme—. Desde luego que no estoy enamorado de Furukawa Eri-san, y no creo que a ella le agradase que fueras difundiendo una mentira de tal calibre por ahí... —aquello sonó más a un ruego que a otra cosa.
Akame clavó sus ojos de azabache en los de Haskoz. Le mantuvo la mirada unos instantes, tratando desesperadamente de imprimir algún tipo de convicción, firmeza, o tan siquiera intimidación en su pariente lejano. Al final, dejó caer los hombros y suspiró, abatido.
—Sabía que era un error contártelo...