6/02/2017, 23:19
Sus palabras tuvieron el efecto que se esperaba de ellas. Kunie habría estado orgullosa de él, viperina como era; ¿o tal vez no? «Al fin y al cabo sólo es un civil... Y, para colmo, un niño pequeño. Mi hazaña es comparable a pescar en un barril», sentenció el Uchiha. Tampoco le dio demasiada importancia —al contrario que su maestra, experta en las artes del engaño y el subterfugio, él carecía por completo de esas habilidades—. Pese a que eran destrezas más que útiles para un shinobi, Akame había aprendido a valerse de sus otras fortalezas.
Entre ellas estaba el poder oculto que corría por su sangre y que, en aquel momento, le libró de una pedrada en toda la cara. Apenas el niño bravucón metió una mano en su bolsillo, los ojos de Akame brillaron con un destello carmesí en la oscuridad. Evitar un ataque como aquel fue algo tan instintivo como respirar, y el Uchiha simplemente ladeó el rostro, avanzó un paso lateral, y quedó en el flanco izquierdo del muchacho.
No respondió, evidentemente. ¿Qué sentido tenía golpear a un niño sin entrenamiento? Tal y como él mismo había citado antes, entre ellos había un abismo tan grande como entre un perro y la Luna, que esa noche brillaba con toda su intensidad.
—¡Eh! ¿Qué ocurre ahí?
La voz rasgó el silencio nocturno, y Akame ni siquiera tuvo que mirar para saber de dónde provenía. Era uno de los chuunin que custodiaban la puerta al cobijo del puesto de guardia.
—¿Conoces el castigo por atacar a un shinobi de la Aldea? —preguntó con la mayor de las tranquilidades. Su tono ni siquiera sugería que fuese una amenaza. Ni una advertencia. Parecía que Akame simplemente se lo estaba preguntando por desconocimiento propio.
Acompañó la pregunta de una mirada expresiva. Sus ojos, teñidos de rojo por el Sharingan y con dos aspas negras alrededor de cada pupila, hablaban alto y claro.
«Esos ninjas van a detenerte. ¿Debería pararlos?»
Entre ellas estaba el poder oculto que corría por su sangre y que, en aquel momento, le libró de una pedrada en toda la cara. Apenas el niño bravucón metió una mano en su bolsillo, los ojos de Akame brillaron con un destello carmesí en la oscuridad. Evitar un ataque como aquel fue algo tan instintivo como respirar, y el Uchiha simplemente ladeó el rostro, avanzó un paso lateral, y quedó en el flanco izquierdo del muchacho.
No respondió, evidentemente. ¿Qué sentido tenía golpear a un niño sin entrenamiento? Tal y como él mismo había citado antes, entre ellos había un abismo tan grande como entre un perro y la Luna, que esa noche brillaba con toda su intensidad.
—¡Eh! ¿Qué ocurre ahí?
La voz rasgó el silencio nocturno, y Akame ni siquiera tuvo que mirar para saber de dónde provenía. Era uno de los chuunin que custodiaban la puerta al cobijo del puesto de guardia.
—¿Conoces el castigo por atacar a un shinobi de la Aldea? —preguntó con la mayor de las tranquilidades. Su tono ni siquiera sugería que fuese una amenaza. Ni una advertencia. Parecía que Akame simplemente se lo estaba preguntando por desconocimiento propio.
Acompañó la pregunta de una mirada expresiva. Sus ojos, teñidos de rojo por el Sharingan y con dos aspas negras alrededor de cada pupila, hablaban alto y claro.
«Esos ninjas van a detenerte. ¿Debería pararlos?»