9/02/2017, 22:34
—¿Qué te importa?
El chuunin apenas se movió del sitio, pero su rostro se encogió en la mueca de agresividad más intimidante que Akame había visto en su corta vida. Sólo su maestra Kunie había llegado a darle más miedo con sólo ver su cara.
Los ojos avellanados del ninja se movieron desde aquel chico hasta Akame, y cuando se encontraron con los de éste, el gennin simplemente se encogió ligeramente de hombros en lo que parecía ser un te lo dije. «Este muchacho es estúpido, ¿o acaso está loco? Es la primera vez que veo algo así... ¡Insultar a un chuunin! Lo que hay que ver...».
—Muy bien, Qué Te Importa, acabas de meterte en un lío de mil pares de cojones.
Y sin una palabra más, aquel chuunin corpulento se colocó una mano sobre la oreja. Masculló unas palabras ininteligibles y tomó a al niño del brazo con su mano libre. El chico sentiría la zarpa de un oso aferrándole con tal fuerza que parecía que se le iban a romper todos los huesos del cuerpo. Y, en un parpadeo, ambos desaparecieron.
La comisaría de Uzushiogakure era un lugar poco acogedor, y menos a aquellas horas de la noche. El edificio estaba compuesto por varias secciones delimitadas por puertas de seguridad, así como una segunda planta donde se ubicaban las oficinas administrativas. Las paredes eran de piedra blanca, como casi todas las construcciones de la aldea, y las tejas que coronaban el edificio seguían la temática con un color rojo brillante.
El chuunin cruzó el bastidor de la entrada arrastrando al pequeño muchacho como si fuese un peluche de goma. Una vez en la recepción, una amplia sala poco transitada a aquellas horas de la noche, el ninja le indicó que tomase asiento en una de las sillas que se disponían, en hilera, a uno de los lados de la sala.
—Espera ahí —ordenó con su vozarrón.
Acto seguido se volteó y empezó a conversar con el shinobi que se encontraba detrás del mostrador. Varias veces señalaron al chiquillo, dedicándole miradas poco comprensivas. Al cabo de un rato, el chuunin volvió hasta él.
—Bien, Llanero Solitario, ahora me vas a rellenar este papel con tus datos, y sin tonterías —exigió el ninja, entregándole al niño un formulario.
En el impreso había varios campos a rellenar, todos correspondientes a datos personales del aludido; nombre, apellido, nombres y apellido de sus padres, lugar de residencia, etc.
El chuunin apenas se movió del sitio, pero su rostro se encogió en la mueca de agresividad más intimidante que Akame había visto en su corta vida. Sólo su maestra Kunie había llegado a darle más miedo con sólo ver su cara.
Los ojos avellanados del ninja se movieron desde aquel chico hasta Akame, y cuando se encontraron con los de éste, el gennin simplemente se encogió ligeramente de hombros en lo que parecía ser un te lo dije. «Este muchacho es estúpido, ¿o acaso está loco? Es la primera vez que veo algo así... ¡Insultar a un chuunin! Lo que hay que ver...».
—Muy bien, Qué Te Importa, acabas de meterte en un lío de mil pares de cojones.
Y sin una palabra más, aquel chuunin corpulento se colocó una mano sobre la oreja. Masculló unas palabras ininteligibles y tomó a al niño del brazo con su mano libre. El chico sentiría la zarpa de un oso aferrándole con tal fuerza que parecía que se le iban a romper todos los huesos del cuerpo. Y, en un parpadeo, ambos desaparecieron.
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La comisaría de Uzushiogakure era un lugar poco acogedor, y menos a aquellas horas de la noche. El edificio estaba compuesto por varias secciones delimitadas por puertas de seguridad, así como una segunda planta donde se ubicaban las oficinas administrativas. Las paredes eran de piedra blanca, como casi todas las construcciones de la aldea, y las tejas que coronaban el edificio seguían la temática con un color rojo brillante.
El chuunin cruzó el bastidor de la entrada arrastrando al pequeño muchacho como si fuese un peluche de goma. Una vez en la recepción, una amplia sala poco transitada a aquellas horas de la noche, el ninja le indicó que tomase asiento en una de las sillas que se disponían, en hilera, a uno de los lados de la sala.
—Espera ahí —ordenó con su vozarrón.
Acto seguido se volteó y empezó a conversar con el shinobi que se encontraba detrás del mostrador. Varias veces señalaron al chiquillo, dedicándole miradas poco comprensivas. Al cabo de un rato, el chuunin volvió hasta él.
—Bien, Llanero Solitario, ahora me vas a rellenar este papel con tus datos, y sin tonterías —exigió el ninja, entregándole al niño un formulario.
En el impreso había varios campos a rellenar, todos correspondientes a datos personales del aludido; nombre, apellido, nombres y apellido de sus padres, lugar de residencia, etc.