16/01/2017, 22:36
No fue uno, ni dos, ni tres, ni diecisiete a los que fue a atropellar el peliverde con el carro, si no diecisiete. En el camino ni viejos, ni perros, ni gatos, ni niñas, ni nada en absoluto era inmune al posible arrollo. Entre ellos, uno hasta había salido en su persecución, dejando atrás todo ese gran abanico de posibles cosas que debiere estando haciendo para atrapar a un loco que bajaba las cuestas en un carrito metálico. La verdad, era normal que estuviese cabreado, pero bueno... ya se cansaría de correr tras el peliverde.
Cuesta abajo, toda la diversión no parecía tener final. Pero como en todo buen cuento, la felicidad tiene fecha de caducidad... el príncipe tuvo que casarse por obligación, la princesa de divorció a los pocos meses, y terminó quedándose con la mitad de la herencia de éste. Para colmo, a la semana de ésto terminaría casándose con el dragón que la había tenido prisionera por tantos años; ese mismo que la torturaba y la mantenía cautiva, ese tan cruel y despiadado que pondría a cualquier mujer a cien.
Para cuando se quiso dar cuenta, el recorrido del carrito desembocaba en una calle bien amplia, donde un rellano volvería a frenar su tirada. Una última víctima se apartó a tiempo, y terminó por vociferar que casi le arrollaba. Si, cachis... por poco se había librado el muy suertudo. El peliverde bajó de un salto del carrito, y fue entonces que éste preguntó si se encontraba bien, incluso se atrevió a preguntar si se le había escapado el carrito. El chico alzó una ceja, incrédulo ante la pregunta tan absurda.
Se atrevió a alzar un dedo, mientras que labraba un discurso conciliador o alguna desfachatez parecida, pero antes de que eso pasase apareció un segundo afectado por la broma. Éste parecía aún mas furioso, de hecho... era el que llevaba persiguiéndolo un buen rato, era normal que estuviese tan enfadado.
—Tshhh! —Silenció mientras llamaba la atención de ambos y alzaba el dedo. —Había en mi habitación una nota que ponía que si no lo hacía, matarían a mi chiguagua. Yo solo hice lo que tenía que hacer...
Entre tanto, con la otra mano fue sacando una carta de su baraja, la cual modificó a base de chakra para que afectase al recién llegado. El simple y traicionero as de corazones se convertiría a su vista en una carta escrita a puño y tinta que amenazaba con lo mencionado por el peliverde. Para el primero, sería una situación la mar de absurda, pues el chico había sacado una mera carta de poker.
—¿Ves? No me lo invento...
La situación seguro que empezaba a volverse de lo mas absurda e ilógica, justo el tipo de situaciones favoritas del de orbes azules. Al menos se habría ganado la confianza de uno de ellos... ¿Quién sería el loco en ésta situación?
Cuesta abajo, toda la diversión no parecía tener final. Pero como en todo buen cuento, la felicidad tiene fecha de caducidad... el príncipe tuvo que casarse por obligación, la princesa de divorció a los pocos meses, y terminó quedándose con la mitad de la herencia de éste. Para colmo, a la semana de ésto terminaría casándose con el dragón que la había tenido prisionera por tantos años; ese mismo que la torturaba y la mantenía cautiva, ese tan cruel y despiadado que pondría a cualquier mujer a cien.
Para cuando se quiso dar cuenta, el recorrido del carrito desembocaba en una calle bien amplia, donde un rellano volvería a frenar su tirada. Una última víctima se apartó a tiempo, y terminó por vociferar que casi le arrollaba. Si, cachis... por poco se había librado el muy suertudo. El peliverde bajó de un salto del carrito, y fue entonces que éste preguntó si se encontraba bien, incluso se atrevió a preguntar si se le había escapado el carrito. El chico alzó una ceja, incrédulo ante la pregunta tan absurda.
Se atrevió a alzar un dedo, mientras que labraba un discurso conciliador o alguna desfachatez parecida, pero antes de que eso pasase apareció un segundo afectado por la broma. Éste parecía aún mas furioso, de hecho... era el que llevaba persiguiéndolo un buen rato, era normal que estuviese tan enfadado.
—Tshhh! —Silenció mientras llamaba la atención de ambos y alzaba el dedo. —Había en mi habitación una nota que ponía que si no lo hacía, matarían a mi chiguagua. Yo solo hice lo que tenía que hacer...
Entre tanto, con la otra mano fue sacando una carta de su baraja, la cual modificó a base de chakra para que afectase al recién llegado. El simple y traicionero as de corazones se convertiría a su vista en una carta escrita a puño y tinta que amenazaba con lo mencionado por el peliverde. Para el primero, sería una situación la mar de absurda, pues el chico había sacado una mera carta de poker.
—¿Ves? No me lo invento...
La situación seguro que empezaba a volverse de lo mas absurda e ilógica, justo el tipo de situaciones favoritas del de orbes azules. Al menos se habría ganado la confianza de uno de ellos... ¿Quién sería el loco en ésta situación?