7/06/2015, 23:47
Ayame pronto comprobó que los caramelos no estaban envueltos cuando al tomar el suyo sintió una resistencia viscosa por el caramelo que lo impregnaba. Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo porque en su cara no se reflejara la sorpresa y el asco que sentía en aquellos momentos, pero cuando tuvo el caramelo en su mano evitó mover siquiera un milímetro los dedos, todo por no sentir aquella incómoda pegajosidad.
Respondió con una sonrisa nerviosa al jocoso comentario de la mujer, pero lo cierto era que cada vez se sentía más inquieta con respecto al tema.
Juro escogió el dulce de color verde, y la kunoichi se sorprendió al ver que aquel no estaba pegajoso. Más bien al contrario, el caramelo parecía haberse solidificado en aquel.
«Qué extraño...»
Ayame sabía que tenían que irse del lugar cuanto antes, su instinto se lo decía. Pero la mujer parecía haberlos atrapado en una tela de araña en la que cuanto más se resistían, más se enredaban. Volvió a llamarles la atención antes de que consiguieran escapar, y aquella vez los dos muchachos se vieron con el sorpresivo recado de enviar alguno de aquellos caramelos a su hija.
«Es demasiado extraño...» Se repitió- Y es que, tal y como cuestionó Juro: ¿acaso no se iban a reunir más pronto que tarde? Les estaba confiando aquella tarea a unos...
Desconocidos...
—No hay de qué... —respondió, como una autómata, pero su rostro había adquirido el color de la leche. Creyendo que había conseguido lo que deseaba, la mujer se dio media vuelta y echó a caminar hacia la cascada.
Ayame hizo lo propio, continuar caminando en la dirección opuesta para alejarse de aquella inquietante señora cuanto antes.
—Oye, Juro-san... Yo... ¿No te parece demasiado extraño todo esto? —le preguntó en un susurro, cuando se hubieron alejado varios metros. Aún aferraba los caramelos en el puño derecho, firmemente cerrado, aunque en realidad estaba deseando tirarlos en cualquier rincón—. La mujer ya era rara de por sí, pero... ¿por qué nos ha pedido esto de repente? Quiero decir, no quiero ser mal pensada, pero estos caramelos tienen una pinta muy rara...
»Y nos ha pedido a nosotros, a dos extraños, que le demos los caramelos a su hija cuando está enferma del estómago. ¿Y si...? ¿Y si quiere envenenarla, o algo así?
Tragó saliva con esfuerzo. Ya le suponía un increíble derroche de imaginación concebir algo así, pero...
Respondió con una sonrisa nerviosa al jocoso comentario de la mujer, pero lo cierto era que cada vez se sentía más inquieta con respecto al tema.
Juro escogió el dulce de color verde, y la kunoichi se sorprendió al ver que aquel no estaba pegajoso. Más bien al contrario, el caramelo parecía haberse solidificado en aquel.
«Qué extraño...»
Ayame sabía que tenían que irse del lugar cuanto antes, su instinto se lo decía. Pero la mujer parecía haberlos atrapado en una tela de araña en la que cuanto más se resistían, más se enredaban. Volvió a llamarles la atención antes de que consiguieran escapar, y aquella vez los dos muchachos se vieron con el sorpresivo recado de enviar alguno de aquellos caramelos a su hija.
«Es demasiado extraño...» Se repitió- Y es que, tal y como cuestionó Juro: ¿acaso no se iban a reunir más pronto que tarde? Les estaba confiando aquella tarea a unos...
Desconocidos...
—No hay de qué... —respondió, como una autómata, pero su rostro había adquirido el color de la leche. Creyendo que había conseguido lo que deseaba, la mujer se dio media vuelta y echó a caminar hacia la cascada.
Ayame hizo lo propio, continuar caminando en la dirección opuesta para alejarse de aquella inquietante señora cuanto antes.
—Oye, Juro-san... Yo... ¿No te parece demasiado extraño todo esto? —le preguntó en un susurro, cuando se hubieron alejado varios metros. Aún aferraba los caramelos en el puño derecho, firmemente cerrado, aunque en realidad estaba deseando tirarlos en cualquier rincón—. La mujer ya era rara de por sí, pero... ¿por qué nos ha pedido esto de repente? Quiero decir, no quiero ser mal pensada, pero estos caramelos tienen una pinta muy rara...
»Y nos ha pedido a nosotros, a dos extraños, que le demos los caramelos a su hija cuando está enferma del estómago. ¿Y si...? ¿Y si quiere envenenarla, o algo así?
Tragó saliva con esfuerzo. Ya le suponía un increíble derroche de imaginación concebir algo así, pero...