13/02/2017, 07:04
El edificio de la Arashikage era un templo inexpugnable de trabajo, continuo e incesante. Tanto Yui-sama, así como el puñado de empleados que hacían vida a diario dentro de los muros de aquel altísimo torreón; dedicaban sus días a largas jornadas administrativas, papeleo, misiones y cualquier otra gran cantidad de necesidades para mantener la aldea en orden.
Orden. Eso era lo que, quizás, más quería ella. Ella, la máxima líder. La guía de de un inmenso rebaño, civil y militar. Un trabajo duro, de eso no había ninguna duda.
Kurozuchi, sin embargo, habría deseado tener que ocuparse de semejantes montañas de papeleo a tener que lidiar con su próximo trabajo. Porque, viéndose obligado a permanecer dentro de la seguridad de la aldea por más de un año luego de haber comprometido su tapadera durante una importante y peligrosa misión; no tuvo más remedio que acatar las órdenes emitidas por la Arashikage e intentar re insertarse a sí mismo a la sociedad de Amegakure, a modo de intentar cogerle el ritmo a la rutina normal de un jonin común y corriente.
Pero eso era lo que menos le describía. Lo común era aburrido. Y lo único que le hacía sentir bien era que, en su nuevo papel de sensei; tendría que encargarse de tres críos que eran de todo menos "comunes". Particulares como ninguno, Yui-sama había armado ese equipo en particular por una razón evidente.
Sus nombres eran: Isa Kagetsuna, Uchiha Reiji y Umikiba Kaido. Y todos recibieron una inusual invitación, a reunirse el día siguiente en las afueras del edificio de la Arashikage. En la mañana, y sin falta.
El mensaje decía lo siguiente:
En el pergamino reposaba fresco el sello de la aldea. Legítimo como nada, sólo les quedaría acatar las órdenes.
Kaido tuvo que leer la carta un par de veces, como si necesitase asegurarse de que aquello era real. Porque, llevaba probablemente varios meses inactivo desde que recibió aquella bandana, y aunque en ciertas ocasiones tuvo la iniciativa de pedir una misión directamente con la Arashikage, al parecer no habían muchas disponibles para las genin. O para él, quien sabe.
El ego le gruñó en el estómago y le levantó finalmente el ánimo. Por fin, por fin tendría la oportunidad de demostrar lo que su clan le había inculcado durante tanto tiempo. Una misión era tan sólo un trámite más, para ascender en la escala de poder y aprender nuevas cosas. Era la única forma de convertirse en la bestia que tanto soñaba ser.
Se despidió de Yarou y dejó sus aposentos. No esperó, ni perdió tiempo —como lo habría hecho en otras ocasiones—, sino que dirigió su azulado trasero hasta las cercanías del altísimo edificio de la Arashikage.
Orden. Eso era lo que, quizás, más quería ella. Ella, la máxima líder. La guía de de un inmenso rebaño, civil y militar. Un trabajo duro, de eso no había ninguna duda.
Kurozuchi, sin embargo, habría deseado tener que ocuparse de semejantes montañas de papeleo a tener que lidiar con su próximo trabajo. Porque, viéndose obligado a permanecer dentro de la seguridad de la aldea por más de un año luego de haber comprometido su tapadera durante una importante y peligrosa misión; no tuvo más remedio que acatar las órdenes emitidas por la Arashikage e intentar re insertarse a sí mismo a la sociedad de Amegakure, a modo de intentar cogerle el ritmo a la rutina normal de un jonin común y corriente.
Pero eso era lo que menos le describía. Lo común era aburrido. Y lo único que le hacía sentir bien era que, en su nuevo papel de sensei; tendría que encargarse de tres críos que eran de todo menos "comunes". Particulares como ninguno, Yui-sama había armado ese equipo en particular por una razón evidente.
Sus nombres eran: Isa Kagetsuna, Uchiha Reiji y Umikiba Kaido. Y todos recibieron una inusual invitación, a reunirse el día siguiente en las afueras del edificio de la Arashikage. En la mañana, y sin falta.
El mensaje decía lo siguiente:
La oficina principal del Edificio del Arashikage solicita su presencia el día de mañana, cuarto de la semana; a fin de recibir las indicaciones para la realización de su primera misión oficial. Todo detalle sobre la misma les será entregada dentro de las instalaciones, una vez haya registrado su nombre con el recepcionista de turno.
En el pergamino reposaba fresco el sello de la aldea. Legítimo como nada, sólo les quedaría acatar las órdenes.
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Kaido tuvo que leer la carta un par de veces, como si necesitase asegurarse de que aquello era real. Porque, llevaba probablemente varios meses inactivo desde que recibió aquella bandana, y aunque en ciertas ocasiones tuvo la iniciativa de pedir una misión directamente con la Arashikage, al parecer no habían muchas disponibles para las genin. O para él, quien sabe.
El ego le gruñó en el estómago y le levantó finalmente el ánimo. Por fin, por fin tendría la oportunidad de demostrar lo que su clan le había inculcado durante tanto tiempo. Una misión era tan sólo un trámite más, para ascender en la escala de poder y aprender nuevas cosas. Era la única forma de convertirse en la bestia que tanto soñaba ser.
Se despidió de Yarou y dejó sus aposentos. No esperó, ni perdió tiempo —como lo habría hecho en otras ocasiones—, sino que dirigió su azulado trasero hasta las cercanías del altísimo edificio de la Arashikage.