9/06/2015, 23:38
A Juro le era difícil siquiera imaginar la realidad que Ayame le proponía. Y realmente no podía culparle. Ambos muchachos seguían caminando, al parecer sin un rumbo claramente definido, y la muchacha terminó por torcer el gesto.
—Créeme, a mí misma me cuesta pensar en una posibilidad así —admitió, con un escalofrío—. Pero ofrecer comida azucarada a alguien que está enfermo del estómago no es precisamente buena idea. ¿Y por qué ha enviado a dos completos desconocidos a cumplir con el recado en lugar de esperar a que regresara con ella? Es más fácil culparnos a nosotros... y más siendo shinobi...
Juro añadió que los caramelos no solían venir de cuatro en cuatro, pero ante su suposición, Ayame sacudió ligeramente la cabeza.
—No sé, pensar que ya los ha utilizado antes quizás es demasiado precipitado. Quizás aún le quedan más... —respondió, dubitativa.
Su acompañante se giró para volver a mirar a la mujer, pero Ayame se esforzó en apretar el paso para perderla de vista cuanto antes. Y, sin embargo...
—Ay, Juro-san... ¿qué hacemos? ¿Obedecemos ciegamente, avisamos del posible peligro a su hija o nos hacemos los locos y nos vamos por donde hemos venido...? —le preguntó, con un hilo de voz y una gota de sudor frío recorriendo su frente.
Lo peor era que estaba volviendo a tener sed. Pronto necesitaría beber de nuevo, y en su cantimplora no debía tener el agua suficiente para calmar su apremiante necesidad.
—Créeme, a mí misma me cuesta pensar en una posibilidad así —admitió, con un escalofrío—. Pero ofrecer comida azucarada a alguien que está enfermo del estómago no es precisamente buena idea. ¿Y por qué ha enviado a dos completos desconocidos a cumplir con el recado en lugar de esperar a que regresara con ella? Es más fácil culparnos a nosotros... y más siendo shinobi...
Juro añadió que los caramelos no solían venir de cuatro en cuatro, pero ante su suposición, Ayame sacudió ligeramente la cabeza.
—No sé, pensar que ya los ha utilizado antes quizás es demasiado precipitado. Quizás aún le quedan más... —respondió, dubitativa.
Su acompañante se giró para volver a mirar a la mujer, pero Ayame se esforzó en apretar el paso para perderla de vista cuanto antes. Y, sin embargo...
—Ay, Juro-san... ¿qué hacemos? ¿Obedecemos ciegamente, avisamos del posible peligro a su hija o nos hacemos los locos y nos vamos por donde hemos venido...? —le preguntó, con un hilo de voz y una gota de sudor frío recorriendo su frente.
Lo peor era que estaba volviendo a tener sed. Pronto necesitaría beber de nuevo, y en su cantimplora no debía tener el agua suficiente para calmar su apremiante necesidad.