17/01/2017, 23:13
El Uchiha hizo caso a las indicaciones de su compañero y tomó asiento sobre la fresca hierba, con la espalda reposada en el tronco del cerezo que le cobijaba. A medida que Haskoz hablaba, a Akame se le iban subiendo otra vez los calores. «¿¡Más sorpresitas!? Por todos los dioses, este chico está en todos los fregaos...» Su pariente lejano empezó el relato de una forma que consiguió sacarle una sonrisa al más joven de los Uchiha, que ya se sentía mucho mejor gracias —sin duda— a su té. «Desde luego, el té de Uzushiogakure es mucho mejor que el de Tanzaku Gai, ¡qué delicia!» cavilaba Akame mientras su compañero le exponía los graves hechos.
—Tenemos un traidor en la Villa, Akame. Una rata.
Al aludido casi se le cae el termo de las manos. Su rostro amenazó con teñirse del terror más delatorio por unos instantes, aunque logró contenerlo. «¿Un traidor? ¿De qué está hablando? ¿Acaso... Acaso me han descubierto?». Entonces se dió cuenta de que Haskoz ya no estaba hablando, y notó como la sangre se le helaba en las venas.
«No puede ser... ¡No puede ser! ¿Ya? ¿Pero qué demonios he hecho mal?»
—Sí, Akame, sí. Es justo lo que estás pensando. Justo lo que te imaginas...
«Por todos los demonios de Shurado... Lo sabe». Discreto como una serpiente, Akame retrasó ligeramente su mano diestra hasta ocultarla tras su espalda. Fingió acomodarse para meter dos hábiles dedos dentro de su portaobjetos, mientras sus ojos azabaches se mantenían fijos en Haskoz; atentos a cualquier movimiento, cualquier indicio de que estuviera a punto de atacar.
Agarró una de sus bombas distractorias con los dedos, y entonces...
—Alguien se ha chivado de la votación ultrasecreta.
Akame se quedó literalmente paralizado. Todo su cuerpo estaba inmóvil. Su espalda, erguida, cubriendo una mano que ya estaba lista para ejecutar un movimiento ofensivo. Su mirada, tensa, fija en Haskoz. Su mente, dispuesta. Dispuesto a asesinar. Entonces comprendió lo que de verdad estaba pasando, y no pudo evitar dejarse caer, resbalando por el tronco, con un suspiro de alivio más que delatorio.
—Por las tetas de Amaterasu...
Luego fue consciente de que aquello había sido de todo menos normal, de modo que trató de maquillarlo. Se puso en pie de un salto, fingiendo —pobremente— indignación, y reclamando el nombre del traidor.
—¿Y quién ha sido? ¡Por Tsukiyomi, esto no puede quedar así! ¡Qué digo, por el mismísimo Susanoo! —gritó, agitando belicosamente el puño derecho—. Oye... —agregó luego, suspicaz—. ¿Y tú cómo sabes eso?
—Tenemos un traidor en la Villa, Akame. Una rata.
Al aludido casi se le cae el termo de las manos. Su rostro amenazó con teñirse del terror más delatorio por unos instantes, aunque logró contenerlo. «¿Un traidor? ¿De qué está hablando? ¿Acaso... Acaso me han descubierto?». Entonces se dió cuenta de que Haskoz ya no estaba hablando, y notó como la sangre se le helaba en las venas.
«No puede ser... ¡No puede ser! ¿Ya? ¿Pero qué demonios he hecho mal?»
—Sí, Akame, sí. Es justo lo que estás pensando. Justo lo que te imaginas...
«Por todos los demonios de Shurado... Lo sabe». Discreto como una serpiente, Akame retrasó ligeramente su mano diestra hasta ocultarla tras su espalda. Fingió acomodarse para meter dos hábiles dedos dentro de su portaobjetos, mientras sus ojos azabaches se mantenían fijos en Haskoz; atentos a cualquier movimiento, cualquier indicio de que estuviera a punto de atacar.
Agarró una de sus bombas distractorias con los dedos, y entonces...
—Alguien se ha chivado de la votación ultrasecreta.
Akame se quedó literalmente paralizado. Todo su cuerpo estaba inmóvil. Su espalda, erguida, cubriendo una mano que ya estaba lista para ejecutar un movimiento ofensivo. Su mirada, tensa, fija en Haskoz. Su mente, dispuesta. Dispuesto a asesinar. Entonces comprendió lo que de verdad estaba pasando, y no pudo evitar dejarse caer, resbalando por el tronco, con un suspiro de alivio más que delatorio.
—Por las tetas de Amaterasu...
Luego fue consciente de que aquello había sido de todo menos normal, de modo que trató de maquillarlo. Se puso en pie de un salto, fingiendo —pobremente— indignación, y reclamando el nombre del traidor.
—¿Y quién ha sido? ¡Por Tsukiyomi, esto no puede quedar así! ¡Qué digo, por el mismísimo Susanoo! —gritó, agitando belicosamente el puño derecho—. Oye... —agregó luego, suspicaz—. ¿Y tú cómo sabes eso?